Nadie pareció prestarle atención a la Quinta Puerta, que ya descendía de los cielos. Los Candidatos aún miraban en dirección a las montañas, y entre ellas, a las sacudidas aguas donde segundos antes había estado Fabio, y en su defecto, Apofis.
Sumo silencio en Mesektet.
Clary comenzó a llorar.
Su hermano se percató de ello y se separó de los demás para poder auxiliarla; detrás de él, Zoé siguió sus pasos. Entre los dos lograron llevarse a Clary hasta el otro lado de la Barca y tomaron asiento en el suelo.
Zoé tomó su mochila y sacó algunas cosas para atender a su amiga; entre ellas, unas toallas donde vertió el contenido de su cantimplora y luego las colocó por encima de Clary.
—¿Estás bien? —Merrick fue el primero en hablar.
—No... —murmuró Clary.
—Está viviendo una experiencia traumática —dijo Zoé, cambiando las toallas húmedas, volteándolas y volviéndolas a poner tanto en la frente como en los hombros de la chica—; será una espera... prolongada para volver a la normalidad.
No tenían mucho tiempo. Apenas atravesaban la Quinta Puerta.
—Me tardé en encontrar las palabras para detener la Barca —dijo Clary—; si pudiera memorizar los encantamientos, no tomaría mucho tiempo llevarlos a cabo la siguiente vez...
—En la mitología egipcia, saber encantamientos no te vuelve alguien común y corriente —le comentó Merrick.
—En este infierno ya nadie es común, ni corriente —respondió Clary.
—Sabes a lo que me refiero.
—¿Tiene importancia? —le reclamó Clary—. Fabio murió porque no supe efectuar magia. Si soy la única del grupo que puede leer esto —azotó el Libro entre sus piernas—, entonces es mi responsabilidad aprovecharlo al máximo. No creo que Ra lo haya escrito para dejarlo pasar.
Merrick y Zoé cruzaron miradas, pero ninguno dijo nada.
—Clary... —fue la chica—, eso puede ser peligroso. Jugar con magia egipcia antigua.
—¿Conoces de otra? —rio Merrick.
—Si tenemos que usar el fuego para combatir el fuego para poder sobrevivir a este infierno, entonces lo haremos —Clary se quitó las toallas de encima y abrió el Libro para sumir su mirada en él.
Mesektet cruzó la Quinta Puerta y los alrededores cambiaron otra vez: dejaron el mar atrás y ahora la Barca navegó en un espacio húmedo, rodeado de musgo, lodo, tierra, árboles gigantescos con copas inmensas que no dejaban cruzar mucho los rayos del sol, y miles y miles de lianas que colgaban desde las alturas.
Un pantano.
—Esto está mal —dijo Lucille, paseándose por la cubierta y prestando atención al mundo que había alrededor—. No había pantanos en el Antiguo Egipto.
—En el Nilo sí los hay —indicó Medge—, pero... no así.
—El dios que gobierna este infierno puede convertir la sala de su casa en lo que él quiera —terció Merrick—; qué horribles gustos tiene Anubis.
Mientras algunos Candidatos daban su opinión sobre la vista, los alrededores y la pinta que daba estar en medio de un extraño y tenebroso pantano, Clary hojeó de nuevo el Libro. Aquellos manuscritos no eran sólo hechizos o encantamientos, sino también anotaciones que Ra hizo de cada Puerta del Duat.
Y aunque en su cabeza todo era desorden, sabía que el dios del sol tendría la respuesta.
Ra sí había escrito algo sobre la Quinta Hora. El dibujo mostraba líneas onduladas, marcando lo que parecía ser el viento, entrando en un conjunto de árboles y un río café.
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Los Juegos de Anubis
PertualanganLa noche en la que el Museo más grande en la historia de Egipto se plantea su inauguración ocurre un incidente: un niño de 9 años llamado Merrick desaparece sin explicación alguna. Ocho años después, su hermana Clary aún carga con el trauma y con la...