Rechazo

1.7K 73 3
                                    

—Entre nosotras han pasado cosas, ¿no? Ha habido miradas, ha habido sonrisas... —dijo Fina haciendo un esfuerzo sobrehumano para no romper a llorar. No necesitaba otro corazón dañado. Desgraciadamente, ya tenía el de su padre.
—Claro que las habido —respondió Marta con suavidad. Al menos lo reconocía.
—Y cosas que han pasado —insistió Fina, incapaz de contener el dolor que sentía.
—Sí.
—No me las he inventado, ¿no?
—No.
Marta no hacía más que darle la razón, que confirmar que no estaba loca, pero lejos de calmar su desesperación estaba invitando a su enfado a salir a relucir.
—¿Entonces cuál es el problema? —cuestionó de malas maneras. No estaba en condiciones de medir sus palabras.
Aunque debería haberlo. Ambas se encontraban tras el mostrador de la tienda. Fina había derribado unas cajas al suelo y Marta la estaba ayudando a recogerlas. Doña Marta de la Reina siempre tan atenta con ella, tan pendiente. "Sólo quiero que seas feliz" recordó que le había dicho cuando pensaba marcharse a París con Esther. Si era así por qué la había rechazado. Para qué le daba esperanzas.
—Fina, no creo que sea el momento ni el lugar adecuado para...
—¿Cuál es el problema?
Estaba siendo poco racional. Fina lo sabía, pero quería olvidarse de su situación, quería respuestas, quería sentir que se hacía justicia con ella cuando todo iba mal.
—Yo no soy como tú, Fina.
Las palabras de Marta fueron la gota que colmó el vaso. Su padre estaba gravemente enfermo. Marta la acababa de despreciar. Se sentía arrinconada. Sin nada que perder. Se lo habían arrebatado todo. Ya nada importaba. Al menos eran los pensamientos que cruzaban su mente. Se puso en pie como un resorte. Marta la acompañó en el gesto.
—¿No es como yo? Claro que no. Yo no juego con las personas. Siempre voy de frente. Sé lo que soy y lo acepto. Sé que soy hija de Isidro, de un hombre bueno y honrado, pobre, pero lleno de amor para dar y dispuesto a recibir. Alguien que me aprecia, que se arriesga por mí. Alguien que no se merece lo que le está pasando.
—No lo entiendes.
—Claro que lo entiendo. Yo la trato de usted, mientras que usted me tutea. El error fue mío por creer que la persona estaba por encima del apellido. De la Reina tiene demasiado prestigio como para confraternizar con alguien como yo.
—Estás siendo muy injusta.
Fina se rió de forma sarcástica. Ya no hacía nada por refrenar las lágrimas.
—Se equivoca. La injusta fue usted al ser tan buena conmigo, al ilusionarme para después negarme cual Judas.
—Fina, por favor. Esto es nuevo para mí. No sé cómo...
—Lleva suficientes años sola como para haber reflexionado sobre ello, ¿no le parece?
Se estaba pasando. Era consciente de ello. Pero había perdido las riendas de la situación hacia demasiado tiempo.
—Será mejor que lo dejemos aquí. Termina de recoger. Hablaremos cuando te hayas calmado. No quiero decir nada en caliente de lo que me arrepienta. Has terminado tu turno, así que puedes irte.
Marta se puso la máscara de nuevo. Esa que la aislaba de los demás y le daba un aspecto de señora estirada.
—Ahí está, Doña Marta de la Reina. Huya, que parece que es lo único que los ricos saben hacer.
Marta no dijo nada más. Al cerrarse la puerta apoyó los brazos sobre el mostrador y a punto estuvo de ceder a la tentación de dejarse caer sobre ellos. Pero no podía.
Era Marta de la Reina. Y los de la Reina no tenían derecho a ser felices, simplemente a aparentarlo.

Sueños de libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora