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—¿Cómo estás?— Dijo Alexander entrando a la habitación. Ya le había dicho a la familia que intentasen no sacar los temas delicados con él. Ya se abriría en algún momento.

—Bien, hoy me he sentado, me he levantado...— aseguró John. —Sí, me siento un poco cansado.

—Pero hoy te ves bien— dijo Alexander. —Una persona me ha dado una nota para ti porque no tienes ganas de verle pero tiene algo importante que decirte— afirmó Alexander dándole un papelito, haciéndose como sí él no supiese que pone y que la ha escrito con Francis  hacia media hora.

—Gracias— dijo tomando la nota y se puso las gafas. Estuvo leyéndola en silencio y cuando terminó la dejó en la mesita. Solo le mandaba buenos deseos y que todo fuese bien, que no se preocupase por el trabajo, que todo iba a ir bien. —He estado haciendo memoria desde nuestra última conversación— aseguró John y Alexander le miró sorprendido. —Recuerdo un poco del accidente.

—¿Y qué sensaciones te da?

—Que no quiero ir en coche jamás— afirmó John. —Me asusté— aseguró —pero luego he estado tranquilo.

—No tiene por qué volver a pasar eso— aseguró Alexander.

—Yo no hice nada para recibir esto.

—Lo sé— dijo Alexander.

—¿Cuándo me den el alta vas a seguir viniendo a verme?— Preguntó John y Alexander sonrió y asintió. —¿Vives lejos?

—No, aquí cerca— aseguró el pelirrojo.

—Yo también— murmuró.

—¿Crees que quieres ir a casa?— Preguntó Alexander.

—Sí. ¿Te han dicho que no debería ir?

—No puedo decirte que me han dicho, pero puedo contarte que han accedido a darte espacio y tiempo propio.

—Nunca nadie había hablado con ellos, gracias— dijo.

—Estoy para eso.

—Mi mujer era comprensiva— dijo —y muy bonita, tenía el cabello rizado, pecas y ojos claros— murmuró cerrando los ojos. Ya era tarde y mejor sería dejarlo dormir.

—¿Sí?— dijo con una pequeña sonrisa y buen tono. Al menos que notase que estaba receptivo. —Buenas noches, John.

Dejó a su padre entrar. Aquella noche se quedaba él para hacerle compañía.

Descubrió dos cosas después de su investigación: debía trabajar con su miedo a las aglomeraciones y ahora a los vehículos. Así que estaba pensando como hacerlo, al menos hasta que le diesen el alta.

Se lo contó a su madre. Tal vez ella tenía alguna idea buena para ayudarle. Todo indicaba a que debían esperar a que saliese de aquel hospital y así lo hicieron.  Un mes y medio. Trabajaron en esa época en algunas cosas: conversaciones, recuerdos... Sin embargo ahora venía lo difícil, ir a casa. El ambiente de siempre, sin doscientos calmantes...

Su familia había ido a limpiar y preparar el piso para su llegada. Sería mejor si todo estaba tranquilo. Alexander los acompañó porque tenían dudas sobre algunas cosas: los peluches de la niña que seguían en el cuarto como si nada hubiese pasado, la ropa de su mujer en el armario. Decidieron esconder un poco las cosas para que no estuviesen presentes en su día a día ni se enfadase por desaparecerlas.

Fue a casa, a descansar. Alexander le acompañó. Podía andar, estaba bastante bien de los huesos rotos y su cara aunque inchada volvía a estar decente. —Estás en casa— dijo Alexander y John asintió.

—Debería bajar a hacer algo de compra y...

—Lo ha hecho tu hermana— aseguró Alexander. —Tu padre te ha dejado un teléfono en la mesa.

—Oh... Vale— dijo mirando la casa. —¿Quieres quedarte a cenar?— Preguntó. Tenía que agradecerle de algún modo, le había acompañado a pie hasta casa y debía ir a pie hasta la suya. Era de noche, al menos darle cena.

Alexander sabía que aquello no era muy profesional, pero podía utilizarlo a su favor y hablar con él. —Es muy bonita la casa— dijo el pelirrojo.

—Sí, está bien— aseguró. —He pensado en mudarme de aquí. Ya sabes...

—Imagino— respondió Alexander. —Quiero que me prometas una cosa— aquellas palabras llamaron la atención de John. —Vas a tomarte todos los días la medicación mientras seguimos hablando, ¿sí?— John asintió. Francis le había dicho que John tenía un historial de tirar la medicación bastante grave. —Y he pensado que deberíamos buscar actividades para que estés entretenido. ¿Qué te gusta hacer?

—Antes solía pintar.

—¿Quieres hacerlo?

—No— dijo mientras cocinaba. —Me trae recuerdos— respondió. —Cocinar también, pero si no lo hago moriré de hambre.

—Sí, vamos a buscar una actividad nueva— aseguró Alexander. —Iremos poco a poco. ¿Qué más te gusta?

—La jardinería, pero vivo en un piso— aseguró. —Podría llenarlo de plantas pero... Tal vez se me ocurre algo mejor.

—¿Te gusta algún deporte? El fisio dice que hagas deporte.

—Bailar. Podría bailar— aseguró.

—Sí, por ejemplo— dijo Alexander convencido.

—Mi padre nos metió a baile de salón a mí y a mi hermana cuando éramos pequeños— aseguró John. Ya tenía con que mantener la mente ocupada.

Lo acompañó hasta que fue hora de dormir. Estuvieron un rato más charlando de cosas sin importancia. Le dió las buenas noches y se aseguró que todo estaba bien. Le prometió verlo al día siguiente.

El chico del perfume / LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora