Capítulo once: Unknown

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¿?

La ventisca ruge con furia, golpeando las ventanas de la posada con un ritmo irregular. Cada vez que el viento silba y sacude la estructura, siento que me cubre como un manto, protegiendo mis pasos, haciéndome invisible. El pasillo está en penumbra, apenas iluminado por la luz vacilante de un farol colgando en la pared opuesta. Los tablones de madera crujen bajo mis pies, pero no lo suficiente como para despertar sospechas. Más abajo, las voces en la taberna son un murmullo distante, apenas audible a través de las paredes gruesas. Risas apagadas, conversaciones entrecortadas, la gente relajada, sin sospechar lo que ocurre en el piso superior. Todo sigue su curso normal. Excepto para mí.

Me muevo despacio, sin prisa, pero con la precisión de quien sabe que un solo error puede significar el fin de todo. Mis manos están frías, más de lo que me gustaría, y siento el leve temblor en mis dedos. No es por el frío, lo sé. Es la tensión, esa sensación que se instala en la boca del estómago y se niega a ceder, como una cuerda demasiado tensa a punto de romperse. Me repito que debo mantener el control. Lo he hecho antes. Esto es solo un trabajo más.

Llego a la puerta. No está completamente cerrada, apenas entreabierta, lo suficiente como para permitirme espiar en el interior sin tener que tocarla. Me detengo justo fuera, mis ojos acostumbrándose a la oscuridad que reina dentro. Puedo ver la silueta en la cama. Quieto. Sumido en un sueño profundo. El ritmo constante de su respiración me indica que todo está bien. Aún no sabe nada.

La habitación está fría, más que el pasillo, y un escalofrío me recorre la espalda. Puede ser la temperatura, o puede ser lo que estoy a punto de hacer. A veces no es fácil distinguir entre una cosa y otra. Contengo el aliento y me deslizo dentro.

La mochila está justo donde él dijo que estaría, al pie de la cama, descuidada, confiada. Sabe que nadie se atrevería a revisarla, pero yo no soy cualquiera. Él lo sabe. Por eso me pidió a mí. Nadie sospecharía de mis intenciones. Nadie esperaría que fuese yo la que hurgara en las pertenencias de otro.

Mis pasos son ligeros, apenas un susurro en la penumbra. Me inclino sobre la mochila, mis dedos tanteando las correas antes de desabrocharlas. El ruido del viento es constante, mi única compañía en esta habitación llena de sombras. Cada movimiento lo hago con cuidado, calculando el espacio entre suspiros, entre el rugido de la tormenta, entre los crujidos de la posada que parecen amplificarse en el silencio de la noche.

Cuando abro el bolso, me detengo un segundo, escuchando. Nada. Sigue durmiendo. Con un toque suave, empiezo a revisar su contenido. Ropa, comida, lo de siempre. Nada sospechoso. Hasta que mis dedos rozan la piel suave y fría de algo mucho más valioso. El grimorio.

Lo saco con cuidado, mis ojos ajustándose para captar el símbolo dorado que brilla tenuemente en la tapa. El sol. El mismo que él me describió. Esto lo confirma. Mis pensamientos son rápidos, procesando lo que significa. Todo encaja. No es casualidad que lo haya visto, no es una coincidencia que haya llegado a nosotros. Está huyendo. Pero no por cualquier razón. Esconde algo.

El viento golpea con más fuerza, un trueno distante retumba en las montañas y me hace levantar la vista. No tengo mucho tiempo. Mis dedos acarician la superficie del grimorio por un segundo más antes de devolverlo a su lugar. Debo ser acruar rápido. Debo ser eficiente.

Pero cuando estoy a punto de cerrar la mochila, algo más llama mi atención. Apenas visible bajo un pliegue de tela, un objeto delgado y largo. Una varita. Mi mente corre a toda velocidad. La saco con cuidado, observando los finos detalles tallados a lo largo de su superficie. No es una varita común, no es algo que alguien sin habilidad poseería. Es de alguien con verdadero poder. Esto cambia todo.

El viento ulula, llenando la habitación con su eco, cubriendo cualquier ruido que podría hacer. Vuelvo a guardar la varita, asegurándome de que todo quede exactamente como lo encontré. No puedo dejar rastro de que he estado aquí. Si lo descubre, el plan se desmorona.

Me enderezo lentamente, mi respiración ahora controlada, y doy un último vistazo a la figura en la cama. Sigue durmiendo, inconsciente de lo que acaba de suceder. Me muevo hacia la puerta con la misma cautela con la que entré, cada paso calculado, cada sonido oculto por la furia de la tormenta.

Cuando salgo al pasillo, me detengo un momento, escuchando. Aún nada. Nadie se ha dado cuenta. Me deslizo fuera, dejando atrás la habitación y el secreto que acabo de confirmar.

Al bajar las escaleras, el frío de la noche me golpea de nuevo. Afuera, él me espera. Bajo la sombra de un árbol, apenas visible en la oscuridad. Lo noto con la mirada fija en la taberna, expectante. No necesito decir mucho. Me acerco, y en cuanto estoy a su lado, le doy la confirmación que esperaba.

—Lo tiene —susurro, mi voz es apenas un eco en medio de la tormenta.

No hace falta más. La sonrisa que aparece en su rostro me lo dice todo. Ambos pensamos lo mismo.

El Despertar Obscuro: El Ascenso.Where stories live. Discover now