Capítulo diez: Stonehaven.

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Ethan

El viento helado ruge entre las rocas, como si quisiera advertirnos que no pertenecemos aquí. Mis manos están entumecidas, y cada aliento que exhalo se convierte en una nube blanca que desaparece casi al instante. Frente a mí, la aldea de Stonehaven se extiende, pequeña y solitaria, incrustada en lo alto de La Cordillera Escabrosa. Parece más una cicatriz en el paisaje que una comunidad viva. La subida ha sido extenuante, y con cada paso más me pregunto cómo alguien podría elegir vivir aquí, en esta tumba de hielo.

El aire huele a piedra húmeda y ceniza. No hay árboles, solo formaciones rocosas desgastadas por el tiempo y el frío, como si hasta la naturaleza misma hubiera decidido que esta tierra no merece su esfuerzo. Las casas de piedra se alzan modestas, algunas inclinándose por el peso de los años y las tormentas. El sonido de las hachas rompiendo el hielo en busca de minerales reverbera en el aire, un eco que parece no tener fin, como si fuera lo único que mantiene el ritmo de vida en este rincón perdido.

El resto del gremio avanza en silencio, sintiendo el mismo peso que yo. Stonehaven es diferente, es como si incluso las esperanzas aquí hubieran muerto de frío.

El camino hacia la aldea ha sido largo y peligroso, atravesando senderos empinados y traicioneros. Llegamos justo antes de que anocheciera, cuando el cielo comenzaba a teñirse de un gris oscuro que prometía más tormenta. Las nubes se arremolinan sobre nosotros, pesadas y amenazantes, preparándose para soltar su carga de nieve en cualquier momento.

—Aquí es, Stonehaven —dice Asaji, su voz apenas audible entre el rugido del viento.

Levanto la vista y contemplo las chimeneas que escupen humo negro al cielo invernal, tratando de darle algo de vida a un lugar que parece haber sido olvidado por todo. Las viviendas son bajas, construidas con piedra y madera, cubiertas con gruesas capas de nieve. Sus techos son puntiagudos, y en algunos cuelgan carámbanos afilados como dientes. La escasez de recursos es evidente; muchas de las casas están remendadas con lo que parece ser madera vieja y piedra desmoronada.

A lo lejos, puedo escuchar los golpes sordos de los picos contra la roca, resonando desde las profundidades de las minas. Aquí no hay descanso, ni siquiera en esta hora donde el día se confunde con la noche. No puedo evitar imaginarme a los habitantes de la aldea, encorvados, con manos ásperas y llenas de cicatrices, luchando día tras día solo para arrancarle algo de valor a estas montañas implacables.

Mis pensamientos regresan a las noches en que el gremio y yo nos sentabamos en frente a la fogata, ellos contaban historias sobre lugares como este: lugares donde la miseria no es solo parte de la vida, sino el núcleo de ella. No puedo evitar compararlo con la vida que dejé atrás, la relativa comodidad de la granja y la calidez de mi hogar. Aquí, no hay cabida para el lujo, ni para los sueños. Solo supervivencia.

Al pasar entre las primeras casas, un grupo de niños nos observa desde la distancia. Sus rostros están cubiertos por capas de suciedad y ropas raídas que apenas los protegen del frío. Sus ojos son grandes, oscuros, desconfiados. Un par de mujeres, con mantos grises y gastados, nos miran desde una esquina, intercambiando susurros mientras seguimos nuestro camino. Puedo sentir su juicio, su resentimiento hacia cualquier forastero que se atreva a cruzar sus dominios.

—Se nota que no han visto extraños en mucho tiempo —murmura Stump, caminando a mi lado.

—¿Quién querría venir aquí? —responde Gehena con un tono desinteresado, aunque su mirada parece estar puesta en algo más allá del paisaje desolado.

Una respuesta tajante que suelta con brusquedad, pero que no esconde verdad alguna, por muy frías que fuesen sus palabras, casi tan heladas como el clima en Stonehaven, van cargadas con el peso innegable de la verdad.

El Despertar Obscuro: El Ascenso.Where stories live. Discover now