Lo intercepté en poco tiempo, acorralándolo contra la pared más cercana. Daba al exterior del edificio; por lo tanto, no había habitaciones ahí, pero un par de cuadros abstractos temblaron ante el impacto. Nada me detuvo. Tenía sueño y la borrachera empezaba a ceder su lugar a la abstinencia que me provocaba la coca. No albergaba paciencia ni inhibición alguna.
—¡Eh! ¿A ti qué te pasa? —reclamó Eric, aunque tampoco intentó liberarse.
—¿Qué es lo que te pasa a ti? —gruñí entredientes—. Prácticamente te ruego que vengas a este viaje, insistes en que no lo harás, apareces a último momento y me has estado ignorando al menos desde San Francisco.
—¿Y para qué me hiciste venir? ¿Para que fuera una de tus groupies?
Sorprendido, lo solté.
—¿De qué diablos estás hablando?
—De Sloane Baker... De... esa mujer. Ni siquiera sé quién era. ¿Qué? ¿Crees que no me enteré de que metiste al menos a una de ellas en tu habitación y estabas a punto de hacerlo de nuevo?
—No me acosté con Sloane. Nos drogamos, le regalé una canción sin grabar, se fue a su casa con su novio. Eso es todo.
—Ajá. ¿Y a esa chica también ibas a enviarla a casa?
—¡Sí, coño! Alondra es mi amiga desde hace años. Me he acostado con ella, es cierto, pero no era lo que tenía planeado esta vez. ¿Y sabes por qué?
—No, ¿por qué? —cuestionó él, igual de alterado.
—¡Porque desde que nos conocimos no dejo de pensar en ti!
Eric retrocedió, a punto de fundirse con el muro a sus espaldas.
—¿Qué?
—Lo que escuchaste. No sé qué coño me has hecho, pero cada vez que siquiera considero encamarme con alguien más, recuerdo lo que pasó entre nosotros.
—Por eso me hiciste venir...
—¡No! Genuinamente me sentía mal por ti. Me sentía mal al pensar que ibas a irte a la guerra sin haber disfrutado un poco de la vida. Me asustaba la posibilidad de que murieras sin haber vivido de verdad. Pero, ¿sabes qué? Comienzo a creer que no vivirías aunque fueras el único hombre en la Tierra. Porque te llevé a San Francisco, estamos en Las Vegas y hemos recorrido cientos de kilómetros, y aún te aterra la idea de algo tan simple como dormir en la misma habitación que otro hombre. Es que... ¿Cómo mierda acabaste en el ejército?
Tarde me di cuenta de hasta qué punto esas palabras podían lastimarlo. De inmediato inspeccioné sus facciones; los ojos grandes, la boca convulsa. Si bien quería disculparme, nada salía.
Eric apartó la vista y negó con la cabeza.
—No lo sé... Tienes razón, Finn. Soy un cobarde.
Intentó alejarse; se lo impedí.
—No, Eric, no eres un cobarde... Mírame, carajo. —Lo sujeté del mentón—. Eres valiente. Eres jodidamente valiente. Mira, hay muchas cosas de ti que desconozco, pero me hago una imagen de como es tu madre y que le hayas plantado cara así para fugarte con un montón de hippies es asombroso. Si no hubiera conocido a Pepper, me consta que no me habrían dado las pelotas para hacer eso. Por no hablar de subirte a un autobús con completos extraños e irte de gira con ellos casi que con lo puesto.
—Eso es más bien ser inconsciente... —repuso.
—No, porque todo lo que has hecho ha sido por las razones correctas. No eres valiente por alistarte en la guerra solo para demostrar que podías. Son las cosas con las que no estabas seguro de poder y que hiciste por ti mismo las que te convierten en un valiente.
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De Woodstock a Vietnam (#ONC2024)
Romansa1969. Finn Langston, talentoso tecladista, viaja junto a su banda de rock psicodélico Dr. Strangelove & The Red Telephone, rumbo al festival de Woodstock. Su ascenso hacia el estrellato está marcado por excesos, descontrol y las ocasionales cartas d...