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Llevaban dos semanas de novios. Bueno, dos semanas desde que Alexander corrió a buscar al amor de su vida. Eran los más románticos de la ciudad, muy posiblemente. Aún no habían dicho nada a nadie, por si acaso. Alexander temía un poco lo que iban a poder pensar de él. Dios mío, si había estado actuando como su terapeuta.

—Te quiero— le dijo Alexander que estaba tumbado en la cama mientras John acariciaba sus rizos.

De cualquier modo, los padres de John notaron que estaba de mejor humor que de costumbre, incluso era un poco más feliz. La "terapia" debía estar yendo muy bien. 

—Alexander, lo he pensado, quiero donar algunas cosas de mi hija al orfanato. No puedo seguir teniendo todo esto en casa— aseguró y el pelirrojo asintió. —¿Me puedes ayudar?

—Sí, claro— dijo enderezándose. —¿Quieres que empecemos?

John asintió y se dirigieron al que era antiguamente el cuarto de la niña. —Esto va a ser duro— dijo abriendo el armario y viendo toda esa pequeña ropa. —Tenía dieciséis meses— afirmó John. —¿Crees que querrán ropa tan pequeña?

—Por supuesto— Dijo Alexander. —Habrán niños tan agradecidos de poder tener esa ropa. Además es un gran paso para ti.

—Sí...— aseguró sentándose frente al armario y abrió un cajón. —¿Cómo empezamos?

—Dos montones. Cosas para conservar y cosas para dar— dijo Alexander y John empezó a sacar la primera ropa. Un vestidito blanco que se iba para donar, unos pantalones con flores para donar también, pañales para donar, mantas...

—Mira, este es el vestido de su bautizo— aseguró enseñandolo con ilusión. —¿Me lo quedo?

—Es algo especial— afirmó Alexander.

—Sí. Eso se queda y he pensado que el vestido de novia de Martha también—  dijo John y siguieron. Finalmente John solo se quedó un gorrito, el vestido del bautizo, los zapatos y unos pequeños calcetines que fueron los primeros calcetines de la bebé. Todo el resto lo metieron en una bolsa.

Estuvieron casi todo el día con aquello, tenían pendiente también ver que ropa de Martha dar, pero eso para otro día. —Estoy tan orgulloso de ti— dijo Alexander mientras veía como cocinaba la cena.

—Podrías quedarte alguna noche.

—¿Y que le digo a mi madre?

—Tendrás que contarle tarde o temprano— afirmó John. —Yo le he contado a la mía. Aún no he hablado con mi padre, no sé cómo se lo tomará. Él es un poco más conservador. Es la primera vez que estoy con un chico.

—¿Sí? ¿Y como te sientes con eso?

—Bien, tranquilo— dijo John. —¿Pensabas que ya había salido con otros? Me casé a los dieciocho, no he tenido mucho tiempo.

—No sé, como en el hospital decías algunas cosas.

—¿Qué decía?

—Tonterías estando anestesiado— aseguró Alexander.

—No me acuerdo.

—Una pena, eran graciosas— dijo Alexander. —Algún día te contaré, pastelito.

—¿Pastelito?— Preguntó John y Alexander sonrió. Entonces, John le dió un beso, su segundo beso en su historia de amor.

—Sí— afirmó Alexander. —¿Sabes que cuando estabas anestesiado y estaba contigo empezaste a llorar porque querías que te diese un abrazo? Luego me dijiste que me querías un poco y querías adoptarme como si fuese un perro.

—Que vergüenza— dijo John cubriéndose el rostro y Alexander sonrió.

—Eres tierno— dijo Alexander. —¿Qué pensabas de mí?

—Eras bonito y bueno... No sé, no me acuerdo de mucho— murmuró.

Al día siguiente Alexander le contó a Rachel. De hecho, ella le propuso que John fuese a casa a dormir, para que saliese así de ese habitáculo. —Podriaís haberle preguntado a Elizabeth si quería ropita.

—¡Ostras! ¡Eliza! Aún no he hablado con ella. —Alexander recordó aquello mientras esperaba a John. —Iré mañana. De cualquier modo, no sé, es de la hija de John. No creo que queramos verla puesta a otra persona. Mejor que esté lejos de nosotros.

—Sí, también dices algo— dijo su madre y entonces sonó el timbre.

De nuevo John le traía flores. Alexander abrió y saltó sobre John tan fuerte que casi lo hace caer. —Te he traído flores y espero que esta vez no las rechaces— Alexander le dió un beso y tomó el ramo. Le presentó a su madre muy ilusionado. Sí, todos se sorprendían con la altura de John.

Cenaron en familia y por primera vez dormían juntos. John se despertaba trescientas veces, estrujaba a Alexander, se movía... Estuvo lejos de ser la armoniosa noche que el pelirrojo esperaba. Se levantó agotado a la mañana siguiente y John parecía estar fresco como una rosa.

John se dió una ducha matutina y todo y a Alexander le dió gracia que John dijese que iba a cambiarse al baño también. Ya le había visto en el hospital todo lo que tenía que ver. Desayunaron y después fueron a dar un paseo, donde Alexander dejó ya a John en cada y se marchó a ver a Elizabeth.

Elizabeth aún no había tenido al bebé. Estaba a punto de hacerlo. —Menos mal que has venido, tenía algo que contarte— dijo Elizabeth.

—Yo también— dijo con una sonrisa. —¿Sabes que el chico de la veintisiete era uno de mis modelos de revista y ahora estoy medio saliendo con él?

—Oh... Qué bien— dijo Elizabeth.

—¿Y tú qué tienes que decirme?

—Que el hijo es tuyo— respondió y Alexander la miró petrificado. —De esa noche en el motel. Cómo quería ser madre pues mira, bien para mí. Solo quería decirte.

—¿Qué? ¿Qué?— Dijo Elizabeth. —¿Cómo quieres que viva yo sabiendo esto? Betsy, recién estoy empezando con John.

—Bueno, no hace falta que tenfas contacto con la niña. Simplemente que sepas que es hija tuya. Si queréis podéis verla y participar en su vida.

—John no puede saber nada de esto.

—¿No quieres que sepa que eras un mujeriego?

—No, no lo entenderías. Olvídame, Elizabeth— dijo Alexander. Estaba incluso dispuesto a dejar ese asqueroso trabajo por no verla jamás.

El chico del perfume / LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora