Había una vez... 2 (Diakko♥)

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LAS RESPONSABILIDADES
DE UN REY

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Diana Cavendish Pov

—¿Está bien?

Constanze asintió y Alice tomó en sus manos al pequeño caballo tallado de madera. Ella sonrió y me lo mostró.

—Es precioso, mi princesa.

—¡¿Verdad?!

Constanze se puso de pie y se despidió con una reverencia. Esmond pasó a su lado con una sonrisa y me entregó la espada elaborada.

—El acero Layro es un poco difícil de manejar, pero es lo suficientemente resistente y ligera para los nuevos. ¿Qué te parece?

Admirando los detalles, deslicé mis dedos en la hoja comprobando el delgado filo que cortó mi piel.

El acero Layro se extraía de manera cuidadosa y meticulosa de las ricas montañas llenas de estos minerales. Las personas encargadas trabajaban día y noche en obtener los mejores trozos y partes, para después pasar a manos de los herreros que se encargaban de calentar el mineral a unas temperaturas extremadamente altas, pero sólidas, con el único objetivo de eliminar las impurezas y garantizar un resultado más puro y fuerte.

Una vez refinado, el acero fundido se vertía en unos moldes especiales con formas de lingotes, para luego pasar a un trabajo más cuidadoso, pero riguroso, que consistía de golpes repetitivos en un yunque; un proceso que fortalecía aún más el acero y les daba la forma inicial a las espadas.

Y eso sin mencionar las técnicas de enfriado, endurecimiento, afiliado y pulido.

Crear espadas o armas para Bernicia, era un trabajo agotador, pero con alta solicitudes. Tanto como los reinos Biraz y exteriores que no contaban con alianza fortificada, pagaban las altas sumas de oro y plata para obtenerlas.

Mi espada en específico fue realizada por uno de los mejores herreros existentes de Bernicia.

Lastimosamente, Esmond no era uno de ellos; a él le faltaba un largo camino por recorrer, sin embargo, me gustaba hacerle encargos que lo mantuvieran motivado. Asimismo, era una forma de mostrar mi gratitud.

Las espadas actuales para los jóvenes aprendices en las academias, tenían dificultades con el peso de las mismas.

Ligeramente, moví la que tenía en mano sintiéndola como una pluma.

«Mm...» Miré a Alice y la llamé.

Ella obedeció y le hice entrega del arma.

—¿Cómo la sientes?

Alice la movió e hizo una estocada rápida, para después moverla de la misma manera que lo hice y tomarla por el cuerpo.

—No es pesada y es más fácil de usar. Me gusta.

Asentí, examinándola con atención.

«Estas futuras espadas no se comparan a la que recibí cuando mis años en la academia acabaron», pensé.

«Amanda...», recordé.

Mi expresión de felicidad, decayó a una pensativa.

«No ha despertado».

Habían pasado tres largos días y tanto como la reina y las demás, estaban un poco decepcionadas.

Amanda perdía la consciencia justo en los momentos que intentaba acercarme o hablarle; parecía que la situación le era demasiado. Y estaba bastante preocupada.