C A P I T U L O 14

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C a p i t u l o 14

"Harry"

— A la edad de diecisiete años creía que Dios me hablaba a través de sueños

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— A la edad de diecisiete años creía que Dios me hablaba a través de sueños

Quizá fue eso lo que me terminó de impulsar para decidir en aquel entonces que mi vocación debía estar enfocada a la religión y a servir a nuestro Señor como su fiel seguidor.

"Al crecer rodeado de toda clase de estímulos basados en las creencias de mi familia, fue común para mí pensar en la opción de que, tal vez, no era una mala idea hacer caso de las sugerencias de quienes me rodeaban en cuanto se trataba a mi futuro. Sabía que al final del día era mi decisión pero, si podía ser franco, en ese instante no parecía la peor opción de este mundo, al final del día, me encontraba entregado a mis creencias y disfrutando de mis tareas dentro de la Iglesia, tanto como hijo y como ciervo de Jesucristo.

La casa de mis abuelos en Inglaterra era enorme, la segunda planta contaba con un sinfín de recámaras que mi hermana Gemma y yo solíamos usar como escondite cuando jugábamos a las escondidillas. Pocas veces veíamos a mis primos, así que era común que solo fuéramos ella y yo. La casa era vieja al igual que los muebles, así que no era una novedad que todo el tiempo se sintiera frío en el lugar y que la oscuridad fuera parte de sus características, el sol parecía no querer favorecer aquel hogar, ni siquiera al jardín principal. La primera planta, igual de grande que la segunda, se componía de lo básico, una sala de estar, la cocina, una mesa de comedor, un baño para invitados y al fondo, aquel jardín antes mencionado que coleccionaba las plantas muertas que mi abuelo trataba de mantener vivas en un inicio; lo único destacable en aquel piso, era aquella habitación que cerraban con llave a excepción de los domingos por la tarde: la pequeña capilla en la que pasábamos horas como familia orando.

Cada domingo, después de la misa que acostumbrábamos tomar, mis padres nos dejaban a Gemma y a mí en casa de los abuelos para que pasáramos la tarde con ellos, pues al ser miembros de la directiva de la Iglesia, nuestros padres tenían que quedarse unas horas más para organizar la siguiente misa y ayudar con las preparaciones de las actividades de la semana.

El domingo nunca me gustó y siempre odie la casa de mis abuelos.

Cuando llegábamos y la puerta se cerraba detrás de nosotros, la abuela Isabel nos llevaba junto con el abuelo Edward a esa capilla que tenían montada y nos ponían a orar sin parar ¿con que fin? Nunca lo supe, pero parecía que nunca se cansaban de hacerlo. Pasábamos poco más de dos horas ahí, envueltos en una densa luz amarilla que conseguía marearme con el paso de los minutos.

Si se me permite ser honesto sin ser juzgado, era agotador, a veces, solía esconder en el bolsillo de mi pantalón un pequeño carro de juguete que solía llevar desde casa para poder distraerme cuando sentía los parpados pesados en medio de las oraciones; una vez Gemma me descubrió con él y saliendo de la capilla me dijo que si alguien me veía con eso me iba a ir muy mal.

ILLICIT AFFAIRS | H.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora