Continuamos! :)
-60 pesetas un café, ¡habrase visto! No estoy hecha yo para los precios de la capital, Fina. Menos mal que paga la empresa, que si no.
-No te creía yo de la cofradía del puño cerrado como tú dices-replicó ésta con tono monocorde. No tenía ánimos para modular la voz más allá de lo estrictamente necesario.
-No todas tenemos un amor de clase alta -Le recordó Carmen con cierta inquina. Fina detuvo el paso. Ambas regresaban al apartamento tras la comida. Carmen hizo lo mismo con rostro culpable.
-Perdona. No me hagas caso. Será la calor.
-Carmen, ¡por Dios!, que eres sevillana. ¿Se puede saber qué te pasa? Llevas toda la mañana poniendo pegas a cualquier cosa.
-Pues lo mismo te podría decir yo. Tienes una cara de mustia que pa qué.
-Estoy cansada, nada más.
-Uy, con ese cuento vas a otra, a mí no me engañas.
Fina reanudó el paso, ignorándola. Carmen decidió seguirla. Estaba claro que prefería la privacidad de las cuatro paredes del apartamento. Una vez acomodadas, Fina retomó la conversación.
-Estoy cansada, Carmen. Cada vez que la situación con Marta me hace daño toda mi rutina se ve alterada y contártelo es como reabrir una herida que no se va a cerrar nunca. No me vale sólo con sentirlo, con vivirlo, que tengo que verbalizarlo... Y cuando Claudia o mi padre lo lleguen a saber -Hizo una pausa-. No puedo justificar mi existencia cada vez que alguien lo descubre. Es como si no supiera ser sin ella. Y duele demasiado.
Carmen se tensó en el sitio al escucharla hablar en presente. Necesitaba ser cautelosa con las palabras que iba a decir.
-¿Quién más lo sabe?
-Jaime.
«Y Digna. Pero eso ya si eso te lo digo otro día» pensó Fina. Empezaban a abrírsele demasiados frentes. Todavía le costaba aceptar que su vida ya no volvería a ser la misma, que tendría que redescubrirse cada día. Eso le suponía un esfuerzo considerable. En cierto modo se sentía humillada cada vez que revelaba como era en realidad. ¿Por qué tenía que justificarse para amar? ¿Por qué debía pelearse por simplemente existir?
-¿Jaime? ¿Qué Jaime?
-Jaime -repitió Fina alzando las cejas. Era uno de los gestos de Marta que también habían pasado a ser de ella. Cuando se veía usando alguna de sus expresiones o gestos no podía evitar sonreír. Sin embargo, ésta vez la situación no tenía nada de tierno. Carmen abrió los ojos al darse cuenta de a quién se refería. Se levantó de la silla con tanta rapidez que la tiró al suelo, estruendo mediante.
-¿Jaime Berenguer? ¿El marido de Marta? ¿El pescador? ¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios!...
-Si lo mentas una vez más se te va a aparecer.
Carmen había comenzado a dar vueltas sobre sí misma en un ciclo cada vez más nervioso, pero se detuvo ante su comentario.
-¿Te hace gracia el asunto?
-Pues no, pero necesito relativizar o me abres la ventana y me tiro.
-Estamos en un primero.
-Ni para eso tengo suerte, fíjate tú.
-¡Fina! ¡No lo digas ni en broma! -exclamó con indignación mientras colocaba la silla en su sitio comprobando que la madera no tuviera ningún rasguño. Tomó asiento de nuevo.
-¿Cómo se ha enterado?
-Leyó el diario de Marta.
-Así que eres la musa de Doña Marta de la Reina. ¿Prosa o verso?
-Carmen, ¿quién es ahora la de la guasa?
-Eres una mala influencia, si ya me lo decía el cura.
-A ti el cura te da la comunión cuando osas pisar la santa casa y porque no se puede negar.
-Touché.
-Yo no sabía que Marta tenía un diario. De hecho ahora no lo tiene. Lo tengo yo.
-¿Cómo?
Fina tomó aire y la puso al corriente de lo sucedido días atrás. Carmen escuchó sin interrumpirla en ningún momento. Su rostro reflejaba a la perfección lo que pensaba y mayoritariamente estaba teñido de genuina preocupación.
-No entiendo cómo puedes estar tranquila. ¿No tienes miedo de que os delate?
-Estoy aterrada, pero no voy añadir más miedo al que ya tiene Marta.
-¿Has hablado con ella?
-No. Confío en ella, Carmen. Confío con mi vida. No quiero perjudicarla. Ella conoce a su marido, sabe qué decir y cómo hacerlo. Yo sólo sería un obstáculo. Cuando Marta esté lista vendrá a mí.
La duda recorrió los ojos de Carmen durante un instante, suficiente para que Fina se percatara de ello. Sin embargo, sus palabras reflejaron otra cosa.
-De verdad, que si fueras un hombre te pediría matrimonio. Marta no sabe la suerte que tiene de haberte encontrado. No la hay con corazón más puro.
-Bueno, ya será menos.
-No, no lo es. Otra en tu lugar le hubiese recriminado tener un diario, se lo habría echado en cara o incluso habría buscado algo para chantajear a Jaime.
Fina compuso una media sonrisa.
-No me educaron para ser así, ni creo que esté en mi naturaleza. Siempre he intentado no hacer daño a nadie si puedo evitarlo. No siempre lo consigo.
-¿Sabes qué? En el pueblo solían decir que ser buena persona supone un esfuerzo, por eso muchos no lo son, porque lo fácil es siempre escoger el atajo sin pensar en las consecuencias.
-De buen pueblo has salido.
-¡Hombre, por supuesto! Aunque algunos señoritingos se crean los dueños del cortijo por haber leído libros que nosotras no.
Fina recordó el libro que Marta le había dejado y del que todavía no había podido dar buena cuenta.
-El pueblo es el que cuida las raíces de los árboles que a ellos les dan sombra para presumir después de cultura. No nos dejan tiempo para más, sólo para regar.
Fina comprendió entonces a qué se debía el hastío que Carmen llevaba mostrando desde su estancia en la capital.
-Estás molesta todavía con el proveedor.
-El muy sinvergüenza me dice que vuelva a la escuela. Que me puede hablar de Smith, Keynes y de que su abuela era una bicicleta, pero no me engaña hombre, que una tiene sus andanzas ya y se las sabe casi todas.
Fina rompió a reír y por primera en varios días Marta dejó de ocupar sus pensamientos para dejar paso al recuerdo en el que agarraba a Carmen para que no se abalanzara sobre el proveedor.
-A un tris estuviste de hacerle un traje.
-Yo tengo buen fondo, pero se llega rápido a él -replicó con una sonrisa que destensó sus facciones. Nada como conversar para deshacer cualquier tipo de nudo. Otra cosa era darle la forma adecuada. Carmen y Fina todavía estaban aprendiendo, pero en ese momento sólo importaba el presente y tenían que hacer varios recados antes de regresar a la fábrica. Pero antes de ponerse en marcha, el teléfono del apartamento sonó.
-¡Qué raro! -exclamó Carmen. Normalmente lo usaban para realizar llamadas, no para recibirlas-. Ya lo cojo yo.
Fina fue testigo de cómo el rostro de Carmen se descomponía a medida que recibía más información. Tras colgar, se acercó a Fina.
-¿Qué pasa Carmen? Me estás asustando.
-Tenemos que volver a la colonia. A tu padre le ha dado un infarto.
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Sueños de libertad
FanficPosiblemente una serie de historias cortas de los personajes Marta de la Reina y Fina de la serie Sueños de libertad. Enmarcadas en la serie y con aparición de Claudia y Carmen, y quizás de otros personajes, porque... ¿En serio tengo que decir por...