09. gladiolus the tourist guide (dog)

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Esa noche nos sentimos bastante desgraciados

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Esa noche nos sentimos bastante desgraciados.

Acampamos en el bosque, a unos cien metros de la carretera principal, en un claro que los chicos de la zona al parecer utilizaban para sus fiestas. El suelo estaba lleno de latas aplastadas, envoltorios de comida rápida y otros desechos.

Habíamos sacado algo de comida y unas mantas de casa de la tía Eme, pero no nos atrevimos a encender una hoguera para secar nuestra ropa. Las Furias y la Medusa nos habían proporcionado suficientes emociones por un día. No queríamos atraer nada más.

Decidimos dormir por turnos. Yo me ofrecí voluntario para hacer la primera guardia.
Annabeth se acurrucó entre las mantas y empezó a roncar en cuanto su cabeza tocó el suelo. Diana tapo mejor a Annabeth y luego se acostó junto a ella, lista para dormir. Grover revoloteó con sus zapatos voladores hasta la rama más baja de un árbol, se recostó contra el tronco y
observó el cielo nocturno.

—Duerme —le dije—. Te despertaré si surge algún problema.

Asintió, pero siguió con los ojos abiertos.

—Me pone triste, Percy.

—¿El qué? ¿Haberte apuntado a esta estúpida misión?

—No. Esto es lo que me entristece. —Señaló toda la basura del suelo—. Y el cielo. Ni siquiera se pueden ver las estrellas. Han contaminado el cielo. Es una época terrible para ser sátiro.

—Ya. Debería haber supuesto que eres ecologista.

Me lanzó una mirada iracunda.

—Sólo un humano no lo sería. Tu especie está obstruyendo tan rápidamente el mundo… Bueno, no importa. Es inútil darle lecciones a un humano. Al ritmo que van las cosas, jamás encontraré a Pan.

—¿Pan? ¿En barra?

—¡Pan! —exclamó airado—. P-a-n. ¡El gran dios Pan! ¿Para qué crees que quiero la licencia de buscador?

Una brisa extraña atravesó el claro, anulando temporalmente el olor de basura y porquería. Trajo el aroma de bayas, flores silvestres y agua de lluvia limpia, cosas que en algún momento hubo en aquellos
bosques. De repente, sentí nostalgia de algo que nunca había conocido.

—Háblame de la búsqueda —le pedí.

Grover me miró con cautela, como temiendo que pudiera estar gastándole una broma.

—El dios de los lugares vírgenes desapareció hace dos mil años —me contó—. Un marinero junto a la costa de Éfeso oyó una voz misteriosa que gritaba desde la orilla: «¡Diles que el gran dios Pan ha muerto!» Cuando los humanos oyeron la noticia, la creyeron. Desde entonces no han parado de saquear
el reino de Pan. Pero, para los sátiros, Pan era nuestro señor y amo. Nos protegía a nosotros y a los lugares vírgenes de la tierra. Nos negamos a creer que haya muerto. En todas las generaciones, los sátiros más valientes consagran su vida a buscar a Pan. Lo buscan por todo el mundo y exploran la naturaleza virgen, confiando en encontrar su escondite y despertarlo de su sueño.

—Y tú quieres ser un buscador de ésos.

—Es el sueño de mi vida. Mi padre era buscador. Y mi tío Ferdinand, la estatua que has visto ahí atrás…

—Ah, sí. Lo siento.

Grover sacudió la cabeza.

—El tío Ferdinand conocía los riesgos, como mi padre. Pero yo lo conseguiré. Seré el primer buscador que regrese vivo.

—Espera, espera… ¿El primero?Grover sacó la flauta del bolsillo.

—Ningún buscador ha regresado jamás. En cuanto son enviados, desaparecen. Nunca vuelven a verlos vivos.

—¿Ni uno en dos mil años?

—No.

—¿Y tu padre? ¿Sabes qué le ocurrió?

—Lo ignoro.

—Pero aun así quieres ir —dije asombrado—. Me refiero a que… ¿en serio crees que serás el que encuentre a Pan?

—Tengo que creerlo, Percy. Todos los buscadores lo creen. Es lo único que mantiene la esperanza cuando observamos lo que han hecho los humanos con el mundo. Tengo que creer que Pan aún puede despertar.

Miré el resplandor naranja del cielo polucionado y me asombré de que Grover persiguiese un sueño que a simple vista parecía un imposible.

—¿Cómo vamos a entrar en el inframundo? —le pregunté—. Quiero decir, ¿qué oportunidades tenemos contra un dios?

—No lo sé. Pero en casa de Medusa, mientras tú rebuscabas en el despacho, Annabeth y Diana me dijeron…

—Oh, se me había olvidado, claro. Annabeth ya debe de tener un plan y consultará la opinión de Diana antes de tomar cualquier decisión.

—No seas tan duro con ellas, Percy. Diana es un poco dura pero es una gran chica y Annabeth ha tenido una vida difícil, pero es una buena persona. Después de todo, me ha perdonado… —Le falló la voz.

—¿Qué quieres decir? Te ha perdonado ¿qué?

De repente, Grover pareció muy interesado en tocar la flauta.

—Un momento —insistí—. Tu primer trabajo de guardián fue hace cinco años. Y Annabeth lleva en el campo también cinco años. ¿No sería ella… tu primer encargo que fue mal…?

—No puedo hablar de eso —repuso él, y el temblor de su labio inferior me indicó que se echaría a llorar si lo presionaba—. Pero como iba diciendo, en casa de Medusa, Diana, Annabeth y yo coincidimos en que está pasando algo raro en esta misión. Hay algo que no es lo que aparenta.

—Vaya, mierda. Me culpan por robar un rayo que se llevó Hades, ¿recuerdas?

—No me refiero a eso. Las Fur… las Benévolas parecían contenerse. Igual que la señora Dodds en la academia Yancy… ¿Por qué esperó tanto para matarte? Y después, en el autobús, no estaban tan agresivas como suelen ponerse.

—A mí me parecieron agresivas de sobra.

Grover meneó la cabeza.

—Nos gritaban: «¿Dónde está? ¿Dónde?»

—Preguntaban por mí —le dije.

—Puede… pero tanto las chicas como yo tuvimos la sensación de que no preguntaban por una persona. Cuando preguntaron dónde está, parecían referirse a un objeto.

—Eso es absurdo.

—Ya lo sé. Pero si hemos pasado por alto algo importante, y sólo tenemos nueve días para encontrar el rayo maestro… —Me miró como si esperara respuestas, pero yo no las tenía.

Pensé en las palabras de Medusa: estaba siendo utilizado por los dioses. Lo que tenía ante mí era peor que la petrificación.

—No he sido sincero contigo —admití—. No me importa nada el rayo maestro. Accedí a ir al inframundo para rescatar a mi madre.
Grover hizo sonar una nota suave en la flauta.

—Ya lo sé, Percy, pero ¿estás seguro de que es el único motivo?

—No lo hago por ayudar a mi padre. No le importo, y a mí él tampoco me importa.

ᴍᴀᴅ ᴡᴏᴍᴀɴ, pjoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora