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John ya le había contado a su padre. No le había disgustado del todo, sabía que estaría bien con Alexander porque él sabía mejor que nadie lo que John necesitaba. En otras circunstancias tal vez no le hubiese parecido tan bien.

En cuanto a la relación, estaban probando a vivir juntos en Alexander. Un par de semanas, por si no funcionaba bien. No pasaba nada, siempre podían regresar a lo anterior. A John le costaba adaptarse a los cambios, pero por otra parte era bueno cambiar de entorno. La madre de Alexander era dulce con él, le trataba como a un hijo más y, puede ser que Alexander le insistió en que hacer y que no hacer con John delante.

—Alex— dijo John despertando sutilmente a Alexander. —Ahora vengo, voy a despejarme un rato.

—¿Dónde?

—Fuera,  a fumar— dijo sentado al borde de la cama mientras se vestía.

—Vale, abrígate— murmuró somnoliento. Estaba muy cansado después de tantas horas de trabajo. Cerró los ojos dos minutos y se despertó de nuevo pensando que debería haber acompañado a John.

Se puso las zapatillas y salió en su búsqueda. Por suerte no estaba muy lejos. —John— dijo acercándose a él. Qué frío hacía.

—¿Te he despertado mucho?

—No— aseguró el pelirrojo viendo al mayor. —¿Me das?

—Pensaba que solo fumabas cuando te aburrías en el trabajo— dijo John dándole el cigarrillo.

—Qué gracioso— respondió sentándose en los escalones del jardín. —Cuando me apetece— corrigió. —Siéntate— dijo Alexander. John siempre estaba de pie, a no ser que Alexander se lo pudiese, claro. —Te quiero— dijo dándole un beso.

—Yo también, Alex...— dijo mirando a la calle.

—¿Qué te pasa?— Preguntó el pelirrojo, notaba algo raro.

—Nada, solo me duele un poco la cabeza— afirmó.

—Entonces deberíamos ir a dormir— dijo Alexander. —¿No?

—No tengo sueño.

—Anoche no dormiste casi— aseguró Alexander. —No puede ser que no estés cansado. Ven, vamos a dormir— aseguró haciendo amago de levantarse.

—Es que...— suspiró y tomó de vuelta el cigarrillo. —No puedo ir a dormir contigo y hacer como que no pasa nada— dijo y Alexander le miró.

—¿Qué pasa?— Preguntó un poco preocupado.

—Que no puedo seguir contigo, Alexander, eso pasa— dijo John.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Te ha molestado algo? ¿No te gusta estar en mi casa?

—No es eso— respondió. —Te quiero demasiado como para permitirme faltarte al respeto y no me gusta saber que cuando estoy contigo a veces pienso en mi mujer. No tengo pensamiento solo para ti y te mereces alguien que solo piense en ti.

—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? A mí eso no me molesta— dijo Alexander. —Pensar en ella es bueno porque la recuerdas y la tienes en tu corazón, John. Yo sé que también tengo un hueco.

—¿Tú solo piensas en mí?

—A veces sí, otras veces rondan doscientas cosas por mi cabeza— dijo Alexander. —Y te amo igual.

—Tal vez debería dejar de pensar— dijo John. —Si pudiese. Con lo bien que estaba en el hospital... Tal vez debería volver a accidentarme o algo, pero que culpa tenéis vosotros. Me da pena que me tengáis que soportar, por eso me quedo aquí.

—No digas eso, Jack— dijo Alexander tomando su mano.

—¿Quieres que no lo diga? No importa. Lo voy a seguir pensando, solo que en silencio— respondió y Alexander le abrazó.

—Entiendo que estás angustiado y que esto es muy difícil, pero me preocupa mucho que estes pensando en lastimarte para aliviarte. Sé que podemos trabajar en otro método— murmuró.

—Solo soy una carga para ti.

—No es cierto, estoy aquí porque me importas— dijo Alexander. —Me importas mucho y si te pasa algo no sé qué haré. Tú me amas más que nadie en el mundo. Créeme que nunca me he sentido tan querido como cuando llegó a casa del trabajo y hablamos, me cuentas de tu trabajo, nos reímos... Vamos a frenar este problema pronto y seremos muy felices. Podríamos vivir en un campito.

—Tengo que ir mañana a mi casa a regar las plantas— aseguró John.

—¿Podemos entrar dentro?— dijo Alexander acorrucado sobre John. —Tengo frío, voy en pijama.

—Sí, vamos— dijo dándole la mano y entraron.

El chico del perfume / LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora