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Había un hombre en mi cama. Extendido cuan largo era sobre el colchón, igual que una lagartija asoleándose. Llevaba puestos una vieja camiseta y unos vaqueros gastados míos, que le presté luego de ofrecerle una toalla para que se secara. Ambos le iban demasiado cortos, desnudando sus tobillos y la suave línea de vello casi rubio sobre su vientre. El reloj rezaba las cuatro y media de la mañana y se le notaba en los ojos, hundidos y saltones al mismo tiempo, que resguardaba de la luz vibrante de mi habitación con un brazo. Aun así, no albergaba ninguna intención de marcharse.

Yo estaba junto a la tornamesa, revisando la colección de vinilos que no podía faltarme en ningún viaje. Ya le había presentado a buena parte de la escena musical psicodélica y ahora estaba a punto de introducirlo a Procol Harum. Coloqué el disco bajo la aguja y corrí de regreso a la cama tras echarlo a andar, aterrizando junto a Eric, a quien no le importaba cuántas veces hiciera aquello, seguiría causándole la misma gracia.

Me enorgulleció que Procol Harum fueran sus favoritos.

—Deberían tocar esa —comentó en un momento.

—¿A Whiter Shade Of Pale? —me reí.

—Sí, creo que les pegaría muchísimo.

No nos pegaría. Para nada. A mi voz le faltaba potencia, destacándose más por la capacidad de interpretación que porque en verdad tuviese talento, lo que convertía a las baladas en una misión imposible. En cuanto a mi estilo como tecladista, se caracterizaba por ser muy frenético; era allí donde soltaba toda la técnica. Pero fue tierno que Eric me considerara apto.

—Te diré algo —empecé, volteándome sobre mi costado para mirarle. Él hizo lo mismo, dejándonos cara a cara—. Puedo intentar convencerlos de que la versionemos en Woodstock...

—¿No estarán ellos en Woodstock?

—Rechazaron la invitación. La esposa de su guitarrista está por parir, así que prefiere volver a casa.

—Oh... Bueno, un hombre debe hacer lo que debe hacer, ¿no?

Se me revolvió el estómago por un segundo.

—¡Pero todos los demás estarán allí! —remarqué, queriendo animarlo y alejar la conversación de temas menos agradables—. Todos los grandes.

—Tú estarás allí.

Sonreí y rodé los ojos con falsa modestia.

—Sí, yo también... Deberías venir.

Eric retrocedió, confundido.

—¿Eh? ¿A dónde?

—A Woodstock, con nosotros.

—¿Q-qué? Finn, ¿de qué estás hablando? ¿Cómo?

—Claro, que te sumamos a la gira, recorremos todo el país y al final terminas en Woodstock. Va a ser una locura.

—¡Claro que lo es! —Se sentó de golpe—. Finn, no puedo hacer eso.

—¿Por qué no? —Me senté también.

—P-porque... —Le costó dar con una excusa—. ¡Porque me he alistado al ejército! Tengo que estar volando hacia Vietnam en...

—En un mes, exacto. Y esto no te tomará más de un mes.

—¡Pensarán que soy un desertor!

—Estás de licencia. ¿No se supone que puedes moverte como quieras mientras el Tío Sam no te necesite?

—Eh, bueno, sí, pero...

—Entonces es de lo más sencillo. Estarás de regreso para cuando te llamen y a nadie le importará.

De Woodstock a Vietnam (#ONC2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora