Después del fallecimiento de uno de sus hijos, Aquino, Duxo y sus dos pequeños, deciden empezar de cero en un nuevo hogar.
Pero perder un hijo no es cualquier cosa, y Aquino estaba intentando sobrevivir con el dolor encima, descuidando su matrimonio...
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Los ánimos en la casa eran como una montaña rusa. Aveces bajan, aveces subían.
Habían buenos días y habían malas noches. Esa mañana había comenzado bien, por lo que la cabeza de Aquino no lo atormentaba con ningún otro pensamiento que las acciones de su presente.
Duxo se apuraba en desayunar para llevar a los niños a la escuela, los cuales solo se colocaban los zapatos con rapidez.
—¿¡Ya están listo?!— Les grito.
Los dos bajaban corriendo y emocionados, o al menos así se encontraba Mictia.
Natalan intentaba no caerse de cara por lo pesada de su mochila, pero a pesar de eso seguía bajando rápido.
¿Desde cuando eran tantas escaleras?
—¡Vámonos!— Grito Mictia en cuanto piso el suelo.
Natalan intentaba apresurarse, pero en lo que sus padres los apuraban no se había atado bien los zapatos y por supuesto que su mochila estaba repleta de cuadernos pesados.
Por lo que al perder el equilibrio en un mal paso, cayo de frente al piso, justo antes de llegar.
—¡AUCH!— Grito en cuanto sintió su rostro arder.—¡Ay! M-mi nariz.—
Duxo y Aquino se apresuraron a cargarlo y revisar todo aquello que ni siquiera estaba herido.
—¿Estas bien? ¿Cómo te pudiste haber caído? Tienes que bajar con cuidado, pudiste haberte roto una pierna o algo peor.— Comenzó a decir Aquino.
Natalan intento contenerse las lágrimas, le dolía y más lo sintió cuando noto gotas de sangre sobre su camisa blanca.
—P-Perdón papás.— Dijo para tallar sus ojos apenado.
Duxo regresó con papel para parar la pequeña hemorragia.
—Mictia, espéranos en el auto por favor.—
La pequeña, algo asustada y preocupada por su hermano, hizo lo que se le fue indicado.
