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Rascaba su cabeza, daba vuelta el pescado de vez en cuando para que se cocinara bien. Apoyo su brazo sobre la rodilla y siguió esperando. No podía seguir así, llegaba fuera de la Aldea varios meses y no podía encontrar algún rastro de él.

Sin notarlo, unas lagrimas se asomaban por sus ojos.

Acercó su mano al costado de su rostro, sintiendo la cicatriz que yacía bajo su ojo derecho. El recuerdo de su marca seguía fresco en su memoria. Por alguna razón ella la vio con pánico y arrepentimiento por lo que le hizo.

Pero solo huyo. Huyo y huyo lejos de todos por él. Porque él siempre era primero. Siempre. Lo cuidaba de que no saliera herido o alguien quisiera perjudicarlo de alguna forma. Todo el día atrás suyo para protegerlo, pero ahora estaba sola, no podía estar a su lado.
Toco sus mejillas; ahora húmedas, por sus lágrimas. Perdió la cuenta de cuánto tiempo estuvo haciendo lo mismo. Día, tarde y hasta que el sol se perdía entre las montañas, incluso más que eso. Pasaba días sin dormir pensando en donde podría encontrarse.

Comenzaba a desesperarse.

Sacudió su cuero cabelludo con brusquedad. Su respiración se aceleró de a poco, sus brazos temblaban. Miro su alrededor apretando sus dientes, de su garganta emergió un grito, agarro tierra entre sus manos y la lanzó al fuego. Sacudió piernas y brazos mientras se levantaba para arrojar todo lo que tuviera cerca.

—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —se detuvo unos segundos para ver el lío que ocasionó—. Mierda... Maldita sea...

Cayó de rodillas.

La comida que tanto esperaba ya no era comestible. Estaba cubierto de tierra y el fuego se apago. Moría de hambre, su estómago rugía implorando por algo de comer.

Pasaría otro día en ayunas. Doblo sus piernas abrazando sus rodillas. Comenzaba a acostumbrarse a no ingerir algo.

Levantó la mirada. Escuchaba pisadas provenir del bosque, no se levantó. No tenía la fuerza para enfrentar a alguien. Mala idea el no comer aunque sea una hierba buena. No pensaba en ella como lo hacía antes, descuidaba su entrenamiento el que tanto se esforzó por lograr. Llegaba a sentir su chakra desequilibrado.

—Por favor, debes comer algo, Sayuri-chan.

Se exaltó. Sus labios se separaron levemente, giro sobre el suelo para voltear por completo. Empezó a temblar, parpadeo varias veces dejando salir grandes lágrimas.

Sollozo.

Y como una niña asustada, estiro ambos brazos hacia el rubio para que la ayudara.

Espero pocos segundos hasta sentir que su cuerpo era cubierto por sus brazos, mojaba su hombro con sus lágrimas, pero a ninguno le importaba.

Estaban juntos de nuevo.

—Debiste contarle lo que te sucedía.

—Lo siento.

—Me preocupo por ti, quiero que confíes en mi como siempre. Que me cuentes tus problemas y más cuando son así de serios.

—¡Lo siento! ¡Por favor, perdóname!

Ambos estaban sentados en el césped frente al otro mientras se tomaban la mano. Sayuri mordió su labio superior, acercó las manos del rubio hasta su rostro y bajo la cabeza.

—Lo lamento, de verdad... Yo solo... Perdóname...

El Uzumaki soltó un ligero suspiro. Libero el agarre que la chica tenía en sus manos y las paso a ambas mejillas, obligandola a levantar la cabeza.

𝓛𝓪 𝓤𝓬𝓱𝓲𝓱𝓪 𝔂 𝓔𝓵 𝓤𝔃𝓾𝓶𝓪𝓴𝓲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora