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Habrían pasado alrededor de veinte minutos desde que salimos de Milstead cuando Eric comenzó a alterarse de verdad. Hasta entonces, se mantuvo relativamente tranquilo, gracias al entusiasmo que le despertaba embarcarse en aquella aventura y las ganas de revelarnos toda la valentía que lo trajo hasta allí. Nada más se montó en el autobús, Pepper le hizo un espacio entre nosotros y los tres pasajeros se dedicaron a interrogarlo, mientras yo aprovechaba la conmoción para esnifar una línea rápida. Mucho mejor...

—Anoche llegué a casa tardísimo y mi madre me esperaba, como suele hacer cuando salgo —explicó el cadete—. Parecía que iba a explotar; daba miedo mirarla. Y fue todavía peor al ver que llevaba puesta la ropa de Finn...

—¿Por qué llevabas puesta la ropa de Finn? —inquirió Martin, socarrón.

Molesto por la vergüenza que insistía en generarle a Eric (su presencia en nuestro tour aún se sentía muy frágil) y un tanto sobrestimulado por la coca, no pude sino ladrarle:

—¿Y a ti qué te importa?

Martin retrocedió. A pesar del enojo que Pepper le profesaba esa tarde por razones que desconocía, hasta ella saltó en su defensa. Para mi alivio, Eric siguió hablando.

—Eh, bueno, eso, que empezó a gritarme. Creo que discutimos. No recuerdo bien, estaba súper cansado. Y al marcharme a mi habitación... No sé, me acosté en la cama y la furia no se iba. Suele irse, pero no esta vez. Esta mañana desperté tan irritado como estaba cuando me fui a dormir. Pensé «carajo, tengo que devolverle a Finn su ropa. Tengo que volver por la mía...» —Se ruborizó al volver a exponer ese detalle—. La metí en una bolsa y al atravesar la sala, me di cuenta de que Madre había salido. Y armé el equipaje, por puro impulso. Aunque en realidad no tomé ninguna decisión hasta que vi el autobús arrancando.

Me observó.

—Tienes razón, Finn. No soporto que esto haya sido mi vida.

—Ey, aún no te mueres... —señalé, riendo.

—Quizás lo haga —dijo solemnemente—. No puedo aguantar eso. Así que... si en serio me quieres en tu gira... Digo, si todos me quieren. Vamos, que no es una elección de Finn solamente, ¿no? Pues si...

—Yo no me opongo —sonrió Pepper.

—Ni yo —agregó Martin—. Esto va a ser graciosísimo.

Aaron aún dudaba.

—Es que no quiero problemas... ¿Y si nos acusan de secuestro?

—Juro que le avisaré a mi madre en cuanto pueda —lo tranquilizó Eric, sonando casi como un niño pequeño—. No los importunaré demasiado. Solo quiero...

El baterista suspiró y rodó los ojos.

—Está bien. Pero los ensayos y las funciones son sagrados, ¿eh? Finn, te estoy hablando a ti.

Levanté la vista del porro que estaba encendiendo y me encogí de hombros.

—¿Uh?

—Que no quiero que vuelva a pasar lo de Chicago.

Eric se giró hacia mí.

—¿Qué pasó en Chicago?

En parte avergonzado y en parte con la vista irritada por el sol, me coloqué las gafas oscuras.

—Que este es más maricón que nosotros.

Todos se rieron. Hasta Eric, con una risita nerviosa al no saber cómo tomarse ese comentario o la forma en que nos exhibía a los dos. Le faltaba un largo trecho para aceptar que con aquellas personas estábamos seguros. A Aaron, por otro lado, no le hacía ni pizca de gracia.

De Woodstock a Vietnam (#ONC2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora