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Cada poco tiempo Alexander trataba de dar un paso con John. Esta vez quería llevarlo a un centro comercial durante las rebajas de primavera. A ver si afrontaba sus problemas con la multitud. Tampoco le pedía mucho, ni que sufrirse demasiado. Ellos iban a estar en una cafetería bebiendo su café mientras veían a la multitud comprar.

—¿Ves? Todos van a sus cosas— dijo Alexander. Le había hecho pedir un té para que estuviese más tranquilo. —Pronto caminaremos por ahí tranquilamente. ¿Cuanto llevas sin salir de casa?

—Casi un año— respondió. Con Alexander allí, aquello se había acabado.

Otro día, pasearon por la ciudad, a algún lugar que le traía recuerdos. Tenía que ir afrontando nuevos lugares, eso sí, aún se negaba a subir a un coche. También fue su familia a verlo, sorprendentemente ningún niño dijo algo fuera de lugar. Simplemente se alegraban de verlo.

Alexander le hacía visitas imprevistas. Tenía un rato libre y se pasaba por allí a ver cómo iba todo. Todo era genial, John era un joven trabajador que le hacía bastante caso. Solo había tenido muy mala suerte.

—Alexander— dijo Francis al teléfono. —¿Podrías pasarte por casa de John? No quiere verme. Ayer en el trabajo de estaba poniendo nervioso y lo mandé a casa. No lo he vuelto a ver— afirmó y Alexander se puso en camino. Esperaba que John quisiera verle.

—Soy yo, John— dijo Alexander. —Abre, quiero hablar contigo. No te voy a regañar, solo quiero saber cómo estás— le abrió la puerta y al principio no le quería dirigir la mirada. —Me han dicho que ayer estuviste un poco mal— dijo y John asintió y se sentó en el sofá. Tenía las cortinas pasadas, la casa estaba bastante oscura. —¿No quieres luz?

—Me duele la cabeza— afirmó y Alexander se sentó en el sofá con él, se notaba nervioso, incómodo con la presencia de Alexander. Estaba acurrucado en el sofá y al poco tiempo se levantó y empezó a caminar por la casa.

—Ven, siéntete. Respira conmigo.

—No lo entiendes— dijo.

—¿Has dormido?— Preguntó viendo la cama hecha. Era muy temprano aún.

—No— respondió.

—¿Desde cuándo?— Preguntó acercándose a él. —¿John?

—Eh, martes, creo— respondió yendo a la cocina a por agua.

—John, estamos a jueves— dijo el pelirrojo. —Ven yo te llevo agua. Siéntate conmigo— dijo señalando la silla de la cocina y cuando la movió notó que habían cristales en el suelo. —Cuídado, no irás descalzo, ¿no?— Preguntó encendido la luz y efectivamente iba descalzo. —No te preocupes, yo lo limpio, solo es un vaso. Ves al salón.

Además habían algunas cosas más en el suelo. Algún cubierto y poca cosa más. Debió haberlo tirado en algún momento, no era lo más raro que podía pasar. Se agachó a recoger dos tenedores y un cuchillo que había para ponerlos en el fregadero. —¿Dónde tienes un recogedor para el cristal?— Preguntó.

—Suelta el cuchillo— le dijo y Alexander se dió cuenta que lo llevaba en la mano.

—Por supuesto— dijo dejándolo en la mesa a la vista de John. —Ahí está. No llevo nada, no quiero hacerte nada.

—¿Puedo confiar en ti?

—Sí— respondió Alexander. —Entiendo que no confíes en mí ahora mismo, pero vamos a salir de la cocina, al salón. Puedes hacerte daño con los cristales del suelo, con un armario... Necesito que estés bien.

Alexander salió primero de la cocina, le dió su tiempo y después John se acercó y se volvió a sentar en el sofá. Los cristales le devolvían al accidente. —Respira despacio. Soy yo.

—Vete— le dijo. —¡Vete!

Alexander se alejó, tampoco quería recibir un desafortunado golpe. —Respira. Voy a la cocina, limpiaré aquí y te dejaré solo unos minutos— aseguró. Cómo no sabía donde estaba el recogedor simplemente se agachó con una servilleta, recogió lo que pudo y escondió los cubiertos.

Después de un rato volvió a salir y se acercó a John. —He limpiado ya— dijo parándose a una cierta distancia. ¿Has respirado?— John asintió—¿Quieres que llame a alguien?

—No— dijo mirando a la pared. Tenía la mirada perdida y a penas podía respirar.

—Hey— dijo llamando su atención. —¿Has olido mi perfume?— Preguntó acercando su muñeca. —¿Te suena?— Preguntó y John asintió delicadamente mirando a Alexander. —¿Verdad que sí? Has hecho tú el anuncio.

—Sí— respondió.

—¿Y música? ¿Quieres escuchar música?— Preguntó encendiendo el móvil. —También te gusta bailar, relaja. ¿A qué sí?— puso algo de música. —Podemos descansar, con el bonito día que hace— afirmó abriendo un poco la cortina. —¿A qué hace buen día para pasear?

—Sí...— respondió y estuvieron un rato en silencio hasta que la situación se calmó y Alexander lo acompañó a su habitación a descansar.

Se quedó en el salón esperando a que despertase para ver si despertaba mejor. Necesitaba hablar con él y tuvo que esperar varias horas. Despertó cuando era prácticamente de noche y se sorprendió de ver allí a Alexander. —¿Cómo te sientes?— Dejó de lado un libro que le habían tomado prestado a John.

—Bien— respondió. —¿Por qué estás aquí? ¿He tenido una de mis paranoias?

—Solo estabas un poco nervioso. Me alegra ver que todo va bien.

—Lo siento, no me acuerdo— afirmó sentándose. —¿Qué me pasa?

—Pasa más de lo que imaginas— respondió —a mucha gente. ¿Por qué no intentas hacer memoria y vemos que desencadena esto esta vez?

John odiaba hacer memoria. Ya lo había hecho algunas veces con Alexander y nunca salía bien. Estaba a su lado y le empezó a contar sobre como todo empezó cuando habló con su suegro el martes y le empezaron a enseñar algunas fotos de su sobrino. Solo estuvo pensativo todo el día y después fue a clase de baile. Allí estaba conociendo a una chica que, de un momento a otro le dejó de inspirar confianza, seguro no era nada en particular, algún loco juego de su cabeza. Eso fue lo que no le dejó dormir y más tarde, al día siguiente en el trabajo empezaron a agobiarle con algunas cosas y se mareó. Lo trajeron a casa y cuando Francis le dijo de beber agua casi le estamos un vaso en la cabeza. —Debo llamarle y pedirle perdón. ¿Sabes si le he hecho daño?

—No creo, no me ha dicho nada— dijo Alexander.

—Estoy harto de hacerle daño a las personas— aseguró John. —Siempre hago lo mismo.

—No es verdad— dijo Alexander y John le dijo que estaba seguro de lo que decía. —¿Por qué me dices eso?

—Mis padres, mi hija, mi mujer... a todos les he hecho algo— aseguró llorando. —Y a Francis y ahora a ti.

—¿A mí? A mí no me has hecho nada. Solo me dijiste que me fuera.

—Sí... Y si no te hubiese visto con un cuchillo te hubiese empujado hasta la puerta, que me conozco— murmuró.

—No lo hubieses hecho porque esto es mi trabajo y sé ponerte límites, John— dijo Alexander. —Lo estás haciendo espectacularmente bien. Esto solo es un tropezón y mañana será un día mejor y si te sientes bien nos iremos a por helado o a desayunar.

—Gracias— dijo dándole un abrazo a Alexander. Tal vez no era muy profesional, pero era lo que necesitaba.

El chico del perfume / LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora