4

29 7 7
                                    

Alexander lo primero que hizo fue contárselo a Lafayette. Sí, lo llamo en su día de descanso y lo interrumpió para tal importante noticia. Se moría de la gracia, ¿a caso alguien se fijaba en esos estúpidos anuncios de los perfumes?

Estaba hasta un poco nervioso por saber quién era pero debía ser profesional. Estaba ayudándole a afeitarse, al menos un poco. No quería tocar ninguna herida o algo. ¡Seguro podía poner en el currículum que sabía afeitar modelos! Alexander estuvo bastante en silencio después de eso hasta que John rompió el hielo. —La gente no me suele reconocer.

—¿No?— Dijo Alexander avergonzado. —Es que me suelo quedar con la cara de la gente— dijo. Porque para nada es que veía anuncios de perfumes en bucle. —¿Y has hecho algún anuncio más?— Preguntó como si no lo supiese.

—Varios. Acababa de firmar uno muy bueno, pero parece que no podrá ser.

—¿No podrás decirme cuál era?

—No, aún no ha salido el perfume. No puedo decirte— aseguró John. —De verdad, déjame que me vea. Necesito saber si voy a perder el trabajo— dijo pidiendo un espejo y Alexander insistió a que esperase a estar afeitado y con el cabello lavado. —¿Tan mal estoy?

—Bueno, aún está curando— aseguró el pelirrojo acabando de afeitarle y pasó al cabello. —Durará algunos meses, pero seguro vuelve a la normalidad— dijo.

—"Meses". Meses sin trabajar, como si fuese poco— refunfuñó John y Alexander asintió.

—Deberías saber que lo primero es curarte, ¿sí?— afirmó colocando una toalla bajo su cabeza y con una palangana empezó a lavarle el cabello.

Estuvieron otro rato en silencio. John pensaba que era un poco extraño que Alexander le conociera. Sentía que tenía unas expectativas que cumplir y no podía permitirse desagradarle o decir algo inadecuado.

Estuvo un buen rato hasta lavarle bien y después le secó. Radiante y perfecto de nuevo. Aún no se había lavado el pelo desde el accidente y aquello era mucho tiempo. Gran parte de las veces, es la familia quien lo hace para que los auxiliares puedan seguir atendiendo a pacientes. Para su suerte, Alexander no tenía muchos pacientes por aquellas fechas tan navideñas.

Después, terminó de hacerle la cura. Le dolía hasta el roce de una pluma por lo que le puso medicación, le dejó verse y le dió la comida. —Esto es horrible— dijo John mirándose y Alexander apartó el espejo.

—No es cierto. Podría haber sido mucho peor— aseguró. —Ahora, debes comer. Estás vivo.

—¿A qué costo?

—John, sé que ahora te cuesta ver lo positivo de la situación, pero algún día estarás agradecido de estar aún aquí— dijo Alexander abriendo la bandeja con la comida y con paciencia comieron algo.

Después estuvieron un rato hablando. Cuanto más se acercaba la navidad, menos pacientes quedaban. A casi todos les daban el alta por esas fechas. —¿Crees que me han quitado la licencia de conducir?— Preguntó John y Alexander levantó los hombros.

—Lo podemos ver en el informe— aseguró. —¿Quieres que lo imprima?— ante eso, Alexander fue directo al mostrador a pedirlo. Algo tenía que hacer en ese aburrido turno navideño.

La imprimió y regresó con John. Empezó a leer buscándolo y mientras tanto hablaba con John. —¿Has cometido muchas infracciones?

—Hace cuatro años me salté un stop— aseguró John —pero no pasó nada. Solo me multaron y me quitaron unos puntos.

—¿Era de noche?

—No— respondió —descubrí que soy miope.

—Bueno, no te preocupes. Esos puntos ya no importan. Yo tengo una multa por exceso de velocidad, llegaba tarde a un examen— miraba las hojas impresas buscando la resolución, se paraba a mirar algún dato más del accidente, las fotos...

—¿Sucede algo?

—No, estoy buscando la resolución— respondió Alexander pasando a la última hoja antes del informe médico. —Aquí— dijo. —No te la han retirado. Qué bien, ¿no?— Murmuró con una pequeña sonrisa y John hizo una mueca. —No tendrás que pagar ninguna infracción. Incluso te pagará el seguro y... ¿qué pasa?

—Nada— respondió. —¿Me dejas verlo?— preguntó y Alexander le entregó las hojas.

—¿Estás seguro? No deberías estar pensando en el accidente ahora mismo— murmuró viendo cómo al menos ahora John sostenía las hojas con una de sus manos, pero no podía acercarlo para leerlo.

—¿Y mis gafas?

—Llevabas lentillas— aseguró el pelirrojo. Es lo que había leído en el informe, si, cotilla totalmente.

—Tenía gafas en la guantera.

—Tal vez están entre tus cosas— afirmó abriendo el armario. Allí había ordenado Eliza cada una de las cosas que quedaban. Ella era una buena muchacha, incluso había llevado a su propia casa a lavar la ropa del accidente, tal vez se la quería quedar. —No las encuentro— dijo sacando una bolsa y la dejó en la mesita para rebuscar. Vio un peluche. John le miró.

—Era para mi hermano, para navidad— dijo y Alexander asintió y sentó a la nutria de peluche en la mesita. —Al menos tienes la documentación y la cartera— aseguró. —Mira, las gafas— dijo sacando la funda y entonces volvió a dejar todo como estaba. Las sacó y le ayudó a ponérselas. —Tal vez te molestan un poco en la nariz, ¿no?

—No importa... Al menos veo— aseguró mirando el informe y la foto de su coche. —Dios mío... No puede ser, solo tenía un año.—Menos mal que las fotos estaban impresas en blanco y negro. Todo estaba lleno de sangre y era mucho nos aparatoso en la foto del ordenador. —Nunca había visto un coche tan... Destruido. ¿Cómo puede ser?

—¿No recuerdas?

—No.

—Es normal, debes hacerlo olvidado de la impresión— afirmó Alexander. —A veces lo hace la cabeza— volvió a tomar los papeles y leyó. Él tampoco estaba muy puesto en el accidente. —El conductor de un camión iba ebrio y se metió en sentido contrario en plena autopista.

—Y me tuve que llevar yo el regalo, ¿no?

—Desgraciadamente hay mucho inútil en el mundo, John.

—¿Crees que podrías conseguirme un teléfono para llamar a mi padre?

—¿Quieres usar el mío? Díctame el número

El chico del perfume / LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora