Carmen cruzó las manos sobre su regazo. Estaba sentada en frente de una Marta de la Reina con el ceño fruncido. Para variar, estaba en silencio y lo suyo le estaba costando. Quería saber por qué la había hecho llamar, pero la otra joven no parecía notar su impaciencia.
—Doña Marta, no es que no me guste contemplarla, y su despacho es muy bonito, pero ¿me va a decir que hago aquí?
—No sé Carmen, tú me dirás.
Carmen alzó las cejas, sin comprender.
—Pues mire, tengo la misma idea que de inglés. Ni papa, vamos. "Gelou" y gracias.
—¿No se te olvida algo?
—Pues ahora que lo dice... —arrugó la frente intentando recordar—, creo que no he puesto el uniforme para lavar.
Marta estaba haciendo un esfuerzo para no echarse a reír. Era muy difícil mantener la compostura cuando Carmen actuaba como sólo Carmen sabía hacerlo.
—¿Qué día es hoy? —cuestionó Marta tratando de ayudarla. Le divertía la situación.
—Pues a fin de mes no estamos, así que el inventario no es. Teniendo en cuenta que lo hago yo casi siempre, difícilmente se me olvidaría. Pues no sé a dónde quiere llegar.
—El cumpleaños de Fina es en dos días —dijo Marta por fin, rindiéndose ante ella.
Carmen apenas reaccionó, lo cual la sorprendió.
—¿Fina no lo celebra? Creí que...
—Oh, sí, claro que lo hace. Lo que pasa que este año pues supongo que lo pasará con usted en el apartamento ese que tienen en Madrid.
Marta se atragantó con su propia saliva y Carmen estuvo tentada a levantarse y darle varias palmadas en la espalda. Se conformó con verla toser de manera incómoda.
—Pues la verdad es que esperaba que tú me ayudaras a planear algo que no sea... Bueno, eso. Ya sabes.
—Oh, sí. Claro que lo sé —respondió y compuso una sonrisa cómplice.
—Carmen, por favor.
—Bueno, yo ya le dije que me tiene que aguantar como soy. Y por el amor de Dios, si me permite, ¿puedo tratarla de tú? Es que es más raro esto que ver a Fina sin usar horquillas.
Las cejas de Marta amenazaron con declararse en rebeldía cansadas del descontrol al que su dueña las castigaba al tratar de asimilar las palabras de Carmen y lo que implicaban.
—De acuerdo. Dejemos las formalidades a un lado, al menos cuando no estemos en público.
—¿Llamarte cuñada es demasiado todavía?
Carmen estaba dispuesta a poner nerviosa a Marta todo lo que pudiera. Quería hacerla salir de su zona de confort, que se relajara, se dejara llevar y viera que podía confiar en ella. La vida no estaba para tomarla tan en serio. Los problemas venían solos, no hacía falta atraerlos, así que era casi obligado celebrar cuando todo iba bien. Ya tendrían tiempo de sufrir, de dramas.
—Sí, tampoco te pases.
—Bueno, poco a poco —aceptó Carmen—. Y volviendo a lo que decías antes. A Fina le encanta dar paseos junto al río. Lleva un tiempo insistiéndome en hacer una comida campestre. Entre pitos y flautas los vamos retrasando y al final nada.
Marta sonrío, encantada con la idea.
—Me parece un muy buen plan.
—Podrías hacerle unos bollos suizos. Como la otra vez, ¿te acuerdas? Pero esta vez no hace falta que los lleves a la tienda.
Los ojos de Carmen brillaban con astucia.
—Ja. Eres muy graciosa.
—Bueno, tengo mis momentos. No te creas. Que también sé cuando sacar las uñas.
Marta supo interpretar lo que quería decir. Carmen podía llegar a ser una amiga, pero siempre se pondría de parte de Fina y eso hizo que se entristeciera ligeramente.
—Marta, soy una persona justa. No voy a defenderla hasta cuando no tenga razón. No funciono así —dijo Carmen como si le estuviera leyendo la mente.
—¿Cómo?
—Eres muy expresiva. Tu rostro refleja lo que sientes. Y no. No me iré a ningún lado si me necesitas. Soy leal, pero no tengo una venda sobre los ojos. No soy perfecta, ni Fina, ni tan siquiera tú.
Marta la miró viendo lo que veía Fina en ella y agradeció poder contar con su apoyo. Carmen se puso en pie.
—Me dijiste que te detuviera si le hacías daño a Fina. Yo te pido que si es ella quien te lo hace a ti, me lo digas. No estás sola, Marta. No lo olvides. Y cuando vengan las curvas, que vendrán, mi puerta estará abierta.
—Carmen, yo...
—Nada. Basta de cháchara por hoy, que mi jefa es exigente y debo cumplir con mi trabajo.
Marta se limitó a asentir.
—Gracias —dijo con sinceridad absoluta.
—Por cierto, lo de las horquillas de Fina. Mejor el pelo suelto, ¿no crees? —cuestionó antes de irse. Marta suspiró. Le costaba dejarse fluir. Solo sus manos parecían tener la libertad que tanto ansiaba.
Se podría decir que hay dos tipos de personas: las que se mueven como si tuvieran que pedir permiso por el espacio que ocupan y las que desprenden tal seguridad que se abren paso como si lo que les rodea les perteneciese o fuese una extensión más de su propio cuerpo. La Marta racional pertenecía a la segunda clase, pero la Marta emocional era de la primera y todavía le quedaban por derramar unas cuantas lágrimas antes de llegar a comprender que merecía ocupar el lugar en el que estaba.
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Sueños de libertad
FanficPosiblemente una serie de historias cortas de los personajes Marta de la Reina y Fina de la serie Sueños de libertad. Enmarcadas en la serie y con aparición de Claudia y Carmen, y quizás de otros personajes, porque... ¿En serio tengo que decir por...