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Alexander fue muy feliz a ver a John. Eso y que era su día de descanso. La madre de Alexander estaba enterada de todo porque el día anterior tuvo que explicarle por qué llegó tan tarde.

Aquel día John no estaba tan bien. Estaba notando los efectos de la realidad. —No sé si estoy mejor aquí— dijo John. No había tenido mucho ánimo para hacer algo. —Los primeros días de hospital estaba muy feliz. Había olvidado todo esto.

—Sí... Suele pasar— dijo consolándolo. —Ahors tenemos que trabajar con fuerza.

—¿Y si solo quiero quedarme aquí a llorar?

—Bueno, a veces hace falta eso, pero no en exceso— dijo Alexander. —Vamos a pasear— pidió Alexander. —Cámbiate, te espero en el salón— afirmó el pelirrojo y salió de la habitación. John no podía decirle que no. Así lo hizo, se vistió y salió. Alexander miró como iba de arreglado, era tan precioso como en las fotos, vestía igual de elegante y... —¿vamos?

—Sí— dijo el pelirrojo. —¿Te has tomado la medicación?

—Aún no he desayunado.

—Traéla, iremos a desayunar— aseguró Alexander. Pasearon por la ciudad con calma, desayunaron y fueron a un parque porque John estaba aturdido con tanto tráfico. —Vamos a trabajar en aprender a relajarnos. ¿Te gusta este sitio?— Dijo sentándose en el pasto. Por la hora que era aún se estaba muy tranquilo.

—Sí, es muy bonito— afirmó John. —Aunque preferiría ir a casa.

—¿Sí?— Dijo levantándose. —Iremos a casa— no le hizo falta escuchar ninguna explicación, aunque John sintió que quería dársela.

—Venía mucho con ellas aquí— afirmó John. —En el fondo del parque hay una fuente muy bonita— recordó. —Me gusta caminar, pero quiero evitar algunos lugares.

—Bien, lo tomaré en cuenta— dijo Alexander mientras regresaban a la casa. —¿Ahora que vas a hacer?

—Pensaba llamar a Francis a ver cómo van las cosas del trabajo.

—Eso está genial, regresa a la rutina— dijo y ese día no se vieron más.

Si no tenía tiemoo de ir a verlo compartían algunos mensajes, aunque siempre trataba verlo. Si algún día sucedía algo, habían quedado en verse de inmediato.

Pronto se reincorporó a la rutina, y las sesiones transcurrían como podría transcurrir cualquier otra de un paciente aleatorio. —¿El trabajo bien?

—Sí. Tengo acumuladas algunas campañas, pero me quieren de vuelta— dijo John. —Tenía miedo de perderlo, pero está todo bien.

—No sabes cuánto me alegra oír eso. Son grandes noticias— afirmó Alexander. —¿Y las clases de baile?

—Bien también— añadió. —Son clases pequeñas, eso no me pone nervioso. Pensaba que iba a ser mucho peor.

—Te dije que no sería malo. He buscado grupos reducidos, no iba a echarte al agua con cuarenta personas— aseguró Alexander.

—Me gustaría poder hacerlo pronto. A veces me agobia cuando hay mucho equipo en el trabajo. Francis intenta que vayan uno por uno pero acaban tres personas tocándome el pelo, cinco la cara... los de vestuario son una pesadilla— afirmó sentándose en el sofá tras haber traído agua para los dos. —Estoy intentando tranquilizarme con eso. Hago lo que me dijiste.

—Lo estás haciendo muy bien— dijo Alexander. —Me gustaría saber si te ves listo para, tal vez que venga tu familia de visita o crees que necesitas más espacio.

—No sé, tal vez en dos semanas— dijo y el pelirrojo asintió. —Quiero verlos pero mis hermanos van a preguntarme y son pequeños para entender.

—Tus padres tendrán que hablar con ellos— dijo Alexander y John asintió.

—¿Crees que podré dejar las pastillas?

—¿Por qué quieres dejarlas?

—Me hacen sentir cansado todo el día y me duele la cabeza— dijo John y Alexander asintió.

—Es normal. Podrás dejarlas si sigues mis indicaciones un tiempo y todo mejora— aseguró Alexander y aquello convenció a John.

—Me ha dicho mi madre que les ayudaste a prepararme la casa— aseguró John. —No era necesario. Ni siquiera lo es que me hagas tanto caso.

—Lo hago con buena voluntad.

—Permíteme que te pague o...

—No, no, no— dijo Alexander. —No quiero que estés pendiente de eso ni que nuestras sesiones se vean limitadas por un horario. Hay días que me necesitarás tres horas, otras quince minutos, días que no me necesitarás... Solo me gusta ayudar— aseguró Alexander. —Como un amigo puedes considerarme, supongo.

—Bien, amigo— se burló un poco levantándose. —He hecho un bizcocho está mañana, ¿quieres?— Sin esperar respuesta fue a servirlo. Algo tenía que darle a cambio.

Alexander se levantó y se paseó un poco por el salón, se asomó a verlo en la cocina. —Siempre te digo que está casa es muy bonita— dijo.

—La decoré yo hace años— aseguró. —Cuando vine aquí no era la gran cosa. Vieja y con muchas paredes.

Alexander miraba todo detenidamente. Seguía igual de impoluta y perfecta. Tenía algunas cosas tiradas por la consola de la entrada, lo típico, que si las llaves y la cartera. Se notaba que estaba habitada la casa. De hecho, Alexander se dió cuenta que John había traído plantas. Incluso les puso nombre.

—¿Fumas?— Preguntó Alexander viendo una cajetilla junto a las llaves.

—Sí— respondió dejando el bizcocho.

—Te diría que lo dejases, pero sería un hipócrita.

—¿También fumas?

—Cuando me aburro en las guardias— aseguró Alexander. —No tengo nada mucho mejor que hacer.

El chico del perfume / LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora