Una Larga Noche, Parte 7

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Una ensordecedora explosión recorrió el tanque, haciendo temblar cada fibra de nuestro ser y dejándonos aún más sordos de lo que ya estábamos. El aire se llenó de un calor insoportable impidiéndome respirar mientras sentía que mi cuerpo apagarse lentamente. Cuando abrí los ojos nuevamente, apenas podía distinguir el interior. El pequeño foco de luz parpadeaba débilmente, los medidores estaban rotos, y las agujas y cristales de los paneles, fracturados.

De la nada, un grito se elevó por encima del pitido en mis oídos.

— ¡Estoy viva! —gritó eufórica Ludmilla, levantando con gracia el brazo hacia arriba—. Están vivos ustedes también, ¿verdad? —Nos miró a ambos con escepticismo desde un lado del cañón.

Yo seguía vivo, y Amaia...

— ¡Creo que también estoy viva! —respondió aturdida desde mis brazos—. El Teniente logró amortiguarme, no estoy herida, por suerte.

— Me duele hasta el alma... —murmuré adolorido. Me costaba incluso formular una frase, mi pecho ardía y sentía punzadas directo en mis pulmones—. Recuérdenme no volver a arriesgarme así... —Intenté vocalizar mientras trataba de quitarme a Amaia de encima.

— ¡Eres un idiota, Lawrence! —Me gritó Ludmilla, enfadada, ayudándome a sacarme a Amaia para sentarla en el asiento del conductor—. No sé cómo haces siempre para sobrevivir, pero esta es la tercera vez que casi te mueres. ¡Y de paso casi nos llevas contigo!

El pecho me dolía intensamente, pero, comparado con las otras veces, era más soportable. Podía respirar con cierta normalidad. Parecía que las placas de blindaje de mi chaqueta habían amortiguado el impacto y el peso total de Amaia sobre mí.

— ¿Está bien, Teniente? —preguntó Amaia, preocupada, acercando su oído a mi pecho.

— Estoy mejor que las otras veces, te lo aseguro —le dije, mientras la apartaba con cuidado y daba unos golpecitos a mi chaqueta.

Cuando el metálico sonido resonó, ambas me miraron confundidas. Ante sus expresiones, respondí, acomodándome en mi asiento.

— Lars le añadió placas ligeras de metal a mi chaqueta —expliqué con una sonrisa, golpeándola de nuevo para producir el ruido metálico.

Ambas suspiraron aliviadas al darse cuenta.

— No me asustes así... —pidió Ludmilla, con un tono de rabia contenida—. ¡Esta sería la tercera vez que casi te mueres! ¡La tercera! —recalcó furiosa—. ¡Por el amor a la Diosa!

— Jeje... Soy un hueso duro de roer... ¡Cofff-Cofff! —tosí un poco de sangre—. Aunque puede que sí tenga algún daño... —añadí con una sonrisa irónica.

Pero esta vez no era nada que me incapacitara.

— Si puede hablar con tanta fluidez, no debe ser demasiado grave —aclaró Amaia, sujetándome la muñeca con cuidado—. Solo está agitado.

— ¡Y pensar que te elegí a ti entre todos! —se quejó Ludmilla, volviendo a su lugar junto al cañón, claramente decepcionada. Suspiró profundamente tras sentarse—. Sácanos de aquí de una maldita vez.

— Como desees, Princesa —respondí con tono burlón, regresando a los controles del tanque.

Por algún motivo, ya me estaba acostumbrando a esto: los regaños de Ludmilla, la preocupación incondicional de Amaia... Todo se sentía tan familiar, tan natural...

— Parece que piensan que estamos muertos... —comentó Ludmilla, observando a través de la mira del cañón—. Se están moviendo hacia la estación, parece.

Crónicas del Escuadrón Queens VictoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora