Capítulo 13.

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El lunes me levanto de buen humor. He pasado el día anterior en familia y estoy disfrutando de este nuevo inicio en mi vida laboral, a pesar de reencontrarme con fantasmas del pasado.

Al llegar a la oficina hay bastante revuelo y emoción. Seguramente me haya perdido algo, pero dentro de nada aparecerá Eli para contármelo. Solo he llegado media hora más tarde de cuando tienen que entrar todos a trabajar, ¿qué habrá pasado?

—Buenos días, Eli. ¿Qué tal? —la saludo al asomarme a su despacho—¿Qué es todo este alboroto?

—Tía, tía, no te lo vas a creer. Nos vamos a Mallorca. —Al ver mi cara de interrogantes me sigue explicando. —En un par de semanas algunos del equipo junto con Austin y una servidora vamos hasta la isla para grabar. En fin, resulta que hubo un problema con los clientes y más cosas logísticas y el jefe ha decidido esta solución.

—Hala, pues que guay. Me alegro por ti, porque, aunque será un viaje de trabajo, fijo que te lo pasas genial. —le digo sonriente. Me alegra que pueda viajar y empezar a cumplir uno de sus sueños, aunque sea por trabajo.

—¿A qué sí? Muchas gracias, Abril.

Puede que tenga que reorganizar horarios cuando sepa quiénes del equipo van a la isla. Se me pasa este pensamiento fugaz por la cabeza antes de despedirme de ella.

Le sonrío y salgo del despacho en dirección al del fantasma del pasado. Me apetece picarlo un poco, ya que somos adultos y ahora me veo con esa capacidad que perdí a los dieciséis con él.

—¡Hola! —comento parlanchina al entrar en el despacho. Está de pie al lado de una de las cristaleras del despacho, la que da hacia fuera y colinda con la que tiene un gran cuadro y un sofá de tres plazas. Tiene una mini pelota de baloncesto en la mano que va lanzando a la pared mientras que con la otra mano sujeta unos papeles. Sigue sin encajarme los trajes que utiliza. Y a Eli no le encajaría verle con esa pelota.

Me sigo adentrando en la habitación bajo su atenta mirada. Parece que voy dando pequeños saltitos hasta llegar a la gran silla del jefe y sentarme. Parezco una niña pequeña en la zona de sillas giratorias de una tienda de muebles.

Austin se apoya en la pared que antes estaba siendo golpeada por la pelota que lanzaba y levanta una ceja intentando no sonreír.

—¿Hola?

—Sí, hola. Esta silla parece más cómoda que las que tienen los profesores en las escuelas e institutos.

—¿Te has fumado algo?

—No, claro que no. ¿Por quién me tomas? Yo soy así.

—Lo sé, no lo digo por eso.

—¿Entonces? —Lo corto antes de que siguiese. A veces me dan estos ataques de espontaneidad y hoy será uno de esos días. Me encantan estos días.

—Te lo pregunto porque has decidido venir a hablarme supongo que por ninguna razón y como si no hubiese pasado nada.

—Habíamos dicho de empezar de cero, ¿no?

—Para estar empezando de cero veo muchas confianzas.

—¿Te molesta? —Le digo con un tono arrogante que ni de lejos es lo que se asemeja a la realidad. Ya os lo he dicho: he venido a picarle. Y voy a exagerar.

Que malvada me siento. Más bien me siento como una cría pequeña haciendo una trastada y me encanta. Me estoy reprimiendo mucho las ganas de reírme.

—Todo lo contrario. —No estoy consiguiendo mi objetivo. Mal. Muy mal. Y ME SONRÍE. Debe notar en mi cara algo porque sigue hablando: —Si viniste a molestarme que sepas que no lo estás consiguiendo. Aunque por tu cara creo que ya te has dado cuenta de eso.

Empiezo a imitarlo cambiando cada sílaba que dijo por «ñi» mientras hago muecas con mi cara. Y SE EMPIEZA A REÍR.

Lo miro con cara rancia y me giro para hacerlo por encima de mi hombro.

Al ver como se ríe y me mira mi cara empieza a hacer otra mueca. Pero empiezo a negar con la cabeza y a intentar reprimir mi sonrisa cuando me doy cuenta.

—Señor Austin, ...

De repente entra una de las empleadas del Señor Austin, pero se queda cortada al ver como estoy yo en el sitio donde debería estar él y él apoyado en la pared con una pelota en la mano.

—Mejor..., mejor vuelvo más tarde.

—No, no pasa nada. Tranquila. Cuéntame. —le responde Austin cambiando su postura y la expresión de su cara carraspeando un poco para adoptar una postura más seria.

Sé que debería irme, pero acaso que sea algo privado, creo que no lo voy a hacer.

Sigo reprimiendo mi sonrisa mientras ellos solucionan un tema de un proyecto y trasteo por la mesa.

Cuando se va, me reclino en la silla y apoyo los codos en los reposabrazos para juntar las manos. Para darle un toque más dramático cruzo mis piernas. Solo me falta el gato negro en mi regazo.

—¿Debería llamarte señor? —Nos quedamos un buen rato mirándonos fijamente y serios hasta que no puedo más y rompo a reír en carcajadas. Creo que los pisos de arriba me están escuchando. —Es que ni de coña, vamos.

Él se cruza de brazos y me hace un recorrido de arriba abajo. Y se va acercando a mí.

—Entonces...

—Entonces...—le apremio a que siga.

—Entonces tendré que despedirte.

—¿Y qué excusa pondrás?

Se sienta en la mesa enfrente de mí. Cerca. MUY cerca. Y me responde:

—Despido disciplinario.

—¿Ah, en serio? Creo que le pega más el despido improcedente, la verdad.

—Muy en serio. —Me dice susurrando y pasando completamente de la segunda parte de mi diálogo. A estas alturas hemos estado bajando el volumen hasta llegar a susurrar.

—Pues será mejor que eso no pase.

Y me levanto, dando por zanjada esta conversación.

—Señ...—giramos nuestras cabezas hacia la puerta y nos alejamos como si nos hubieran pillado in fraganti haciendo algo que no deberíamos, cosa que no es así.

Esta vez es Eli. Yo me alejo de la mesa en su dirección y Austin se levanta de ella y empieza a peinarse el pelo, aunque no lo necesite.

—Eh, sí. Dime, Eli.

Antes de irme cojo el móvil y le mando un mensaje:

Prueba a pedirme otra vez el plan de Spiderman.

Puede que la respuesta cambiara.

:)

Recuerdos de aquel díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora