(Origen del desastre)

64 6 25
                                    

Ciudad capital del planeta Sadala, continente Iragana. Año 770.

Desde hace dos años, la vida de Kyabe se había convertido en un infierno.

Recordaba bien el día en el que su familia murió, porque ese solo fue el inicio de un tormento que parecía no tener fin. Aquel día, a diferencia de muchos otros, la suerte parecía sonreír a la desdichada familia luego de un largo tiempo. Finalmente, su padre había encontrado un trabajo donde podría proporcionar el dinero suficiente para mantener a toda la familia e incluso un nuevo lugar para vivir en la capital, trabajo que consiguió gracias a saber leer y escribir; una habilidad que para aquella época resultaba rara entre la población general.

La vida estaba dando un giro positivo luego de tantas desgracias, pero como el pequeño aprendería unos años más tarde, hay cosas que son demasiado buenas como para creerlas.

Lo que pasó exactamente resultaba borroso para el pequeño: recuerda a un grupo de hombres quienes buscaban a su hermana, su madre se lo llevó a la habitación en la que dormían y lo escondió en un viejo baúl, todo mientras su padre intentaba disuadir a los desconocidos de llevarse a la adolescente. Kyabe se asustó cuando los gritos comenzaron a escucharse e intentó obedecer las órdenes de su madre al quedarse encerrado, incluso intentó cantar para sí mismo como su hermana le había enseñado, pero todo fue inútil.

Al pequeño niño no le gustaba recordar lo que pasó después, cuando decidió salir de su escondite.

A final de cuentas, los hombres que mataron a su familia lo encontraron llorando mientras abrazaba a su padre (o más bien su cadáver) y lo dejaron inconsciente para después llevárselo. Cuando menos lo esperó, ya se encontraba en la casa de una saiyajin anciana que tenía a varios niños viviendo con ella en un espacioso departamento de la capital; era una mujer dulce, pero no solía estar muy lúcida, por lo que su hija era la que verdaderamente se "ocupaba" de los niños que su madre intentaba rescatar, diferenciada de su progrenitora gracias a las nulas intenciones de ayudar a los pequeños.

-¡Maldito mocoso! ¡Volví a perder dinero por tu culpa! -Pazi era una saiyajin que aparentaba tener unos veinticinco años de edad, cabello negro siempre peinado en una media coleta baja, complexión delicada y siempre portando largos vestidos. Su posición podría considerarse acomodada y no tenía problemas económicos muy a pesar de tener un montón de niños con ella; lo cual se debía a que alimentaba pobremente a la mayoría, y solo aquellos que le trajeran buen dinero podrían comer de manera decente.

Kyabe estaba entre esos niños.

-Señorita Pazi... -Mientras la mencionada golpeaba y le gritaba a otro de los niños, el pequeño de flequillo llamó su atención al jalar suavemente su ropa. Ella respondió con hostilidad y fastidio en su voz, ya que no le gustaba ser interrumpida en medio de un castigo. -¿Qué carajos quieres ahora, Kyabe?

-Mire lo que hice. -El niño de siete años le mostró un dibujo de ella junto a todos los niños que vivían en esa casa. Las expresiones alegres de los dibujados le causaron algo de asco a la joven, pero trató de disimular su disgusto y sonrió falsamente. -Está bonito...

-¿Lo quiere? -Pazi hizo una mueca de inmediato, negando repetidas veces sin darse cuenta. -Ya me diste muchos dibujos Kyabe, no quiero otro.

-Oh, bueno... -Kyabe bajó la cabeza y se llevó el dibujo, algo triste por el rechazo de la saiyajin más grande, pero motivado para hacer uno que sí le gustara. La escena no duró mucho ya que unos minutos después se escuchó el timbre de la puerta sonando, Pazi no pudo evitar sonreír. -¡Ya llegaron!

Los responsables de tocar el timbre eran nada más y nada menos que los encargados de entrenar a los niños que peleaban clandestinamente en la capital. Kyabe sintió un vacío en su estómago al escuchar las voces de aquellos hombres malos que a menudo lo golpeaban e insultaban, por lo que intentó correr, mas sus intentos resultaron ser en vano cuando Pazi lo levantó y lanzó de manera brusca al par de hombres, ignorando los llantos y súplicas del pequeño.

A cada bandido hay un soldadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora