Capítulo catorce: Prisionero.

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Ethan

El sonido del traqueteo del carromato es lo primero que me despierta. Cada sacudida me recuerda cuán rota está mi existencia ahora. Los cascos de los caballos golpean el suelo con un ritmo casi hipnótico, pero en lugar de calmarme, cada paso me sumerge más en el dolor. Mi capa de piel de lobo, que una vez fue una prenda cálida y reconfortante, ahora está cubierta de fango, tiesa y áspera, pegándose a mi piel con una incomodidad que no puedo sacudir.

El olor del barro se mezcla con el metálico de mi propia sangre. Siento cómo se ha apelmazado en mi cabello, endurecida, tirando de cada hebra cuando intento moverme. Pero ni siquiera el mareo o el dolor físico pueden distraerme del vacío en mi pecho. Mi mochila... Me falta el peso en la espalda, el peso de todo lo que he tratado de proteger. Y entonces, el recuerdo me golpea como un martillazo: ya no está. El grimorio. La varita de mi padre. La nota de mi abuela. Todo lo que significaba algo, todo lo que me conectaba con mi pasado, arrancado de mí.

Levanto la vista y veo mi mochila, colgando en la silla del caballo que va justo frente a mí. El oficial que me sentenció cabalga tranquilo, ajeno a mi desesperación, llevando mis posesiones como si fueran un simple botín. Todo lo que tenía, todo lo que era, ahora está en manos de alguien que no entiende lo que significa. O quizás sí lo entiende, pero no le importa.

El carromato avanza, sacudiéndome en mi jaula diminuta. No puedo estirarme, no puedo moverme más que para sentarme en una postura incómoda que entumece mis músculos y me recuerda cuán atrapado estoy, no solo en esta celda de metal, sino también en esta pesadilla sin fin. Detrás de mí, escucho a los guardias del consejo montando sus caballos, el crujir de las sillas y el tintineo de las armaduras resonando en la quietud del paisaje. Estoy rodeado, vigilado como si fuera una amenaza... o peor aún, como si fuera insignificante.

Cierro los ojos, intentando escapar en mi mente, pero no hay refugio. Todo lo que queda es dolor. Todo lo que siento es el frío vacío donde antes había esperanza. Gehena... Asaji... las imágenes de su traición vuelven una y otra vez, cada una perforando una parte diferente de mí. Cómo se reían, cómo me miraban como si no fuera nada. Gehena... La amaba. ¿Cómo pude ser tan ciego? Me aferro al borde de la jaula, mis manos temblando, mis nudillos blancos por la presión. Pero el metal frío es todo lo que obtengo a cambio, una confirmación física de lo que ahora soy: un prisionero.

Intento no llorar, pero las lágrimas silenciosas escapan de todos modos. Cada una es una confesión de lo perdido. Extraño mi vida. Extraño la granja. Extraño la simplicidad de cuidar a los animales, de sentir la tierra bajo mis pies, de ser simplemente... Ethan. Pero ese chico de granja está muerto. Lo mataron Gehena y Asaji. Lo mató este maldito grimorio.

Maldito Aurelius Solaris. Maldita sea su condena, el día que decidió que debía cargar con el destino de Mythoria. Nunca pedí esto. Nunca quise estar aquí, luchando en una guerra que no es mía, en un mundo que no me quiere. ¿Qué derecho tenía Aurelius de poner ese peso sobre mis hombros? ¿Qué derecho tenía mi padre de contarme historias sobre la grandeza de Altharia, cuando todo lo que he visto es corrupción y miseria? Altharia no es lo que me prometieron. No es el paraíso de magia y justicia que siempre creí. Es un pozo oscuro, lleno de traidores y monstruos disfrazados de hombres.

La amargura crece en mí como una tormenta. Puedo sentir el frío infiltrándose en mi corazón, endureciéndolo. Ya no puedo confiar en nadie. No quiero. Si las personas a las que más amaba podían traicionarme, ¿qué me queda? El Ethan que era, el chico esperanzado, bondadoso... ya no existe. Aquí, en esta jaula, entre el barro y la sangre, ese Ethan muere.

Los caballos continúan su marcha. Los guardias siguen vigilándome, ajenos a la transformación que ocurre dentro de mí. Ya no siento lástima por mí mismo. Solo rabia. Rabia contra este destino que me fue impuesto, contra este mundo que se empeña en aplastarme. Ya no quiero ser el mismo chico que evitaba hacer daño. Ya no quiero ser el chico que dudaba en defenderse por miedo a perderse a sí mismo. Si este es el precio de la supervivencia, entonces que así sea.

El Despertar Obscuro: El Ascenso.Where stories live. Discover now