Llego al aparcamiento de mi piso mientras se escucha de fondo en la radio una edición especial de música de hace diez años.
—¿En serio ya han pasado diez años desde que salió este temazo? —Le pregunto al volante antes de empezar a cantar: —Tiene nombre de persona buena. Clara-mente, no es como suena...
Lo siento, pero es que sigue siendo igual de pegadiza.
Subo las escaleras hasta llegar a mi pisito y nada más abrir la puerta Prada, mi perrita golden retriever, viene a saludarme alegremente.
—Hola, cosita, ¿qué tal corazón? —me agacho para ponerme a su altura y empiezo a mimarle mientras le hablo con esa voz chillona que le solemos poner a los animalitos.
Poco después la preparo y la saco a pasear para que haga sus necesidades, aunque Sara, mi vecina, ya la había sacado hacía unas cuantas horas, pero cuantos más paseos haga, mejor. Normalmente sale a pasear tres veces al día sin contar las veces que nos vamos juntas a recorrer sitios nuevos y nos pasamos el día entero por fuera.
Al volver del paseo le pongo la cena y me cambio de ropa antes de preparar la mía. Me hago algo rápido y ligero y antes de empezar a comerlo me pongo mi reproducción musical que tengo guardada en mi tocadiscos barra radio.
Al acabar reviso todas mis notificaciones, sin encontrar algo verdaderamente interesante y decido organizar el calendario de los empleados junto con las primeras sesiones. Estoy acabando cuando me suena el móvil.
—Ey, hola, Ale. ¿Qué tal? —respondo al descolgar.
—Acabo de ir corriendo tras un mocoso que pretendía robarme unas chuches, ¿te parece normal? —me dice como saludo. No sé qué me hace más gracia, si el hecho en sí o la voz que puso al decírmelo. —Pero, ¿qué te hace tanta gracia, Bril? —me pregunta al ver que me río, otra vez con una voz muy graciosa.
—Nada, nada.
—Bueno, qué. ¿Qué tal el trabajo? Espero que seas ya la favorita, porque si no tendrás que empezar a hacer la pelota para cogerte unos días y venirte a Mallorca de una vez por todas, tía.
—Ja, ja, muy graciosa, Ale. Pero eso no va a ser tan fácil. Pero prometo bajar un finde largo a visitarte; aunque tú también podrías subir, ¿no crees?
—Bueno, ya veremos.
Nos quedamos un rato calladas, pensando ambas en lo que hace que Alejandra no venga a Galicia, aunque naciera y se pasase toda la infancia y parte de la adolescencia aquí.
—Te iba a preguntar como una gallega es capaz de pasar tanto tiempo fuera de sus tierras, pero entonces pensé en los Séculos Escuros y demás y puedo llegar a responderme a mí misma la pregunta.
—¿Y cómo la responderías?
—Un escritor de esos que dejaron huella en la historia gallega, no recuerdo ahora quién; lo di en primero de bachiller. El caso, había dicho algo así de que los gallegos eran los más valientes porque eran los que más emigraban para poder vivir. Supongo que más o menos podemos aplicar eso a esta situación, ¿no crees? Bueno, la diferencia que hay es que ellos lo hacían por dinero, tú, en cambio, por recuerdos y personas.
—¿Eso significa que acabas de llamarme valiente? —me pregunta unos instantes después para quitarle hierro al asunto. Me río y asiento, aunque no me pueda ver. Al final cambiamos de tema y nos pasamos como media hora para ponernos al día. Aunque no lo hicimos realmente, yo, por lo menos, ya que no le conté que ahora mi jefe tiene un nombre y unos apellidos que ella bien conoce. Pero, de todos modos, tampoco es tan grave el haber omitido ese dato, tampoco es tan relevante. Sinceramente no me apetecía hablar de él. Tampoco habría mucho que contar.
Creo que esa última oración la he repetido demasiado en lo que va de día.
—Bueno, chica, te tengo que dejar que se hace tarde.
—Adiós, Ale.
Me estoy alejando el móvil de la oreja cuando escucho a Alejandra gritar:
—¡A ver cuando me vienes a visitar!
Cuelga y le escribo por WhatsApp que lo tenga por seguro, que iré. Pero a cambio tendrá que regalarme todas las chuches que quiera de su tienda cuqui al lado de la playa.
Cuando, no lo sé.
Se me están acumulando ya unos cuantos viajes. Y lo que me gusta que así sea.
Debería irme ya para cama que mañana tengo que madrugar, pero antes voy a mi estantería llena de libros y me decanto por empezar a releerme uno de los libros que me leí hace diez años. Supongo que escuchar aquel especial de la radio me ha hecho volver a mis dieciséis años.
Cuando me doy cuenta ya devoré casi la mitad del libro. Lo dejo en la mesilla de noche y me acuesto entre las mil mandarinas del estampado de las sábanas de mi cama.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que caí rendida entre los brazos de Morfeo, solo sé que volvía a tener dieciséis años y mis amigas y yo estábamos diciendo que no queríamos bailar en educación física porque unos gilipollas de nuestra clase la habían tomado con nosotras y llevaban ya un tiempo riéndose y burlándose de nosotras por cada cosa que decíamos o hacíamos.
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Recuerdos de aquel día
RomansaDespués de 10 años, Abril y Austin se vuelven a reencontrar a pesar de que se pensaban que sus almas no estaban destinadas a ello. El jefe de una empresa de publicidad y la psicóloga del nuevo departamento. ¿Que podría salir mal? ¿Es verdad que el a...