Prólogo.

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Recuerdo aquel día como si lo estuviera viviendo ahora mismo. Tendríamos unos once años y estábamos en la última hora de un día cualquiera en el colegio, faltaba menos de media hora para que tocase el timbre para volver a casa o para dirigirnos al comedor escolar.
Rectifico, no fue un día cualquiera, ese día era diferente; se notaba en el ambiente, en los murmullos dentro de clase y en los recreos. Seguramente solo lo notara nuestra clase de sexto A de primaria y nuestros profes, incluso también algunos de B, pero sin duda alguna quien peor lo pasó fue él. Esas seis horas serían un suplicio para aquel crío después de lo que había acontecido el día anterior.
Ya nos estábamos preparando para colocarnos en fila y salir del aula en cuanto sonase el timbre para bajar las escaleras cuando un compañero de clase con asperger que llevaba toda la mañana confuso le preguntó a Austin si su padre había muerto. Este, sin saber qué hacer, se quedó callado y se dirigió el primero a la puerta; nos habíamos quedado todos perplejos, y la profesora más. Aunque esa arpía me daba absolutamente igual. Al final, el pobre chico cogió de todo su valor para intentar pedirle a la profesora si podía ir al baño y salió de clase como un vendaval. Mientras, en el aula se formaba un revuelo, yo me quedé sentada en mi sitio observando todo, hasta que finalmente tocó el timbre y bajamos todos.
Como siempre, yo era una de las primeras en llegar al comedor, ya que algunos se iban a sus casas y los demás siempre se iban al baño. Una vez acompañé a las chicas y fue un coñazo; se pasaban hablando un buen rato mientras se miraban al espejo. No volví con ellas, prefería llegar temprano al comedor y sentarme a esperar a la vez que me empezaba el pan bajo la atenta mirada de algunas de las compañeras de mi madre. Ese día estuve atenta a la puerta a que apareciera Aus; ya estaban empezando a servir el primer plato cuando este apareció. Se notaba que había estado llorando, normal. Su padre acababa de morir hacía apenas un día por un accidente en el trabajo y nuestro compañero le soltó eso, que no lo culpo. Nadie debería culparle por haber hecho esa pregunta.

Recuerdos de aquel díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora