Capítulo 10.

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Ha pasado una semana desde aquel día en el que Austin me propuso el plan de hamburguesa y peli. Hasta ahora no ha pasado nada más interesante. Nuestra relación ha sido buena y he intentado no rayarme más por el pasado. Me dediqué a pasear a Prada, trabajar y quedar a tomar algo después de todo el día en la oficina.

Y eso último estoy haciendo ahora. El calor ya se empieza a notar y todos ya vamos con una ropa más fresca al trabajo. Eli con una de sus tantas pintorescas faldas, al contrario que yo, que llevo puesto un pantalón vaquero ajustado y un top blanco junto con una chaqueta de punto y larga hasta llegar un poco más abajo del culo del mismo color. Mi pelo rizado se mueve al son de la brisa que se levanta de vez en cuando mientras unos cuantos tomamos una cerveza. De fondo se escucha la música que está puesta en la tele del bar y que escuchamos gracias a que la puerta de este esté abierta.

—Oye, Óscar, ¿y qué tal tu mujer? —pregunta Eli.

—Como una reina. —responde él, orgulloso, con una sonrisa en la cara.

—¿De cuántos meses está? —esta vez soy yo la que pregunta. Odio tener que calcular las semanas para saber de cuantos meses está una mujer embarazada. Solo admito hasta doce semanas como máximo.

—Cinco meses. —responde, feliz de nuevo.

—Woow, ¿ya? —se sorprende Eli. Yo la miro y me subo las gafas de sol hasta que descansan sobre mi cabeza. Tengo una manía con quitarme y ponerme las gafas cada dos por tres; siento que si estoy hablando con alguien y las tengo puestas no puedo verle bien sus ojos y siento como si no le estuviera prestando la suficiente atención.

Seguimos hablando hasta que Óscar levanta alegremente el brazo y saluda a alguien, Eli le sigue y yo voy a girarme cuando escucho su voz.

—Hola chicas. Óscar. —Es Austin con sus pantalones caqui y su camisa blanca un poco desabrochada y remangada. Se cambió de ropa al salir de la oficina, está claro. Su pelo reluce con el sol del atardecer, parece dorado desde aquí abajo. Ojalá tocárselo. Tengo una obsesión poco sana desde pequeña de ir tocando pelos ajenos, pero por lo menos si es un desconocido o alguien con quien no tengo mucha confianza le suelo preguntar antes si puedo tocárselo.

Lo acompaña Daniel y Laura, la de recursos humanos. Hacen los respectivos saludos y yo termino saludándole con un pequeño y tímido hola. Se me queda mirando a través de sus gafas. Dios, ¿qué me pasa? ¿De repente me he vuelto tímida y callada? Ay, por favor. Resoplo por lo bajini, disimulando.

—Jefes, ¿por qué no os unís a nosotros? —les pide Eli y Óscar la secunda. Yo, sonrío.

—Venga, va. —responde Daniel. Es el primero en coger la mesa vacía de al lado y juntarla con la nuestra y después van colocando las tres sillas alrededor, haciendo que Austin se quede a mi lado. Mi corazón se acelera. Y me vuelvo a colocar las gafas de sol en la nariz. Uno de mis puntos fuertes es parecer tranquila, aunque por dentro no lo esté. Y no es que lo sepa, pero tras los años varias personas me lo han dicho y me lo he acabado creyendo. Puedo aparentar ser una chica calmada y tranquila, pero por dentro soy todo lo contrario. Dentro de mí hay unicornios colocados saltando por arcoíris y en constante ajetreo.

Cuando ya estamos todos colocados y ellos también han pedido cada uno su cerveza, Eli rompe el hielo.

—¿Escucháis eso?

—Mil laberintos. —digo. Acaba de empezar a sonar en el bar esta canción y creo que, menos Daniel, todos nos hemos teletransportado a nuestra adolescencia o etapa universitaria.

—Ay, me encantaba esta canción. —suspira Laura, con todo melancólico.

Empiezo a tararearla y los demás me siguen, bajito, sin querer llamar la atención de toda la terraza. Austin es el más reticente en el aspecto, incluso Daniel, que no la escuchó en su vida, la intenta cantar.

Recuerdos de aquel díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora