𖦹17: 🏹

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Bueno, el lago es un buen lugar por donde empezar a buscar a mi "amado".

Para confundir al enemigo, Yaz enciende una fogata con mucha leña verde como distracción mientras yo me dirijo al lago.

El agua me resulta fresca y agradable cuando meto los pies descalzos dentro, arroyo abajo.
Siento la tentación de llamar a Peeta conforme avanzo, pero decido que no es buena idea. Tendré que encontrarlo usando los ojos, pero él sabrá que lo busco,
¿no?
Espero que no piense que estoy enojada luego de que me  haya besado y luego abandonado...

(sí, si lo estoy)

Que no crea no haré caso de la nueva regla y me quedaré sola.
Peeta es una persona impredecible, siempre he sido consciente de ello.

No hay ni rastro de Peeta, aunque no me sorprende, porque he recorrido este lugar tres veces desde el incidente de las avispas.
De haber estado cerca, seguro que lo habría sospechado.

Me acerco a una zona llena de grandes rocas, siento que me alejo demasiado y comienzo a preocuparme de perder a Yaz. Y todavía no hay rastro de Peeta.

De hecho, justo cuando acabo de decidir que voy por el camino equivocado, que un chico herido no podría entrar y salir de esta fuente de agua, veo el reguero de sangre que rodea una roca. Hace tiempo que se ha secado, pero las manchas que van de un lado al otro sugieren que alguien (alguien que, quizá, no estuviese en plena posesión de sus facultades mentales) intentó limpiarse la sangre.
Abrazada a las rocas, me muevo lentamente hacia la sangre, buscándolo. Encuentro más manchas, una con unos trozos de tela pegados, pero ni rastro de él. Me derrumbo y digo su nombre en voz baja:
—¡Peeta, Peeta!
Entonces, un sinsajo aterriza en un árbol y empieza a imitarme, así que lo dejo, me rindo y vuelvo al arroyo pensando:

«Tiene que haberse ido más abajo».

Acabo de meter el pie en el agua cuando oigo una voz.

—¿Has venido a rematarme, preciosa?

Mi corazón se acelera y me vuelvo de golpe; la voz es ronca y débil, aunque tiene que ser Peeta porque...

¿Qué otra persona me llamaría preciosa en este lugar?

Recorro la orilla con la mirada, pero nada, sólo barro, plantas y la base de las rocas.

— ¿Peeta? —susurro— ¿Dónde estás? —No me responde. ¿Me lo he imaginado? No, estoy segura de que era real y de que estaba cerca—. ¿Peeta?

—Bueno, no me pises.

Retrocedo de un salto, porque la voz viene del suelo, pero sigo sin verlo.
Entonces abre los ojos, de un azul inconfundible entre el lodo marrón y las hojas verdes.
Ahogo un grito, me tapo la boca con las manos y me recompensa con la fugaz visión de sus dientes blancos al reírse.
Es lo último en camuflaje.

—No puede ser...Cierra otra vez los ojos —le ordeno. Lo hace, y también la boca, y desaparece por completo.
La mayor parte de lo que creo que es su cuerpo está debajo de una capa de lodo y plantas.

—¿Ves? el glaseado, la última defensa de los moribundos.
—No te vas a morir.
—¿Y quién lo dice? —Tiene la voz muy ronca.
—Yo. Ahora estamos en el mismo equipo, ya sabes.
—Eso he oído —responde, abriendo los ojos—. Muy amable por tu parte venir a buscar lo que queda de mí.

Ruedo los ojos ante su comentario.
— ¿Te cortó Cato? —le pregunto, quitando piedras y musgos para sacarlo, ayudándole a sentarse para darle un poco de agua.
—Pierna izquierda, arriba.

—Vamos a meterte en el arroyo para que pueda lavarte y ver qué tipo de heridas tienes, ¿si?

—Vamos a meterte en el arroyo para que pueda lavarte y ver qué tipo de heridas tienes, ¿si?

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Al menos es capaz de bromear. Sin embargo, me doy cuenta de que no puede moverse ni un centímetro él solo; está tan débil que su única ayuda consiste en dejarse llevar. Intento arrastrarlo, pero, a pesar de que sé que hace todo lo posible por estarse quieto, se le escapan algunos gritos y lágrimas de dolor.

—Mira, Peeta, voy a hacerte rodar hasta el arroyo.
—Fantástico —responde.
Me agacho a su lado. Pase lo que pase, me digo, no pararé hasta que esté en el agua.
—A la de tres —le aviso—.¡Una, dos y tres! —Sólo consigo que ruede una vuelta completa antes de pararme, por culpa de los horribles sonidos que está haciendo. Ahora está al borde del agua, quizá sea mejor así— Vale, cambio de planes: no voy a meterte dentro del todo —le digo.  Además, si lo consigo, quién sabe si después podré sacarlo.
—¿Nada de rodar?
— Nada. Vamos a limpiarte. Vigila el bosque por mí, ¿vale?

Asiente. No sé por dónde empezar: está tan cubierto de lodo y hojas apelmazadas que ni siquiera le veo la ropa..., si es que la lleva puesta. La idea me hace vacilar un momento, pero después me lanzo. Los cuerpos desnudos no importan mucho en el estadio, ¿verdad?

Le quito la porquería de la cara.
Tengo los ojos aguados.
Peeta lo nota y me atrae a sus brazos.

Mierda, si que te extrañé—dice mientras acaricia mi pelo.
Yo me río, me separo de su agarre y me seco las lágrimas.

Tardo un rato, pero al final quito el barro suficiente para encontrar su ropa.
La camiseta interior está tan pegada a las heridas que tengo que cortarla con mi cuchillo y volver a mojarlo para soltarla. Está muy lastimado.

Lo apoyo como puedo en un canto rodado. Se queda ahí sentado, sin quejarse, mientras le lavo la tierra del pelo y lo que quedó de la piel. Está muy pálido a la luz del sol y ya no parece mi Peeta fuerte y musculoso.

Le saco los aguijones de las picaduras, lo que le arranca una mueca, pero, en cuanto aplico las hojas, suspira de alivio. Mientras se seca al sol, lavo la camisa y la chaqueta, que están asquerosas, y las coloco sobre las piedras. Después le pongo la crema para las quemaduras en el pecho.
Entonces me doy cuenta de lo caliente que tiene la piel. La capa de lodo y las botellas de agua habían ocultado el hecho de que está ardiendo de fiebre.
—Debes de tener hambre.
—La verdad es que no. Qué raro, llevo días sin tener hambre —responde

Lo único que consigo es obligarlo a comer unos trocitos de manzana desecada

—¿Puedo dormir un poco, Le?
—Dentro de un momentito —le prometo—.Primero tengo que mirarte la pierna.
Con todo el cuidado del mundo, le quito las botas, y después, centímetro a centímetro, los pantalones. Veo el corte que ha hecho la espada de Cato en la tela sobre el muslo, pero eso no me prepara de ninguna manera para lo que hay debajo. El profundo tajo inflamado supura sangre y pus, la pierna está hinchada y, lo peor de todo, huele a carne podrida.
Quiero huir, desaparecer en el bosque. Sin embargo, aquí no hay nadie más que yo; y Yaz está lejos para llamarla, así que intento tranquilizarme.

—Bastante feo, ¿eh? —dice Peeta, que me observa con atención.
—Si, voy a vomitar en cualquier momento—respondo, y dudo que sea en broma.

Le he dejado puestos los calzoncillos porque no tienen mala pinta...bueno, y también porque la idea de que esté desnudo me pone nerviosa.
Con cada botella que le echo encima, peor aspecto tiene la herida.

— ¿Por qué no lo dejamos un momento al aire y...? —dejo la frase sin acabar.
—¿Y después lo curas? —responde Peeta. Es como si sintiese pena por mí, porque sabe lo perdida que estoy con respecto a la medicina.

Le pongo unas peras secas partidas por la mitad en la mano y vuelvo al arroyo a lavarle el resto de la ropa, porque estoy a punto de echar fuera el desayuno.
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Holaa, volví🤭

END GAME~ (Peeta Mellark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora