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Antes de ir a ver a John, Alexander estuvo atendiendo a algunos pacientes. Fue allí con cuidado porque seguramente estaría aún sensible. —Hola— dijo Alexander viendo al hombre que aún estaba con los ojos cerrados. —¿Cómo estás?

—Muy cansado— respondió abriendo los ojos despacio.

—¿Has ido al aseo?

—No— respondió. Aún no había echado la anestesia. —Ni puedo ni quiero.

—Si necesitas ayuda me dices— aseguró Alexander. —Tal vez deberías beber un poco más de agua— dijo tomando la botella que había en la mesa y sirviendo un vaso.

John recibió el agua bastante bien. Tenía la boca seca. Cómo no podía valerse por si mismo, no bebía agua si no se la daban los enfermeros o auxiliares. —¿Tienes familia a la que podamos llamar o puedan venir a verte?

—Sí, mis padres. No quiero hacerlo hasta recuperarme un poco. Están sensibles de salud— aseguró y Alexander asintió. Era la decisión de su paciente y tenía que respetarla.

—Bien— dijo el pelirrojo. —¿Quieres comer?

—No. Tengo el estómago revuelto.

—¿Tal vez más tarde?— Preguntó Alexander.

—Tal vez más tarde— contestó John y hubo un silencio. Alexander podría marcharse pero miró bien la habitación y se acercó a cerrar la ventana. Entraba una corriente helada y el hospital no se caracterizaba por ser un sitio con muchas mantas.

—Si quieres que te ponga la tele o algo...— dijo el pelirrojo y John le contestó que aquello estaría bien, que llevaba allí dos semanas bastante aburrido.

Alexander se quedó un momento viendo la tele porque había salido el anuncio de uno de los perfumes que solía usar. De hecho, por algún motivo le dijo a John que él tenía ese perfume. Posiblemente se lo dijo para entretenerlo.

Todo iba bien hasta que John empezó a vomitar. La anestesia tenía que salir de alguna manera. Alexander se acercó rápido con una zafa, le dejó vomitar y luego John se disculpó por el mal rato. —Es mi trabajo, estoy acostumbrado— aseguró limpiando. —No pasa nada, estoy para esto.

Después de marchó a esperar un rato a ver si se anima a a comer. Estuvo contándole a Lafayette, lo hacían con todos los pacientes. —Creo que el de la siete se morirá mañana— aseguró Alexander.

—¿Tan mal está?

—Sí... Otro accidente de coche. El hombre está mayor— respondió Alexander. —Se ha dado un golpe en la cabeza bastante fuerte.

—Ingresó hace tres días, tiene que aguantar un poco más, Alexander— dijo Lafayette. —Los primeros cuatro días son los peores. Verás— afirmó. —El de la veintisiete estuvo igual y míralo. En de la siete está mucho mejor, consciente al menos.

—No creo que su corazón aguante el quirófano— afirmó. —Tuvo ayer dos paradas. No sé... Esto está siendo una mala racha.

—No todo son accidentes, yo tengo a una mujer mayor que se cayó por las escaleras— respondió.

—Tengo mala espina, ¿sabes? Siempre me pasa cuando tenemos a gente joven en la planta. No me gusta— añadió un poco nervioso mirando su plato de comida.

—¿No comes?

—No tengo ni ganas. Voy a ver si el chico come— aseguró volviendo a llevar la bandeja. —¿Estás mejor? ¿Quieres comer o ya mañana?

—Tengo hambre— respondió y Alexander sonrió. —¿Qué día es hoy?

—15 de diciembre— aseguró abriendo la bandeja. —Parece que pasarás la navidad con nosotros— dijo. —Yo también tengo turno en navidad.

John empezó a comer lo que Alexander le daba. Menos mal que tenía paciencia y menos mal que existían esas camas reclinables, porque si no, no podría cambiar de pose en lo más mínimo.

Acabó de comer y Alexander alistó todo para dormir. Le dió las buenas noches y se marchó. El pasillo estaba bastante oscuro, solo con las luces necesarias para alguna emergencia. Lafayette y Alexander también solían echarse a dormir en el sofá un rato. Siempre que no hubiesen emergencias, claro. Todas las noches pasaba algo, que se una vía se salía, que si se acababan los calmantes...

A las seis de la mañana empezaron a hacer las primeras curas. Alexander hacia algunas básicas porque él tenía mucha impresión a la sangre, se supone que era psicólogo. —¿Puedo acompañarte a la del veintisiete?

—Mejor no— aseguró Lafayette. —Te vas a marear y no quiero tener dos pacientes. Tiene la cara destrozada. El doctor Burr dirá si hace falta que lo operen también.

A las ocho de la mañana acabó el turno de Alexander. No volvería allí hasta el siguiente día a las ocho de la mañana. Estaba preocupado, le había caído bien el paciente y le daba un poco de pena que estuviese solo. Todos tenían familiares allí. Por eso, cuando un día un chico de acercó a la recepción a preguntar por su habitación Alexander se alegró bastante y lo acompañó hacia la puerta. Era joven, debía ser un amigo o un hermano.

Estuvieron conversando un buen rato, hasta que en una de esas, Lafayette intervino porque escuchaba que la conversación estaba algo intensa. —¿Tú no lo escuchas?— Preguntó Lafayette quitándole la revista a Alexander.

—¡Oye! ¡No la he terminado!

—Ves a ver.

—Ves tú— refunfuñó Alexander mientras se levantaba y caminó a la habitación. Conforme abrió la puerta acabó la conversación. —¿Todo bien?

—Sí— contestó el chico que estaba de visita. —Me marcho ya— tomó la chaqueta y se fue algo molesto.

—¿Qué pasa?— Preguntó Alexander.

—Es mi jefe... ¿Puedes no dejarlo entrar?— Preguntó y Alexander asintió. Lo último que debía preocuparle en aquel momento era el trabajo. Todas sus fuerzas debían ir a su recuperación.

El chico del perfume / LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora