Secreto desvelado (Parte 19)

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Marta descorrió la cortina dejando que los primeros rayos del día iluminaran la habitación. Se había vestido dejando a Fina en brazos de Morfeo. Verla dormir plácidamente le resultaba conmovedor. Su rostro relajado era sinónimo de paz interior y esa paz la reconfortaba. La botella de champán, sin abrir, reposaba sobre la mesa. Había sido una ingenuidad pensar que iban a dar cuenta de ella. La contempló con una sonrisa burlona. Ahora no la necesitaba para ahogar sus penas. La soledad de la boda de su hermano era tan sólo un recuerdo más de los que ya no podían hacerle daño, no ahora que tenía a su lado a la persona amada. Fina, ajena a sus tribulaciones, mostraba una media sonrisa en su conversación con el dios del sueño. Marta se encontró pensando en que podría despertarse con esas vistas el resto de su vida. Si no fuera...

-Marta -susurró Fina para sí misma. Escucharla pronunciar su nombre hizo que su corazón se saltara varios latidos, como si de repente se encontrara ante un precipicio y estuviese a punto de resbalar. Un territorio desconocido para ella. Alguien había depositado toda su confianza en que conseguiría mantenerse firme. Y ese alguien tenía nombre y apellidos: Fina Valero. ¿Qué era al amor si no arriesgarse? Dejar en manos de otra persona tus deseos, tus esperanzas, tus anhelos. Desvelar los secretos más íntimos, entregar la intimidad. Abrirse en canal. Compartir lo más preciado que se tiene: la vida. Amar y ser amado era un regalo pocas veces valorado. Marta se sentía la mujer más afortunada del mundo al poder disfrutarlo. Nada tenía sentido si no había un hogar al que volver y ella soñaba con formarlo junto a Fina. Por eso había alquilado el apartamento. Necesitaban su propia habitación.

-Marta -repitió Fina ésta vez con los ojos entre abiertos. Había palpado la cama a su lado encontrándola vacía.

-Estoy aquí. Es que las vistas son espectaculares.

Fina sonrió. La estaba mirando a ella con gesto tierno.

-Pues desde aquí, ni te imaginas. Tengo a una mujer de quitar el aliento justo delante. No sé si la conoces.

Marta no pudo contenerse más y regresó a la cama para darle los buenos días como se merecía. Tuvo que detenerse para que la cosa no fuera a mayores, por mucho que ambas lo desearan. Debían regresar. Ordenaron todo entre carantoñas y risas. Podría decirse que nadie había visto a Marta de la Reina tan feliz, despreocupada, luchando por hacer la cama ante las bromas de Fina.

-Cómo se nota que es usted una señora. Anda que no saber hacer la cama a su edad.

-¡Oye! ¿A quién llamas tú señora? Soy una chica.

A Fina le gustó su respuesta, pero la matizó.

-Mi chica.

-Tuya y de nadie más.

-Mi chica -Fina saboreó esas dos palabras mientras las decía- está poniendo el cobertor al revés.

-¿No va así? -cuestionó alzando una ceja. Cualquiera diría que nunca había roto un plato.

-Lo estás haciendo a propósito, ¿verdad?

Marta sonrió con malicia. Cada vez que lo hacía mal Fina se acercaba y sus manos se tocaban. No podía despegarse de ella.

-Marta, tienes una empresa que dirigir y yo una tienda que atender.

-Me encantas cuando te pones firme.

-Para ya.

-¡Oh, vamos! No estoy haciendo nada -protestó haciendo un puchero. Y era cierto. No podía evitar mirarla en la forma que lo hacía. Su lenguaje corporal era completamente natural.

-¿Puede volver Doña Marta, por favor? Es que a este paso no salimos de aquí.

-Doña Marta no era feliz. No quiero que vuelva. Ahora sé quién soy. Y sé que tengo responsabilidades. Sólo quiero pasar tiempo contigo y no pensar en...

«Jaime» sonó en su mente como un eco y un rictus de dolor cruzó su rostro. No quería volver a la realidad.

-Perdóname. Me estoy comportando como una idiota. Es que...

-Lo sé. Lo sé -dijo Fina y le tomó el rostro con las manos-. Perdóname tú a mí. Yo también me quedaría aquí. En cualquier lugar en el que estés tú, pero no sería real.

-Pero yo sí y duele. Yo, por primera vez, soy real. Y volver significa fingir. Estoy cansada, amor.

Fina podía haberle reprochado sus palabras teniendo en cuenta que ella llevaba actuando desde que tenía uso de razón, pero no era esa clase de persona. Además, ella no tenía ataduras, ni matrimoniales, ni económicas, ni de clase. Vivía en una jaula, pero gozaba de la comprensión de Carmen y había tenido experiencias como para no sentirse igual de atrapada que Marta. En cambio, se limitó a besarla dulcemente. En sus labios estaba su respuesta. Al separarse, se fijó en la botella de champán. La tomó alzándola en el aire.

-La abriremos cuando seamos libres. Cuando amarnos no nos haga daño. Porque llegará el día en el que seamos una página más de la historia y esa historia tendrá un final feliz.

-Brindo por ello -contestó Marta alzando un copa invisible.

Sueños de libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora