Secreto desvelado (Parte 37)

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He tardado mucho en actualizar y me temo que así seguirá siendo. Entiendo que es un rollo esperar, pero no hay horas suficientes en el día. Sé que son capítulos cortos, pero es lo mejor que puedo ofrecer.

Agradezco todas las interacciones, de corazón. La historia continúa...


No se puede ser lo que no se es. Lo cual, a todas luces, parece una obviedad, pero hasta la mayor obviedad esconde algo más allá de su sencillez y es que puede modificarse hasta tomar una forma compleja y llena de matices. Hacía unos minutos, Marta estaba dispuesta a salir huyendo, a retorcer la realidad en su mente para hacerla llevadera. Sin embargo, existe un paso entre lo que se es y lo que se puede ser y para darlo no se exige absolutamente nada que no se tenga al alcance. El problema está en que el valor es tremendamente escurridizo y suele parapetarse tras pensamientos negativos, franqueado por "y sis" y "temor a las consecuencias". Exige un gran control mental adentrarse en sus dominios para hacerse con él, para que te considere digna de portarlo a cualquier batalla. Marta lo tenía justo enfrente y le suplicaba con la mirada que la acompañara. Era una gran adversaria. Por eso con rápidas zancadas se aproximó a Fina y tomándola de la mano, ignorando la confusión en su rostro, regresó a la habitación. Cerró la puerta tras de sí sin soltarla en ningún momento para terminar plantándose ante Isidro.

-Fina y yo estamos enamoradas. Eso no va a cambiar, así que me temo que tendrá que hacerlo usted -dijo y se quedó rígida ante él, retándolo. Fina se desprendió de su agarre, perpleja.

-¿Qué está diciendo, Doña Marta? ¿Ha perdido...?

-Tu padre lo sabe y no pienso negarlo, ni retractarme, ni considerarme algo aberrante. Y no voy a tolerar que se me acuse de corromper a nadie. A su hija la amo, ¿me escucha? No se atreva a tachar de corrupto lo más puro que he sentido nunca -. Le temblaba la mandíbula mientras hablaba, así como la mano que Fina había liberado. Sus ojos azules refulgían con los últimos vestigios del arrebato de valor que la estaba poseyendo. Cuando la sensación se evaporó Marta sintió que el peso de sus palabras se asentaba sobre sus hombros, hundiéndola. El valor volvía a resguardarse tras las murallas y las consecuencias florecían ante ellas.

-Cada vez que alguien me descubre debo justificar mi existencia y no lo soporto. No me lo merezco. No le debo nada a nadie -concluyó.

Isidro la contemplaba con desprecio.

-Cuando Don Damián lo sepa se le partirá el corazón. Su hija aprovechándose de una empleada. Es una perversión. Fina, ¿no piensas decir nada? ¿Vas a dejar que hable en esos términos de ti? Como si fueras una desviada.

Marta no cambió de postura. No podía mirar a Fina, seguía fija en Isidro. Jamás influiría en ella. Era libre para escoger sus palabras. Se limitó a susurrar:

-Te perdonaré si lo haces.

Había descubierto que su identidad no estaba sujeta a Fina, jamás lo estaría. Era su corazón el que lo estaba, pero no lo que era. Podía vivir con el corazón roto, pero no ocultando su verdadero ser. Se trataba de una cuestión innegociable. Darse cuenta de ello, le resultó liberador. No necesitaba a nadie para sentirse bien consigo misma. Por eso no temía encararse a Isidro, encararse a quien tratara de reducirla otra vez a un estigma.

-Padre, tiene usted razón en lo que dice... -Marta contuvo el aliento, pero no mostró síntoma alguno de flaqueza. El rostro de Isidro recuperaba el color. Sin embargo, la calma no se asentó en sus mejillas-, aunque no es que lo parezca, es que lo soy -sentenció, elevando el tono de la misma manera que su ánimo.

-No sabes lo que dices, Fina.

-Oh, claro que lo sé -Suspiró, incrédula-. Siempre lo he sabido. Pero también tengo clara otra cosa: soy su hija, la de siempre. La que le prepara su comida favorita, la que le arropa cuando está enfermo, la que le ofrece el brazo para que se sostenga, la que le mira con admiración y siempre lo ha tenido como un hombre bueno al que seguir, al que escuchar. Soy la misma que le abrazaba hace dos días. La misma. Y le quiero... y necesito que me comprenda y que me siga viendo como hasta ahora -Fina había comenzado a llorar, al igual que Isidro, el cual empezaba a sentir que algo se rompía en su interior, que se abría una distancia entre lo que creía y lo que necesitaba creer-. Y que no se vaya de este mundo despreciándome porque usted es mi padre y le adoro. Y no puedo perderlo. No puedo. Cuando me dijeron que estaba en el hospital...

Ya no pudo seguir hablando pues las palabras estaban anegadas y eran incapaces de salir a flote entre tanto dolor.

-Es amor, sólo eso -intercedió Marta-, ¿acaso no puede verlo?

-No lo entiendo -dijo Isidro al fin, tras observarlas como si las viera por primera vez.

-Claro que no lo entiende. Ni yo misma lo entiendo a veces. No es lo que nos han enseñado, mucho menos a usted.

-¿Me estás llamando viejo?

Marta iba a responder, pero se quedó a medio camino al darse cuenta de que la había tuteado. Era un paso inesperado y pasado el shock agradeció la sensación reconfortante que le generó. Le estaba tendiendo la mano, a su manera y ella estaba más que dispuesta a aceptarla.

-Creo que debo dejarle descansar. Demasiadas emociones -se apresuró a decir Marta dispuesta a marcharse antes de que la siguiente ola golpeara la arena. No estaba segura de soportar otro envite. Fina la miró con la adoración grabada en las pupilas y ella sintió como el valor regresaba con la intención de quedarse más a menudo. Es lo que tiene el amor: la capacidad infinita para convencerte de que mereces la pena.

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⏰ Última actualización: Oct 03 ⏰

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