—Hay que abrirnos paso, de algún modo, hacia Mesektet —dijo Clary, notando que con cada segundo que pasaba, el espacio entre los perdurantes y los Candidatos se hacía cada vez más corto.
—¿Y qué propones? —terció Alyster.
—Lo que mejor sabemos hacer en situaciones como esta —respondió Merrick.
Con suma valentía, el muchacho blandeó sus espadas en dirección a los perdurantes más cercanos, dándoles un par de fuertes golpes en el torso y en las pierdas, para luego moverse a través de un pasillo que él mismo fue construyendo mientras atacaba a diestra y siniestra. Para cuando entró en la lagunilla, Pat y Lucille ya le seguían el paso, provocando que los perdurantes retrocedieran un poco y le permitieran al grupo de Candidatos un paso rápido y seguro.
—¡Andando! —gritó Lucille.
Clary emprendió la huida. Sin apartar el Libro de su pecho, y sin soltar el Ojo de Horus en su mano derecha, la chica siguió a toda velocidad los pasos de Lucille, que era a quien tenía en frente. Chapoteando en la lagunilla, llegaron en cuestión de segundos al lodazal y se internaron en lo más oscuro del pantano.
Los rugidos provenían de todas partes, y el número de perdurantes aumentaba con cada segundo que pasaba. Cuando atravesaban otra lagunilla, múltiples cuerpos de Candidatos del pasado emergían de ellas; si tomaban algún atajo atractivo entre arbustos y lodo, el movimiento de serpientes o de cocodrilos se hacía presente...
El pantano mismo no los dejaría salir.
Uno de los Candidatos amigo de Alyster tropezó de repente por la raíz de un árbol.
—¡Cuidado! —soltó Alyster, regresando un par de pasos para ayudarlo a levantarse.
—¡ALYSTER! ¡DETRÁS DE TI! —bramó Medge.
Para cuando el Candidato se dio la vuelta, sus reflejos fueron responsables de salvarle de lo que fuese que lo atacó. Una criatura de tamaño mediano, con escamas brillosas y lisas, de tonos brillantes, parecida a un renacuajo, se abalanzó por los aires en contra del muchacho.
—Salamandras... —dijo Clary, sin aire.
—¡Nunca son tan grandes! —soltó Alyster, a la defensiva.
La salamandra se mantuvo quieta frente al grupo de Candidatos, que sostenían sus armas en alto contra el animal.
—En el inframundo todo es diferente —musitó Lucille.
—¿Será inofensiva? —preguntó Medge, detrás de Alyster.
—¿No viste cómo intentó atacarme? —reclamó él.
—No sabemos si te estaba atacando...
—¿Cuánto mide una salamanca normal? —murmuró Pat.
Clary estuvo a punto de responder, puesto que era una buena estudiante en la clase de biología, pero en ese instante una ramita crujió.
Nadie había prestado atención a sus alrededores. Aquella zona del pantano, un tanto abandonada por los perdurantes, estaba repleta de salamandras gigantes. Debían de medir, de cráneo a la punta de la cola, unos tres metros, y de sus patas hasta el lomo, un metro por lo menos. Había de todos los colores, desde negras con manchas naranjas, hasta verdes con manchas azules.
—Demonios... —soltó Merrick.
—¿En qué momento... pasó esto?
—¿Sigues preguntándote si son inofensivas, cuatro ojos? —Merrick alzó su espada en torno a Medge.
Clary no se dejó gobernar por el miedo. Sin soltar el Ojo de Horus, apartó el Libro del Amduat, y al abrirlo, exploró las páginas que hablaban del Ished para, justamente, llegar a lo que Ra habría descrito como «Salamandras de escamas brillantes».
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Los Juegos de Anubis
AventuraLa noche en la que el Museo más grande en la historia de Egipto se plantea su inauguración ocurre un incidente: un niño de 9 años llamado Merrick desaparece sin explicación alguna. Ocho años después, su hermana Clary aún carga con el trauma y con la...