25: Juntos🏹

25 3 42
                                    


—¿Alguna señal de nuestro amigo? —pregunto.
—Nop, no se está dejando ver, y eso resulta inquietante.

Anoche ambos decidimos que era seguro que hoy sería el gran final. Así que antes de que Cato venga a cazarnos nos adelantamos y nos despedimos temprano del que fue nuestro escondite esta última semana.

Tuve la idea de bañarnos en el arroyo para refrescarnos, limpiar nuestra ropa, y recargar las botellas...pero al llegar, el arroyo, ahora era un lecho completamente seco:
—El lago —dice Peeta—. Ahí quieren que vayamos.

Cansados, nos quedamos quietos un momento. Abrazándonos, sintiendo nuestros cuerpos y nuestras respiraciones, el sol y el murmullo de las hojas a nuestros pies.

Después, sin decir palabra, nos separamos, él besa mi frente y nos dirigimos al lago.

Ya no me importa que las pisadas de Peeta hagan correr a los roedores y volar a los pájaros, porque tenemos que luchar contra Cato y me da igual hacerlo aquí o en la llanura. Por otro lado, dudo que tengamos alternativa: si los Vigilantes nos quieren en campo abierto, allí nos tendrán.

~

Las voces de los sinsajos se convierten en un chillido de advertencia una vez que estamos descansando junto al lago.

Nos ponemos en pie de un salto, Peeta con el cuchillo en la mano y yo preparada para disparar, y Cato sale de los árboles y corre hacia donde estamos.

Mi primera flecha le da en el pecho e, inexplicablemente, rebota en él.
--¡Tiene alguna clase de armadura! --le grito a Peeta.
Y se lo grito justo a tiempo, porque tenemos a Cato encima. Me
preparo, pero él se estrella contra nosotros sin intentar frenar antes. Por los jadeos y el sudor que le cae de la cara amoratada, sé que lleva mucho tiempo corriendo, pero no hacia nosotros, sino huyendo de algo. ¿De qué?
Examino el bosque justo a tiempo para verlos llegar.

Mutaciones, no cabe duda. Nunca había visto a estos mutos, pero no son animales de la naturaleza.

Cato ha volado hacia la Cornucopia, así que lo sigo sin planteármelo. Si él cree que es el lugar más seguro, ¿quién soy yo para decir lo contrario? Además, aunque pudiera llegar a los árboles, Peeta no podría correr más que ellos con la pierna mala...

¡Peeta!

Pero como no puedo protegernos desde el suelo empiezo a trepar, a escalar la Cornucopia con pies y manos.

Cato está tumbado de lado, unos seis metros lejos, jadeando para recuperar el aliento.
Es mi oportunidad para acabar con él; si me detengo a media subida y cargo otra flecha... Sin embargo, justo cuando estoy a punto de disparar, Peeta grita. Me vuelvo y veo que acaba de llegar a la punta del cuerno, aunque los mutos le pisan los talones.

—¡Trepa! —chillo.
Peeta empieza a subir con dificultad, no sólo por culpa de la pierna, sino del cuchillo que lleva en la mano. Disparo una flecha que le da en el cuello al primer muto que pone las patas sobre el metal.

Hay algo más en ellos, algo que hace que se me erice el vello de la nuca, aunque no logro identificarlo...

En ese preciso instante, me doy cuenta de qué es lo que me inquieta de los mutos...
Dejo escapar un chillido y me cuesta sostener la flecha en su sitio. Estaba esperando para disparar, muy consciente de mi pobre reserva de flechas; esperaba a ver si las criaturas podían trepar.

—¿Leah?—noto que Peeta me coge del brazo.
—¡Es ella!
—¿Quién?

Muevo la cabeza de un lado a otro para examinar la manada, tomando nota de tamaños y colores.

END GAME~ (Peeta Mellark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora