Secreto desvelado (Parte 22)

1.3K 77 6
                                    

Escuchaba su corazón latir de forma acompasada. Tenía los ojos cerrados dejándose llevar por su ritmo. Se encontraba en su hogar, arropada por un brazo que creía jamás la soltaría. Sobre ella el cielo bostezaba con tímidas nubes que jugaban a hacer competencia al sol. En su danza mecida por una suave brisa provocaban destellos en el pelo de dos mujeres, las cuales abrazadas en un gesto tierno, disfrutaban del silencio de una tarde que daba a su fin. La jornada campestre había sido perfecta. El tiempo las había acompañado como un chaperón orgulloso. Tenían el estómago lleno gracias a un surtido copioso de toda clase de aperitivos cortesía de Fina, la cual tenía muy buena mano para la cocina. Las palabras de amor, las carantoñas se sucedieron en un idílico paraje, alejado de miradas inoportunas. Parecía una pedazo extraído del paraíso, con el tranquilo discurrir del río como testigo sonoro de un instante por el que la vida tenía sentido. Sin el cual cabría preguntarse cuál era la razón de la existencia.

-A veces me pregunto si sería capaz de vivir sólo de recuerdos -dijo Fina pensando en voz alta-. Si podría guardar mi ilusión en ellos y tomar un pedacito cada vez que todo sea demasiado.

Marta la miró como sólo ella sabía hacerlo, pero en esta ocasión una mota de tristeza se instaló en sus iris. Su boca se abrió, pero ningún sonido salió de ella. Había tratado de apartar de su mente la sombra que suponía su marido. Una sombra que las rondaba desde que habían dejado de ser dos personas para fundirse en una, para necesitarse como nunca antes lo habían hecho. Cada una libre, pero irremediablemente unidas. Una culpa de origen conocido comenzaba a nublar su ánimo, al igual que las antes tímidas y perezosas nubes blancas empezaban a cubrir el cielo.

-Sé que te he dicho que disfrutemos del momento y ha sido inmejorable. El mejor cumpleaños de mi vida. Gracias a ti - agradeció Fina y se incorporó para besarla en los labios dulcemente. Era otro beso más de los que se habían regalado a lo largo del día-, pero debemos hablar del futuro.

-Bueno, en realidad, parte se lo tienes que agradecer a Carmen, pero no así, claro.

Marta compuso una sonrisa pícara, no obstante no consiguió eliminar la arruga de preocupación que lucía en su frente como un presagio de lo inevitable.

-¡Anda qué! Deberías dejar a Carmen conocerte así porque a bromista no sé quién gana.

-¿No gano yo? -cuestiono Marta formando un puchero.

-Bueno es que Carmen es mucha Carmen.

-Lo sé. También sé lo afortunadas que somos con tenerla.

-Marta, tenemos que hablarlo -insistió Fina al ver cómo trataba de desviar el tema. A ella tampoco le agradaba, pero debía hacerle frente.

-¿Para qué? Disfrutemos del momento.

-Jaime va a volver tarde o temprano. No podemos seguir ignorándolo. ¿Qué vamos a hacer cuando lo haga?

Marta desvió la mirada. No quería que viera el temor que mostraban sus ojos.

-Mírame. Mírame, por favor -suplicó Fina. La joven obedeció tratando de formar una sonrisa que se quedó en tan solo una mueca.

-Fina. Sabes lo que supone para mí que él vuelva. No quiero hablar de ello.

-Pero es que va a pasar igual y necesitamos ser fuertes. Buscar una manera de evitarlo y seguir viéndonos.

Los ojos de Marta comenzaron a aguarse, así que volvió a girarse centrándose en los tonos rojizos que se dibujaban en el horizonte. El día había sido demasiado bonito como para terminar de la misma manera. Fina comprendió a qué se debían las desconexiones de su acompañante, sus miradas huidizas. La estupefacción heló su gesto. Rompió el contacto con demasiada brusquedad.

-¿Vas a dejarme?

La pregunta resonó en los oídos de Marta formando un eco que amenazaba con romper su equilibrio emocional.

-Cuando él regrese vas a dejarme -repitió sin creérselo-. Por eso tus silencios, tus evasivas. Por eso cuando sonríes no te llega a los ojos.

Marta no dijo nada. El horizonte se volvía cada segundo que pasaba más borroso. Las lágrimas bajaban por sus mejillas en una carrera desesperada. El momento que tanto temía había llegado.

-¿No piensas negarlo? ¿No piensas decir nada?

Marta se quedó petrificada en el sitio, incapaz de reaccionar. Llevaba dos días haciéndose a la idea, imaginándose todos los escenarios posibles, interpretando su respuesta. Después de la conversación con Carmen había recibido una carta de Jaime anunciando su llegada. Desde entonces tenía un nudo en el estómago, desde el momento en que decidió que debía terminarlo todo se sentía enferma.

-Ya veo -continuó Fina clavando en ella una mirada furiosa y dolida-. Así que esto es una despedida. ¿Cuándo vuelve? -gritó, ya con las emociones desbordadas y la voz rompiéndose al igual que su corazón.

-Mañana -susurró Marta y la enfrentó. Fina en otra ocasión habría enmudecido ante la imagen de la joven de la Reina. Era la personificación del sufrimiento, de un sufrimiento contenido. Su rostro luchaba por dejar salir todo el dolor, pero Marta no había sido educada para eso. Estaba rígida, con sólo gruesas lágrimas cayendo en su grito ahogado. Era la viva imagen de alguien que merecía compasión y no reproches, pero Fina no era capaz de verlo.

-No sabía que eras tan cobarde -dijo, en cambio, y se puso en pie-. Que serías capaz de regalarme el día de hoy para destrozarme al siguiente. ¿Qué clase de persona hace eso? Y encima eres incapaz de justificarte. ¿Cómo pensabas dejarme? ¿Por carta como intentaste con tu marido?

Cada palabra que pronunciaba abría la distancia que comenzaba a formarse entre ellas.

-Fina, por favor. Yo...

La realidad siempre superaba a las expectativas. Marta lo estaba comprobando en su propia piel. Su mente era demasiado pragmática. No quería hacerle daño a Fina, así que la alejaba. Era lo que siempre hacía: apartarse aún a costa de su propia felicidad. Sin embargo, esta vez había cometido un terrible error. La decisión no dependía sólo de ella.

-Eres una gran actriz. Si alguna vez te aburres de ser lo que demás quieren que seas, tienes futuro.

No era Fina quien hablaba sino el dolor, el sentimiento de traición. Marta lo sabía, pero no era capaz de defenderse. No esperaba tener esa conversación, no de esa manera. Se vio superada por la situación. No quería herirla y había logrado todo lo contrario. Al final se vio sola rodeada de los restos del picnic, con la noche encima. La oscuridad la envolvió y pensó en dejarse llevar, en quedarse a la intemperie, cerrar los ojos y esperar a la mañana, pero no estaba programada para ello. Recogió todo aún sollozando. Las nubes se habían agrupado ya en número, curiosas, y se unieron a su desahogo. Una fina lluvia empezó a caer empapándola, pero no apresuró el paso. La autocompasión empezaba a surgir entre todas sus emociones y la rectitud regresó a su rostro. Doña Marta de la Reina regresaba a casa. El hogar acababa de perderlo.

Sueños de libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora