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Otro día más que Alexander quería ir a ver qué se contaba John. Estaba a punto de entrar a la habitación cuando le paró Lafayette. —Alexander, ya no hace falta. Ha venido un sustituto.

—¿Qué?— Dijo horrorizado. —No, yo quiero seguir, quiero ver cómo mejora— aseguró el joven y Lafayette negó. Alexander hizo un puchero y se sentó molesto en el mostrador. Era de los pocos pacientes con los que entablaba conversaciones. —¿Cómo está? No lo sé, ya no le hago yo las curas.

—Oh, Laff— dijo triste Alexander. Era hora del desayuno y claro que echaba de menos llevarle la comida.

El resto de pacientes tenían acompañantes, de hecho, algunos lo consideraban a veces un estorbo. En muchas ocasiones los familiares creen que están más capacitados que los profesionales y discuten absolutamente todo.

Pasaron dos o tres días de monotonía. Conocieron mejor al nuevo compañero. Se llamaba Benjamin y era un joven agradable. —¿Cómo está el chico de la veintisiete?

—No come— respondió Benjamín mientras se hacia su café y Alexander le miró sorprendido. —El doctor dice que necesita que el otorrino le opere. Anoche no respiraba bien

—Pobre, una operación tras otra...— murmuró Alexander. —¿Puedo verlo?— Dijo y ni siquiera esperó la respuesta para ir. —Buenos días— dijo entrando a la habitación. —Me han dicho que no comes, John— aseguró sentándose en la silla que había al lado de la cama y le tomó despacio la mano para no hacerle daño.

—¿Ya no vienes a cuidarme?— Preguntó John y Alexander negó.

—Ya hay un sustituto y yo tengo otros pacientes— respondió con un tono amable.

—¿Entonces no me odias por haberte vomitado?— Preguntó y Alexander río y le dijo que no. —Me gusta cuando tú me cuidas porque sonríes más— aseguró y aquello hizo feliz a Alexander.

—Benjamin también te cuida bien— afirmó. —Es muy cuidadoso.

—Me ha hecho daño esta mañana en la cura.

—Hasta yo te haría daño. Dolerá un tiempo tardará en curar...— dijo Alexander.

—Me hacen daño hasta cuando me lavan, no me hacías daño— murmuró John mirando hacia abajo.

—Porque te ponía medicamentos, le diré a Benjamin que te ponga.

—No son los medicamentos.

—Sí lo son— dijo Alexander.

—No— insistió.

—Sí, John, es eso.

—No— volvió a responder. Estaba medicado, en el séptimo mundo. —No. No. No— afirmó con una pequeña sonrisa.

—Te dejaré descansar— aseguró soltándole la mano y se levantó.

—¿Cómo te llamas?

—Alexander— aseguró.

—Lexi— respondió John antes de que Alexander se marchase. Se notaba que Benjamín acababa de darle un buen de medicamentos. No solía tomar en cuenta las cosas que decían los pacientes.

Siguió haciendo su trabajo, limpiando pacientes y haciendo que todo fuese lo más cómodos para ellos cuando Benjamin le llamó. John no quería comer si no estaba Alexander. De aquel modo, le tocó sentarse con John para que se comiese sus platos y aquello se repitió en la comida y en la cena. —Tienes que comer aunque yo no esté— dijo Alexander. —Porque mañana tengo un día de descanso y no puedes pasar todo el día sin comer o no te vas a curar. John hizo un puchero y Alexander le miró. —¿Estás lleno?

—Sí— dijo sin recibir la última cuchara que Alexander ofrecía. Después de la cena, Alexander le encendió la tele, seguro que iba a aburrirse si no lo hacía. También habló un poco con él y le dejó ojear juntos la última revista que se había comprado Alexander. —Yo tengo esa— dijo viendo la maquinilla de afeitar.

—¿Sí? ¿Es buena?

—Sí— respondió John. —No estoy afeitado— aseguró y Alexander le dijo que podría le podría ayudar mañana.

—No estarás de turno.

—¿Quieres que venga? Le puedo cambiar el turno a Peggy— respondió y no le hizo falta ninguna respuesta de John. —Y te puedo lavar el cabello. Si necesitas algo así dinos, somos auxiliares.

Por la noche, le dijo a su madre que al final si trabajaría al día siguiente y ella se sorprendió. Era hora de descansar y que cambiase sus días libres por un paciente no lo había visto nunca.

Se animó a ver la cura que Benjamín iba a hacerle. Esperaba no marearse de la impresión, pero como quería afeitarle y lavarle el cabello debía ver el panorama. —¿Y si te quedas al chico tú?— Preguntó Benjamín antes de entrar, estaban preparando las cosas. Alexander hubiese negado la propuesta para hacerse el educado: "no, no importa", "no pasa nada", "da igual".

—¡Vale!— Dijo con una sonrisa y fue dispuesto a curarle. Entró a la habitación con las cosas listas y le despertó con cuidado y buena educación. —Hoy te voy a curar yo— dijo Alexander con una sonrisa que le contagió a John. —Por donde quieres empezar.

—Brazos— dijo, era lo menos doloroso. Alexander le quitó las vendas y vio un tatuaje en su brazo que quería sonarle de algo. Le curó la cicatriz que llevaba de haberle colocado bien el hueso en quirófano y después el otro brazo le limpio unos puntos que llevaba al haberse cortado la mano con el cristal.

De la clavícula le limpió también la herida de la operación y pasó a retirar las gasas de su rostro. Lo hacía con cuidado, porque la sangre pegaba algunas por mucho que hubiesen tratado de evitarlo. —Auch— se quejó y Alexander se disculpó. Le destapó la ceja, llevaba puntos. En la mejilla unos cortes, la nariz hinchada y la ojera muy morada. Sin embargo pudo reconocerlo. Se quedó atónito, lo había visto antes.

—Tú... ¿eres el del anuncio del perfume de Paco Rabanne?— Dijo ilusionado y John le contestó que sí. —¿Y no me dijiste? ¿No que eras doctor?

—Estudié para doctor...— aseguró. —Ahora lo seré. Se me acabó el chollo, no puedo trabajar con estas pintas. Aún no me he visto, ¿puedo verme?

—Te recomendaría que te vieses cuando cure un poco más y baje la inflamación— aseguró Alexander. —El anuncio no deja de salirme por todos los sitios— aseguró mientras empezaba a curar a John.


El chico del perfume / LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora