Prólogo

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Corría con todas sus fuerzas, un hombre que una vez fue un símbolo de poder y prestigio, ahora reducido a poco más que un fugitivo desesperado. Sus piernas flaqueaban, sus pulmones ardían y su corazón latía con furia en su pecho. No podía permitir detenerse, a pesar del dolor y la fatiga que amenazaban con consumirlo.

En su mente, se reproducían imágenes de su antigua vida: salones llenos de gente que lo miraba con admiración, su capa impecable ondeando detrás de él mientras caminaba con confianza. Pero todo eso era un recuerdo lejano, un sueño roto por la traición y la violencia.

Volteaba a todos lados, buscando a sus perseguidores entre los árboles retorcidos del bosque nevado. No podía verlos, pero podía sentir su presencia, como sombras acechantes en la oscuridad. Sabía que estaban cerca, que no descansarían hasta atraparlo y poner fin a su vida. Sus brillantes ojos color ámbar escudriñaban entre los copos de nieve que caían sin cesar. Entre las sombras del bosque veía movimientos rápidos, pero no podía distinguir claramente a sus perseguidores.

Sus ropas, una vez magníficas y resplandecientes, ahora estaban hechas jirones y empapadas en sangre. Donde antes había elegancia, ahora solo había desesperación y desolación. La fina túnica que alguna vez fue impecable ahora estaba hecha trizas y sin ofrecer protección contra el frío implacable. Pero a pesar de su apariencia desaliñada, su determinación seguía siendo inquebrantable, a pesar del cansancio y el dolor, sabía que no podía rendirse. Tenía una última tarea que cumplir, un deber que podría ser la última chispa de esperanza para el mundo mágico.

Cada vez que respiraba, sentía cómo el aire gélido le quemaba los pulmones. Por un instante, una pequeña parte de él comenzaba a preguntarse si sería mejor detenerse y aceptar su destino, pero su determinación lo impulsaba a seguir adelante, a pesar de las probabilidades en su contra.

La nieve continuaba cayendo sin piedad, dificultando su avance, cubriendo el suelo con un manto blanco y ocultando los peligros que acechaban en la oscuridad. Cada paso era una lucha, cada respiración era un tormento, pero él seguía adelante, impulsado por un sentido de deber y una última chispa de esperanza.

De repente, oyó más fuerte el sonido de patas corriendo sobre la nieve y gruñidos guturales que cortaban el aire frío. Sus gruñidos resonaban en el aire helado. Las bestias estaban cerca, mucho más cerca de lo que había imaginado. Pero no podía permitirse detenerse, no ahora que estaba tan cerca de su destino final.

Pero antes de que se pudiera dar cuenta, recibió un zarpazo que atravesaba desde su hombro hasta la parte baja de su espalda. La feroz bestia había enterrado a profundidad sus garras en su pálida piel, desgarrándola por completo y haciendo que la sangre tibia brotara de inmediato, arrancandole un alarido de dolor que resonó hasta en lo profundo del bosque.

El impacto lo arrojó al suelo, bañando la nieve con su sangre. Desde esa posición vulnerable, observó a las bestias acercarse, sus dientes afilados brillando a la luz de la luna.

Sus inmensos colmillos aterrarían a cualquiera, sus huesos que sobresalían sobre la piel de su rostro harían que hasta el más valiente se estremeciera, pero no tenía la fuerza para dar más pelea, así que una vez más se levantó del suelo, estaba demasiado cerca de llegar al velo que dividía el mundo mágico con el de los mortales que no podía permitirse rendirse. Así pues, con un esfuerzo desesperado, se puso de pie una vez más y tomó su varita.

- ¡SICERIT EX CARITATE!- gritó, lanzando una onda expansiva que obligó a las bestias a retroceder momentáneamente.

Aprovechando el breve respiro, se adentró entre la maleza y, a lo lejos, vislumbró una luz débil que brillaba entre los árboles, un destello de esperanza en medio de la oscuridad, el portal de las líneas ley que lo llevaría al mundo mortal, al refugio de su viejo amigo.

Su llegada al mundo de los humanos fue imprecisa pero lo suficientemente cerca del refugio. Aterrizó en un claro cerca del riachuelo, donde la luz de la luna se filtraba entre las ramas de los árboles, pintando el paisaje con tonos plateados y sombras misteriosas.

La noche en el campo era fresca y ligeramente húmeda, como evidenciaban las finas gotas que aún resbalaban por las hojas de los árboles dejando una huella brillante en la penumbra, testigo de la reciente llovizna que había acariciado la tierra. A lo lejos, el riachuelo murmuraba suavemente, acompañando el susurro del viento entre los árboles.

Él, habiendo agotado toda energía, se tambaleó, exhausto, y dejó caer sus rodillas en la hierba, cerca del agua que corría po el riachuelo. Su cuerpo se derrumbó, rendido ante el esfuerzo y el dolor. Junto a él, el grimorio cayó al suelo con un susurro apenas audible, su grimorio reposaba en el suelo, testigo silencioso de sus últimas acciones.

Sus ojos se alzaron hacia el cielo estrellado, contemplando la inmensidad de este, musitando con voz apenas audible: "Toda mi fe está en ti". Sus últimas palabras, cargadas de esperanza y determinación, resonaron en el tranquilo paisaje nocturno dejando que se perdieran en el aire.

Fue un acto de fe, su último acto a sabiendas de haber llegado a su final.

Con un último suspiro pronunció unas palabras antiguas y olvidadas y, alzando su varita una vez más, un tenue fulgor dorado lo envolvió, levantando una brisa suave que jugueteaba con las hojas, los pétalos y las flores danzando a su alrededor durante unos preciosos segundos antes de que su figura se desvaneciera, como si se fundiera con la naturaleza, como si se volviera uno con el universo mismo, desvaneciéndose en la noche.

Allí, el grimorio, con su cubierta de cuero y un sol grabado en el centro, se hallaba en la hierba esperando a ser encontrado por su nuevo portador, esperando el inicio de una nueva historia.

El Despertar Obscuro: El Ascenso.Where stories live. Discover now