Sé que he tardado en actualizar, pero espero que merezca la pena. La trama avanza : )
La venganza no llegó. Y Marta no soportaba la incertidumbre. Cada vez que su marido abría la boca sentía que su vida colgaba de un precipicio. La situación le estaba destrozando los nervios. Sin embargo, habían pasado varios días desde la escena con Jaime y éste se mostraba impertérrito, actuando con normalidad en público e ignorándola en la intimidad. No le dirigía la palabra, ni siquiera la miraba. Se limitaba a acostarse a su lado en la cama en completo silencio. Por otro lado, Fina se encontraba de viaje, con Carmen, cosa que Marta agradecía aunque también echaba de menos alguien con quien hablar, alguien que lograra atarla a la realidad. Comenzaba a sentir que iba a perder la cordura. La tensión a la que Jaime la sometía en cada reunión familiar acabaría quebrándola si no hacía nada. No obstante, Jaime se las apañaba para evadir todos sus intentos de entablar una conversación sin oídos indiscretos. Además, apenas tenía tiempo pues debía recuperar el tiempo que había estado enferma y ponerse al corriente de todo aquello que Jesús pudiera haber hecho en su ausencia. De ahí, que fueran Fina y Carmen las encargadas de viajar a la capital: no podía perder el tiempo con proveedores tendiendo tanto trabajo atrasado. Ahora se encontraba en su despacho rodeada de papeles, archivadores y carpetas, las cuales parecían estar también en su contra.
—¿Es que soy la única que trabaja en esta familia? —Se cuestionó en voz alta al ver todos los documentos incompletos o con errores que tenían que ver con los tejemanejes de Jesús—. ¡A la porra! Se acabó por hoy —Cerró todas las carpetas y ordenó su escritorio con la pulcritud acostumbrada. Le resultaba muy complicado concentrarse sabiendo a Jaime deambulando por ahí con semejante secreto por revelar. No iba la iba a evitar más. Con determinación fue en busca de su marido. Al encontrarlo, en compañía de Jesús en el salón, simplemente lo tomó del brazo y lo arrastró hacia su habitación.
—Te lo robo un momento —dijo a un sonriente Jesús. Tenía un brillo lascivo en la mirada. «¡Qué imbécil eres a veces, hermano!» pensó Marta al comprender a qué se debía el gesto. Su repulsa desapareció sustituida por incomprensión cuando la puerta se cerró tras ellos.
—¿Por qué me torturas de esta manera? ¿No ves lo que me estás haciendo?
Jaime soltó una carcajada sardónica.
—Tienes razón. Perdona. Es verdad que tú eres la víctima de todo esto. La perfecta Marta de la Reina que nunca ha roto un plato.
—No te hagas el sarcástico conmigo —le recriminó Marta. No estaba para juegos.
—Aprendí de la mejor.
—No me casé con un cobarde. Delátame, pero no me castigues. Ten el valor de arruinarme la vida si eres tan hombre.
Marta lo miraba fijamente sin rendirse a la súplica. No iba a arrodillarse. No después de que Fina le hubiera enseñado a vivir de pie. Ya no era esa Marta.
—¿Arruinarte la vida? ¡Tú me la has arruinado a mí! —gritó mientras la señalaba con una mano temblorosa. Las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos, pero las reprimía con todas sus fuerzas—. ¿Con quién me casé? ¿Quién eres tú? Todos estos años... ¡La mitad de mi vida, Marta! ¡Mi juventud! ¿Cómo has podido? ¡Lo juraste ante Dios! —exclamó y su voz se quebró en un quejido agudo.
—No lo busqué... Yo... Siempre he sentido que...
—¿Siempre? ¿Qué he sido para ti? —Finalmente, se dejó llevar y rompió a llorar mientras la miraba con la desolación inundando también sus pupilas. Marta se aproximó a él y trató de llevar las manos a su rostro.
—¡No me toques! ¡No te atrevas!
Marta se apartó como si se hubiese levantado un muro entre ellos.
—Eras lo que creía que significaba amar.
—No te recordaba tan cruel —dijo Jaime sin apartar la mirada. Quería que Marta viera las consecuencias de sus actos, que vislumbrara el desgarro de un corazón roto.
—No pretendía hacer daño. No lo buscaba. Hace unas semanas que apenas me comprendo, pero nunca me he sentido más feliz, más completa.
—¿Por qué insistes en hablar de esa manera? ¿Por qué hurgas en la herida?
—Quiero que si me delatas tengas motivos para hacerlo y no el despecho. La amo, ¿me oyes? La amo con toda mi alma. Podrás encarcelar mi cuerpo, pero mi mente será siempre de ella.
—¡Para!
—No. No voy a hacerlo. Si la muerte es lo que deseas para mí, gritaré mi verdad, moriré siendo quién soy. ¡La amo! —repitió.
—Te he dicho que pares —respondió Jaime y la sujetó por las muñecas—¡Por favor! —Quedaron a tan solo un palmo de distancia. Dos corazones palpitando en disonancia, dos pares de ojos azules refulgiendo entre una bruma acuosa.
—No voy a delataros. No soy ese tipo de hombre. Sé amar, de otra forma no te habrías fijado en mí —La soltó y dejó caer los brazos a su costado, resignado—. Yo no sé con quién me casé, pero tú no lo hiciste con un monstruo.
—Lo sé.
—¿Lo sabes? ¿Estás segura? Marta... Tú traición me duele como hombre, pero que dudes de mí me duele como persona. Sólo necesitaba tiempo para asumir que no soy quien hace que tus ojos se iluminen, que nunca lo fui. ¡Que nunca lo fui! ¿Entiendes lo que eso significa?
Marta asintió con la cabeza.
—Es mucho para procesar —dijo por los dos—. Jaime, yo... No quería que esto pasara así. No te lo mereces. Lo siento.
—Marta... Ahora mismo no puedo evitar sentir rabia, no puedo. Es que...—Se llevó una mano al pecho como si necesitara sentir que aún tenía corazón, a pesar de escuchar sus latidos en la sien—. No me esperaba esto de ti. De cualquiera sí, pero no de ti. Así que eso me deja claro lo que esa mujer es para ti.
—Fina —susurró Marta y la tan sola mención de su nombre devolvió la calma a sus facciones.
Jaime no lloraba, pero tenía los ojos enrojecidos y las mejillas teñidas del mismo color.
—Hoy no voy a quedarme aquí. Necesito estar solo.
—Pero, mi padre...
Marta no quería tener que explicarle a Damián por qué su marido no dormía con ella.
—No te preocupes. Iré al dispensario. Era la noticia que iba a darte el otro día cuando encontré el diario. Soy el nuevo médico de la fábrica.
Marta entreabrió la boca, sorprendida.
—¿Cómo? ¿Y la Doctora Borrell?
—Será mi compañera.
Marta enmudeció. No sabía que decir. Su decepción, sin embargo, sobresalió sin necesidad de decir palabra alguna.
—Estabas deseando perderme de vista, ¿no?
Era una pregunta retórica.
—Cuando creí que no podía sentirme peor... Necesito irme de aquí.
—Jaime, no hemos terminado. Has leído mi diario.
Jaime negó con la cabeza.
—¿Cómo he osado traicionar tu confianza de esa manera? ¡Soy despreciable! No tengo honor, ni decencia... ¿es así?
—Tienes razón, será mejor que continuemos otro día —cedió Marta. La rabia, los reproches dieron paso a una frialdad todavía más incómoda entre ellos. El ambiente se había vuelto irrespirable. Jaime se marchó sin mirarla. Posar los ojos sobre ella una vez más significaría remover las cenizas y reavivar un fuego que acabaría arrasándolos a los dos. Marta también abandonó la habitación. Se tocó el cuello como si tuviera un pañuelo aferrado a su garganta que le oprimiera. Salió al exterior, al encuentro de la noche y caminó hacia la piscina. Tomó asiento en el banco y alzó la cabeza hacia las estrellas. La luz desviada por la luna iluminó su perfil. Marta de la Reina era la belleza personificada. Todo el mundo era consciente de ello, pero sólo unos ojos veían mucho más allá de su apariencia, unos ojos castaños que le hicieron sonreír a las estrellas como si los viera reflejados en ellas.
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Sueños de libertad
Fiksi PenggemarPosiblemente una serie de historias cortas de los personajes Marta de la Reina y Fina de la serie Sueños de libertad. Enmarcadas en la serie y con aparición de Claudia y Carmen, y quizás de otros personajes, porque... ¿En serio tengo que decir por...