Cada paso que daba ahí dentro resonaba, haciendo eco de mi presencia. Todo estaba en sumo silencio, en calma. No había guardias, tampoco nadie que me vigilara. A cualquiera en mi situación se le pasaría por la cabeza cometer alguna locura aquí dentro, robar algo, al menos, aunque no había nada aparentemente valioso, salvo las grandes cortinas rojas atadas a ambos lados de las ventanas con gruesas cuerdas amarillas, o los enormes tronos con detalles en oro y plata.
Este lugar parecía también un gran salón de baile. Había espacio para albergar a cientos de invitados, incluso colocando sillas y mesas para desarrollar un banquete después.
Cuando llegué casi al final de la sala del trono, dos filas de guardias, vestidos con armaduras ceremoniales negras, salieron de dos puertas, una en cada esquina frente al área de los tronos. Se formaron bruscamente frente a mí, creando una barrera divisoria entre los tronos y yo.
Estaba nervioso. No sabía si había cometido algún error o fallado en algo. Nunca había estado en esta situación. Estoy seguro de que mis padres sabrían perfectamente qué hacer, sobre todo papá, que trabajaba al lado de la Princesa.
De repente, una joven cortesana elfa, finamente vestida, emergió de una puerta lateral y comenzó a dirigir a los guardias que hacían la barrera frente a mí, alejándolos y colocándolos frente a los ventanales. Yo los miraba estupefacto, sin moverme, por temor a cometer algún error. Una vez que los guardias se formaron frente a los ventanales, y bajo la orden de la cortesana, todos cerraron con fuerza las cortinas. Al instante, las arañas del techo se encendieron, iluminando toda la sala con una tenue luz amarillenta.
Acto seguido, la cortesana se paró frente a mí, esperando el momento en que las puertas se abrieran y entrara la Familia Real de Eichernberg. Ella me miraba ansiosa, haciéndome señas para que no hablara y no dejara de hacer la reverencia hasta que se me indicara. Con la misma ansiedad que ella, asentí fervientemente y me hinqué sobre una rodilla, comenzando mi reverencia.
Instantes después, apareciendo desde detrás del gran trono central, la Princesa Astrid hizo su entrada. Vestía un ostentoso traje de pieles, con pocas joyas a la vista salvo su discreta corona. Detrás de ella, sus varias hijas. Todas, salvo Ludmilla y la Princesa, llevaban extravagantes vestidos largos que tocaban el suelo. Una inmensidad de joyas adornaba sus trajes, muchas de ellas diseñadas para resaltar sus cualidades femeninas, como las caderas o los senos apenas cubiertos por los grandes escotes.
Cada una tenía una apariencia única y distinta de las demás. La Princesa Astrid poseía un aspecto puramente élfico, mientras que algunas de sus hijas, como Ludmilla, eran mestizas, y otras conservaban rasgos homogéneos de alguna raza originaria del Norte o del Imperio.
La Princesa Astrid y sus dos primeras hijas, herederas al trono, tomaron asiento en los tronos correspondientes. La Princesa se sentó en el más grande y lujoso al centro, mientras que sus hijas se colocaron a ambos lados. Ludmilla y las demás permanecieron de pie, ubicándose a ambos lados de los tronos.
— Lawrence Valenholt... —dijo la Princesa Astrid en un tono solemne—. Hijo de Henrik Valenholt y Sigrun Valenholt... ¿Estoy en lo correcto?
— Absolutamente —respondí sin levantar la cabeza.
— Levante la cabeza, por favor —me indicó con un ligero movimiento de la mano—. Quiero verle la cara a quien salvó a mi hija... Levántela —ordenó.
Con algo de timidez y miedo, levanté la cabeza despacio, procurando mantener mi rostro lo más neutro posible, sin mostrar miedo o nerviosismo. Una vez que lo hice, miré directamente a la Princesa, apenas prestando atención a sus hijas, salvo por Ludmilla, a quien no podía dejar de observar cada pocos segundos por algún motivo.
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Crónicas del Escuadrón Queens Victoria
Ciencia FicciónUn joven Teniente se alista en venerada Academia Queens Victoria, Lawrence Valenholt, no está allí solo para servir a su nación como miles de jóvenes cada año, sino que para un propósito más doloroso: limpiar el nombre de su familia, mancillado por...