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—Jack...— dijo Alexander mientras acariciaba su cabello y el otro se despertaba. Le costó un buen rato salir de su sueño profundo.

—Lo siento tanto...— murmuró enderezándose algo mareado. —Ayer no...

—Sé que no querías hacerlo. También fue mi culpa por descuidarte.

—No debes cuidarme. Ya soy mayor— susurró volviendo a acostarse. —No debí haber bebido. Lo siento, he causado inconvenientes.

—No pasa nada, no me tomé personal nada de eso... Aunque, ¿sí eres celoso? ¿Prefieres que no me acerque a otros hombres?

—Prefiero que bailes conmigo, la verdad... Aunque no te puedo decir que hacer o no. Debo disculparme con tu madre también. Debió asustarse.

—No es necesario, te comprende—respondió Alexander.

—He pensado que estás vacaciones debería volver al campo con mis padres, las vacas... Ya sabes, un respiro. Dice el psicólogo que me vendrá bien y que debo subirme ya en un coche y que estaría bien que lo hiciese por mis padres.

—Me parece una buena idea.

—¿Quieres venir conmigo a Charlestown?

—Jackie, yo no libro así. No puedo irme tanto tiempo y tan lejos.

—Podemos quedarnos entonces.

—No, en serio, ves. Desconecta de todo y disfruta— dijo el pelirrojo.

Un poco más tarde, se marchó al trabajo. Le contó a Lafayette lo que había pasado la noche anterior con John y Elizabeth se reincorporó al trabajo. —Alexander, déjalo ya— dijo Lafayette.

—Sí... Es algo peligroso— respondió Elizabeth y Alexander pareció ignorarla. —¿Por qué pasas de mí?

—Eliza, ya hemos hablado. No es el momento.

—¿Qué os pasa a vosotros dos?— Preguntó Lafayette.

—Mierda, ¿ves lo que has hecho, Eliza?— Dijo Alexander. —¿Ahora qué? ¿Le cuentas?

—Por supuesto— dijo de brazos cruzados. —Alexander es el padre de mi hijo y se lo oculta a John. Le está mintiendo, como a todas ha hecho siempre.

—Eres una mitómana compulsiva. Lo que tienes de guapa lo tienes de tonta— murmuró el pelirrojo. Estuvieron prácticamente todo el turno discutiendo y cuando llegó a casa se sorprendió al ver a John y a su madre hablando tranquilamente en el sofá.

—Hola, Lexi— dijo su madre. —Jack me ha ayudado a limpiar la casa y hemos hecho galletas.

—Eso es genial— dijo el pelirrojo dándole un beso en la mejilla a John. Quería hablar con él, pero no era el momento estaba muy feliz.

John disfrutaba las tareas del hogar y, tras aquel pequeño bache fue todo muy estable hasta las vacaciones. A Alexander le costó despedirse de él demasiado y Rachel le echaba de menos porque nadie le ayudaba a limpiar y hacer algunas cositas.

Se aburría un poco y John no le llamaba muy seguido porque decía que estaba haciendo un retiro espiritual en mitad del campo y meditando... O cosas así. Así que, Alexander tenía bastante tiempo libre.

Una noche fue con Lafayette y Elizabeth al antro. Fue la noche que lo echó todo a perder. Algunas copas de más y un calentón tonto porque echaba de menos a cierto rubio que llevaba un mes fuera. Acabó en el piso de Elizabeth aquella noche, la niña estaba con sus abuelos porque era su "día libre". Cómo si hubiese dejado de ser madre aquel día.

—Ay, Alex, deberías valorar que te conviene más. Mira a qué pequeña familia podrías pertenecer.

En el fondo tenía razón. ¿Qué le aportaba la relación con John? Era una especie de complemento más, guapo y alto aunque demasiado vergonzoso en lo privado para el gusto de Alexander. Se acostó con ella y se puede decir que hicieron las paces y quedaron en muy buenos terminos. Demasiados buenos términos para John.

A los pocos días volvió sin avisar para darle una sorpresa a Alexander. Lo primero que hizo fue ir a casa para dejar las maletas y allí saludo a la madre de Alexander que le dijo a que hora acababa el turno.

Fue muy feliz a darle la sorpresa y la sorpresa se la llevó él. Estaba Alexander con la chica y cierta bebé pelirroja. Se daban algunos besos y John suspiró y se marchó con el corazón roto a por sus maletas. Pensó que nadie le había visto. —¿Qué sucede?— Preguntó Rachel acercándose a John.

—¿¡SOY EL OTRO!? ¿¡Y ESA NIÑA!?

—¿Qué niña, querido?— Dijo la mujer haciéndolo sentar en la silla de la cocina.

—La de Alexander— dijo nervioso. —Con Elizabeth. No estoy loco...

—¿Qué?— Dijo la mujer sorprendida.

—Los he visto en el hospital a los tres.

—Debe ser un malentendido.

Mientras todo aquello ocurría, llegó Alexander, que Lafayette le había avisado que había visto a John. Tanto John como su madre le pidieron explicaciones. Intento contar su versión, pero John estaba muy molesto y entonces empezó a gritarle que seguro que no había sido tan exagerado con el tema de André.

Rachel estaba muy molesta con las acciones de Alexander y ocultar aquello. Estar de parte de John hizo que Alexander se sintiese molesto e incomprendido y ver a la niña fue algo que casi que enfermó a John.

—Se acaba de desmoronar mi vida...— dijo John con la respiración agitada y se marchó a la habitación.

—Jack, espera— dijo el pelirrojo.

—Déjalo— dijo Rachel. —Debe asimilar esto, y yo también.

Alexander se quedó solo en la sala. Su vida también se acababa de romper a pedazos. Fue a buscar a Elizabeth y ella dijo que ya se les pasaría. Que no lo comprendían. Se preparó para pasar la noche allí cuando le entró una llamada de su madre. Decía que John había estado todo el mediodía llorando y que se había acostado y no se despertaba.

—Mamá, debe ser la medicación. A veces se duerme mucho— dijo Alexander temblando mientras caminaba por la casa de Elizabeth.

—Hay una nota para ti— dijo por el otro lado del teléfono y entonces salió corriendo de la casa de Elizabeth.

Entró a casa extremadamente deprisa y allí ya no estaba John. —Acaban de llevarlo al hospital— dijo su madre asustada y le entregó la nota.

—Dios mío, debe ser el estrés del trabajo o algo...— dijo Francis. —Tanta gente se lo quiere quitar de enmedio... Pensaba que esas vacaciones iban a venirle bien— murmuró estresado. —Es la joya de América, ¿cómo le puede pasar esto?

—A los locos no se les puede curar... Sólo se les mantiene— respondió Alexander —Tiene problemas en toda su vida... Ha tomado está decisión porque ha querido.

«Alex, no quiero que esto sea una carta larga porque no sé qué decirte. No importa, tú ya sabes lo que ha pasado. Estoy nervioso, no sé si lo que estoy pensando soy yo realmente o es otra de mis locuras. La pobre de tu madre lleva preocupada toda la tarde y no merece que yo la asuste con mi loca cabeza. Ni ella ni yo esperábamos esto de ti, y no quiero regañarte, pero me siento el segundo plato. No solo eso, que me has fallado, una hija... Una chica... No puedo con esto. Ojalá solo me hubiese quedado siendo tu paciente y nunca te hubiese llevado esas flores. Traémelas a mí, que yo sí te las aceptaré aunque me hayas mentido, traicionado y roto»

FIN

El chico del perfume / LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora