Secreto desvelado (Parte 36)

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Continuamos!!

El silencio se adueñó de todo lo que tenía a su alrededor. Ni siquiera el miedo que sentía Fina fue capaz de hacerle frente. Era como un manto espeso que la atrapaba envolviendo sus cuerdas vocales. Se conformó con ver avanzar a Marta y la tomó como el faro que ilumina el regreso al hogar. La joven de la Reina estaba acostumbrada a ser lo que los demás querían que fuera, así que esta vez no iba a ser distinto, con la salvedad de que en esta ocasión coincidía con lo que ella también deseaba. Tomó aire y apretando la mandíbula se dirigió hacia la cama en la cual reposaba Isidro. El hombre sonrió al verla.

—Doña Marta, agradezco su visita. Disculpe mi aspecto. He tenido días mejores —dijo con serenidad y con el respeto que impregnaba cada palabra cuando la tenía delante. Marta despertaba en él admiración y cariño. La consideraba la mejor de los hermanos de la Reina, la que partiendo en desventaja los había deslumbrado a todos.

—Nos ha dado un buen susto. Supongo que sabe que nos tiene a su entera disposición y no volverá a sus quehaceres hasta que se reponga por completo.

—Oh, no se preocupe, señora. No ha sido para tanto. Los matasanos son unos exagerados. Volveré a mis ocupaciones en cuanto salga de aquí.

—No creo que su hija esté de acuerdo con eso, ¿no le parece? Es una joven de gran corazón y no se perdonaría que usted sufriera por apresurar los acontecimientos. Le necesita con todas sus fuerzas —Recalcó las últimas palabras todo cuanto pudo sin que sonara demasiado estridente. Trataba de tantear el terreno sin dejarse en evidencia. Isidro no respondió al capote que le había tendido, así que decidió tensar un poco más la cuerda.

—¿Ocurre algo? Parece que hay algo más que le perturba.

—Usted siempre ha sido una gran observadora. Sus ojos azules, atentos a todo. Don Damián tiene mucha suerte.

—No me dirá que tiene queja de Fina porque no me lo creo.

—Ojalá se pareciese más a usted —replicó, oscureciéndose su rostro durante el proceso.

Marta se contuvo para no soltar una carcajada. Isidro no era consciente de lo que decía. No podía ni imaginarse cuán alejado estaba de la realidad. Marta era apenas la ilusión de un mago, Fina tenía forma propia, tangible, reconocible, una forma de la que se enorgullecía. En cambio ella sólo conseguía ser consistente en su presencia, aún estaba trabajando para sentirse completa también a solas. Eran demasiados años viviendo en un personaje que no le correspondía.

—No hay nada en Fina que deba cambiar para ser como yo. Tiene una hija maravillosa. Lo sabe perfectamente. Es más, soy yo la que debo aprender de ella. He tenido las cosas mucho más fáciles, así que me cuesta ser objetiva —Hizo una pausa para tomar aire—. Además, veo como le mira su hija y no hay amor más sincero en sus ojos.

—El amor a veces no es suficiente.

—Puede ser, pero el amor es lo único que nos queda cuando lo demás se ha agotado. Es lo que nos salva cuando todo parece perdido.

Isidro no supo qué contestar a eso, quedándose pensativo. Había escuchado esas palabras antes.

—Discúlpeme, le estoy atosigando. Será mejor que no le robe más tiempo. Iré a llamar a Fina.

Marta hizo oídos sordos al no susurrado que se escapó de los labios de Isidro. Había tratado de rebajar la tensión del ambiente. Sin embargo, Isidro siguió balbuceando. Se giró hacia él. El hombre se encontraba cada vez más pálido. Corrió para situarse a su lado.

—Isidro, ¿se encuentra bien? ¿Quiere que llame a una enfermera?

Éste la tomó de la muñeca, pillándola desprevenida.

—Es usted, ¿verdad?

—¿Cómo dice?

No había escuchado esas palabras. Las había leído, letra por letra.

—El diario es suyo.

Sus ojos se abrían cada vez más, como si la verdad intentara escapar de ellos. La boca, acompañaba con el mismo gesto. Marta se libró de su agarre, retrocediendo, espantada.

—No sé a qué se refiere.

—¿Es usted la que ha corrompido a mi hija?

—Yo...No...Yo...

—Ahora no encuentra las palabras. Bien que las plasmó en esa aberración de diario.

Marta se quedó anclada en ese adjetivo volviendo a ser la ilusión que tanto temía. El mago acababa de terminar la función y ella desaparecía entre sus inseguridades, rodeada por el qué dirán, reducida a una existencia basada en proteger la reputación familiar. Su mente iba de una consecuencia a otra, a cada cual de mayor gravedad. Necesitaba huir y eso fue lo que hizo. No estaba con Fina, ella esperaba afuera a que le diera paso. No estaba su ancla. No sabía ser en soledad y volvía a demostrarlo echando a correr.

—Marta —escuchó gritar tras de sí a Fina, pero Marta de la Reina ya no atendía a razones. Volvían los demonios a recordarle que jamás sería libre sino era capaz de enfrentarse a sí misma, de plantarse, de decirle al mago que ella era real, no la ilusión de nadie y que podía tomar forma, una forma igual de bella que la que Fina veía en ella. Quería dejar de correr, detenerse, serenarse y decirle a Isidro que sí, que era ella la que amaba a Fina, que era ella la que escribía de esa manera sobre su hija y que no se arrepentía de hacerlo, pero no era lo suficientemente fuerte para llevar a cabo ese deseo. Era pura fachada. Y acababa de comprender que no podía construir nada con alguien si era incapaz de defender lo que sentía ante cualquiera, por muy Isidro Valero que fuera. No podía huir a las primeras de cambio. No obstante, no sabía actuar de otra manera. Estaba acostumbrada a seguir pautas, pero en el amor no las había. Se encontraba perdida. «No, no puedo hacerme esto» pensó y detuvo su carrera. «Soy mucho más que una de la Reina». Y claro que lo era. Era alguien digna de amar y de ser amada y no había adjetivo capaz de hacerla claudicar. No iba a esconderse esta vez. Apretó los dientes y con el fuego bailando en sus pupilas deshizo el camino andado. Ya estaba bien de sentirse mal por ser como era. No se lo merecía. No iba a pedir perdón, ni a defenderse. Tómame o déjame decían sus ojos. Isidro tendría que aceptarlo. Tenía que hacerse a la idea de que estaba ante su nuera y de que jamás se separaría de Fina, salvo que ella misma se lo pidiera.

Sueños de libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora