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Quitándome la chaqueta y arrojándola lejos, me esmeré en sonreírle como si nada pasara; como si no hubiera rastros de lágrimas en sus ojos.

—Alguien vino a verte hoy —me dijo. Pretendía sonar seco, pero la voz le temblaba—. Bajé a pedir que revisaran el termostato porque no funcionaba y la vi hablando con la recepcionista, preguntando por ti.

Tragué saliva. No podía ser...

—Le conté que te conocía y me pidió que te entregara esto.

Eric caminó hacia mí y me entregó la hoja que de inmediato identifiqué como una carta. La caligrafía familiar me estremeció.

—¿L-la...? ¿La leíste? —vacilé. Quería dotar a mis palabras de un aire confiado, tratar de demostrarle que aquello se trataba de una pequeñez, un tema del que ninguno de los dos debería preocuparse. Para mi desgracia, me oí igual de ahogado que él.

Los labios de Eric empezaron a convulsionar, un nuevo quiebre asomándose entre sus pestañeos.

—¿Es verdad? —Ignoró mi pregunta. Sobraba contestarla.

—¿Q-qué cosa? No sé de qué...

—¿Tienes un hijo?

Mierda...

—Eric, yo...

—Sí o no, Finn.

Un ataque de pánico palpitaba en el fondo de mi mente y ya requería demasiada energía el contenerlo para permitirme también participar de aquella conversación. Entendía que, si lo dejaba ganar, se interpretaría como una confirmación de mis mentiras. La prueba de que era lo bastante perverso para hacer algo así y reaccionar como si fuera una agresión cuando otros me lo señalaban.

—Eh... N-no exactamente...

Eric cruzó los brazos.

—Entonces no es tuyo —sentenció.

Sabía que era mío. Carajo, vaya que lo sabía...

—Bueno, es que sí lo es...

—¿Cuándo planeabas contármelo?

Cerré la boca.

—¿Ah? ¿No ibas a hacerlo?

—¿Por qué lo haría? —colapsé, el instinto de defenderme tornándose superior a mí—. ¡Eric, fue hace mil años! O sea, cinco, pero da igual. —Amagué con tomarle las manos; se escurrió de mi tacto—. Escucha, ni él ni ella significan nada para mí, ¿de acuerdo? Yo jamás quise ser padre. Jamás. Solo fue un error estúpido y te juro que ese niño no tiene nada que ver conmigo...

Por un instante, las pupilas de Eric se inflaron de furia. He sido mirado con odio muchas veces y, sin embargo, esa fue la que me causó una impresión mayor. Es fácil decepcionar a quien solo ha conocido tu peor versión; no había expectativas, no hay con qué compararte. Hasta le echas la culpa por haberte profesado una fe tan ciega.

Pero Eric... Eric sacó a otro Finn a la luz. Uno más generoso, más paciente y más humano. Le faltaban referencias de todo. Y ahora, por fin, sus párpados se abrían ante el Finn auténtico, ese al que la gente amaba y despreciaba. Me veía y le desagradaba tanto como, en el fondo, siempre supe que lo haría.

De repente, la ira desapareció, dando paso a un chasquido de lengua, una risilla irónica, una vuelta de ciento ochenta grados. Eric me daba la espalda, abrazándose a sí mismo, dirigiéndose a la ventana para no lidiar con mi gesto de perro apaleado.

—Solo he visto una foto de mi padre. Me consta de que de él no heredé la estatura, ni los ojos, ni la nariz... Solo las orejas y quizás el mentón. Eso me bastaba. Lo que siempre me pregunté fue cómo sonaría... —Me miró por encima del hombro—. Creo que acabo de escucharlo. Y no quiero volver a oírlo nunca más.

Poseído por una determinación inusual, abrió los armarios, sacó su maleta y empezó a guardar las pocas pertenencias que había traído. Me hubiera encantado detenerlo, como en las películas. Gritarle que lo amaba y que no podía dejarme, que se llevaría una parte de mí, que...

—Yo no quiero que te pierdas de Woodstock solo porque... —Fue lo que atiné a soltar.

Él cesó su escape y me lanzó una mirada de incredulidad.

—¿En serio, Finn? ¿Woodstock? ¿Es lo único que te importa?

—También era lo que te importaba a ti —repuse.

Eric terminó de armar su equipaje y lo arrastró hasta quedar nuevamente ante mí, a pocos metros de la puerta.

—Vine a este viaje porque me hiciste sentir cosas que jamás había sentido.

—Y-y tú a mí... —sollocé.

—Pues esto ya lo he sentido antes. Lo he sentido desde que tengo memoria, cada puto día de mi vida.

—Yo también...

—¿Qué haces aquí, entonces? ¿Por qué no estás con ella, viendo crecer a tu hijo? ¿Cómo puedes esperar sentir algo diferente cuando llevas años actuando de la misma manera?

El llanto me venció.

—N-no lo sé, Eric. Es que... Soy así. Supongo que soy así, no hay nada que...

—Y una mierda —escupió—. ¡Mírame! Me marcho a la jodida guerra solo porque quiero cambiar; tú solo necesitas hacer una llamada, ir a un cumpleaños... No te atrevas a compararnos, porque si no tienes nada que ver con ese niño, tampoco tienes nada que ver conmigo.

Me empujó para abrir la puerta y salir al pasillo.

—Adiós, Finn.

De Woodstock a Vietnam (#ONC2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora