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Recoger la ropa de su mujer fue más duro aún que la de la niña porque tenía la ropa de ese día. Sus zapatillas aún tenían unas manchas de sangre y la ropa aunque lavada tenía el agujero de la bala que la mató. No recordaba tener aquello, de hecho, estaba en una caja y cuando la abrió empezó el caos.

Alexander también estaba estresado, tal vez por la confesión de Elizabeth y puede que sin querer alteró más a John. —¡John!— Dijo Alexander.

—¡Soy un incompetente! ¡Lo odio todo!— aseguró caminando de vuelta por toda la casa y se encerró en el baño. Había roto una silla y esa casi le cae a Alexander.

—Jack, abre, por favor— dijo Alexander porque había escuchado el espejo romperse. —Jack— dijo empujando la puerta. —Solo son pensamientos, por favor, ven.

No pudo hacer nada, por l oque una vecina llamó a emergencias mientras Alexander trataba de comprobar su estado. —John, escúchame. Estoy aquí y te quiero, pero necesito que respires. Sé qué estás pensando ahora mismo y sé que no es agradable. Tienes mucho miedo, ¿verdad?

Cuando llegaron los servicios de emergencias empeoró lo que Alexander había conseguido calmar: había mucha gente y vehículos. Parecía que había vuelto a accidentarse. —Ven, John— dijo Alexander abriendo los brazos y lo sujetó. Sabía que el resto le estaban agobiando, no les culpaba, no estaban preparados para aquella situación.

—Debemos ir al hospital a que le hagan una cura— dijo uno de los hombres. John se había cortado con el espejo todas las manos. La ida al hospital le puso el corazón a mil y después, cuando trataron de hacerle la cura fue otra historia. —Jack, déjate— dijo Alexander. Finalmente le tocó hacerlo a él y llegó Lafayette y Benjamin a hacer algo de refuerzo. Al menos ellos se conocían.

Después, cambió la agresividad por un llanto y debilidad que sorprendían al personal, así que llamaron a uno de los psiquiatras de emergencia para que le diese algún calmante. John se negó y estaba agarrado a Alexander como si la vida le fuese en ello. Lafayette le tomó del brazo y lo inmovilizó para darle un pinchazo de midazolam.

Dijeron que lo mejor era internarlo, pero él no quería y Alexander lo apoyó. Aquello solo había sido un pequeño tropezón más y solían estar las cosas bien.  —Casa...— murmuraba John a Alexander aún con algunas lágrimas. —Casa...

—Vamos a ir a casa cuando te calmes— dijo Alexander. —¿Sí? Tranquilamente.

—Alex... ¿Puedes sacar de casa toda su ropa menos el vestido?

Alexander tomó aquella misión mientras se calmaba. Llamó a su madre para que le ayudase e ir más rápido. Lo mejor era dejarlo solo o no iba a calmarse. Alexander lo estaba aprendiendo bien. John necesitaba respirar, hacer sus técnicas de relajación y también hablar con su terapeuta, que por supuesto ya no era Alexander. —¿No crees que es este sitio el que le tiene así?— Dijo Rachel. —Es muy bonito, pero...

—En parte— dijo Alexander limpiando los cristales. —Se ha destrozado las manos— aseguró viendo algo de sangre por el baño. —Ay... Dios mío, pobre.

—Sí, lo sé— dijo la mujer. —¿Por qué no le dices que venga a casa un tiempo a ver si es eso?

—Mamá, ¿si le pasa esto en casa?  Mira como lo deja todo— afirmó. —Yo le quiero mucho, pero a veces no se controla.

—Pero este sitio está lleno de recuerdos, Alexander. Hasta que no cambié de casa que no olvidé a tu padre. Los muebles se tragan los recuerdos. No solo ha perdido a su mujer, ha perdido a su hija y eso es algo que no entenderás hasta dentro de muchos años cuando seas padre— dijo la mujer. Menos mal que no sabía lo de Elizabeth, era lo que faltaba en la familia.

Al final John pasó allí la noche. Alexander durante su turno iba a visitarlo. Estaba respirando, manteniendo su mente tranquila... —Hola— dijo Alexander sentándose a su lado y le dió un beso en los labios. 

—Alex, lo siento— murmuró. —He intentado controlarlo.

—No debí haber llamado a nadie. Casi lo tenías controlado— afirmó el pelirrojo. —Te ha agobiado la gente, ¿verdad?—John asintió— Ya he hecho lo que me pediste... Mi madre dice que le gustaría que vinieses un tiempo a vivir a casa. Dice que te sentará bien cambiar de aires.

—No quiero ser una molestia para ella, es muy agradable.

—Insiste. Le he dicho que necesitas tú espacio y dice que en mi casa tienes de sobra. Qué si necesitas estar solo estarás solo, si necesitas compañía te haremos compañía... Dice que quiere cocinarte algo rico y que le enseñes a bailar.

El chico del perfume / LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora