Las Vegas nos recibió dormida, como cabría esperar a las diez y media de la mañana. Ninguna señal de neón enriqueciendo el paisaje desértico, los hoteles y casinos alzándose como bestias metálicas sobre el tono anaranjado del panorama. Un imitador de Elvis sostenía un cartel que promocionaba bodas exprés y Martin y Pepper bromearon sobre ponerlo todo por escrito, pero en algún punto la cosa debió ponerse demasiado seria, porque para la hora de la comida estaban aplicándose la ley del hielo nuevamente.
Eric descansó durante todo el viaje y, al detenerse el autobús, reafirmó sus planes de ocupar cuartos separados. No importaba cuánto insistiera en que nadie pensaría mal de que compartiéramos, que Aaron y yo lo habíamos hecho una infinidad de veces en nuestros comienzos sin levantar sospechas (y vamos, sin que nada pasara. No nos soportábamos). Aun así, él seguía reacio. Ambos sabíamos que aquello iba más allá de cómo pudieran juzgarnos; nuestro peor juez siempre sería él mismo.
Lucas nos insistió para que fuéramos a apostar un rato, cosa que Aaron descartó enseguida, alegando que era irresponsable confiarnos pasta. En retrospectiva, tenía razón. El propio Lucas perdió hasta el último centavo a su nombre en una tragaperras y, de no haber estado en la cima de nuestra carrera por aquel entonces, se habría endeudado de por vida. Al parecer, una cigarrera se interesó en él y para cuando se dio cuenta de que lo único que le interesaba era inducirlo a perderlo todo, fue demasiado tarde. Nos burlamos de eso por el resto de la gira.
Eric continuaba maravillándose por todo cuanto veía. Me constaba que jamás había salido de su pueblucho y que, por lo tanto, resultaba lógico que cada mínimo detalle de la meca del entretenimiento le llamara la atención. Sin embargo, cada reacción suya me provocaba la misma ternura que la anterior.
Observaba a los hombres ganar sumas millonarias, abrazar a sus mujeres y darlas vueltas por los aires mientras celebraban, y anhelaba imitarlos; festejar la recién descubierta libertad de Eric como disfrutaría de amasar una fortuna. Las parejas salían de las capillas de alta rotación, ya fuera borrachas o con criaturas notoriamente en camino o ambas, y me envolvía un sentimiento extraño. Ese nunca podría ser yo: con esas estúpidas camisetas estampadas que simulan ser un smoking, cargando a una novia con el vestido blanco más barato que una princesa pudiera costear, besándole la comisura de los labios mal pintados. No quería ser yo... ¿verdad?
—¿En qué piensas? —preguntó Eric, sentándose a mi lado en el autobús. Es gracioso, apenas nos dirigimos la palabra a lo largo de nuestra travesía. Parecía más interesado en todos mis compañeros, antes que en mí.
Me giré a él con una sonrisa tonta (denle a eso el significado que quieran).
—En que será mejor que me afeite la barba y convenza a Pepper de que me preste ropa, porque no puedo irme de Las Vegas sin casarme contigo.
Tres meses de entrenamiento militar salieron a la luz en ese puñetazo juguetón que por poco nos fuerza a buscar un nuevo tecladista.
-o-o-o-
Otro concierto exitoso, esta vez al aire libre (serviría de preparación para Woodstock, sostenía nuestro representante). Hacía tanto viento que cada dos por tres el pelo nos pegaba alguna cachetada y, salvo Lucas (que lo lucía más al ras), todos los hombres de la banda lo llevábamos de los hombros hacia abajo. Irónicamente, a pesar de ser mujer, Pepper fue quien mejor la pasó, gracias a su shag corto a la Patti Smith. Salvando estos inconvenientes, bajamos del escenario del festival con una irresistible sensación de haber hecho un gran trabajo, absorbidos por esa típica adrenalina que invitaba a meter sustancias en el cuerpo.
Tras bambalinas, advertí que Eric se aproximaba, emocionadísimo como siempre. No obstante, parecía tener ganas de charlar con todos menos conmigo. ¿Andaría ofendido por algo? Antes que rebanarme los sesos dándole vueltas al asunto, preferí desaparecer de la vista pública (existía poca separación entre los asistentes al recital y los artistas) y hacer lo que hacía mejor, fuera de la música...
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De Woodstock a Vietnam (#ONC2024)
Romance1969. Finn Langston, talentoso tecladista, viaja junto a su banda de rock psicodélico Dr. Strangelove & The Red Telephone, rumbo al festival de Woodstock. Su ascenso hacia el estrellato está marcado por excesos, descontrol y las ocasionales cartas d...