14- Un gran y fervoroso amor

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La mañana era oscura, porque afuera no dejaba de llover desde la noche anterior como si el cielo se fuera a caer. Era entonces el año 1782. Los ánimos eran tensos en las últimas horas y pese a eso, existía una pequeña pizca esperanzadora de que todo saldría bien.

La puerta principal de la casa se abrió en par y un lacayo mojado de pies a cabeza, tomó una bocanada de aire antes de entregar el mensaje.

—La encontramos, Conde Zoe.

Aquellas simples palabras eran todo lo que deseaban oír, pero el temblor en su voz no presagiaba nada bueno y tras dos noches en vela sin conciliar el sueño, la espera llegó a su agónico fin.

La lluvia sólo dificultó la búsqueda, pero después de todas esas horas finalmente la cabeza de la familia logró reencontrarse con su amada. Aunque las condiciones no eran del todo favorables.

—¿Por qué permitiste que saliera sin compañía? ¡Mi mujer no sabía nadar!

Las mujeres gritaron cuando el hombre se acercó a la doncella, la zamarreó y abofeteó delante de todos. De inmediato aquel hombre quiso retractarse, siendo consciente de que nada le devolvería a su esposa. Sólo que la imagen de su esposa fría y sin vida a las orillas del lago, era algo que probablemente nunca olvidaría. Fue inevitable en ese momento actuar como un desconsiderado a consecuencia de la ira. Él no era un hombre violento, o al menos así lo consideraba su esposa cuando aún vivía.

—Quiero que tomes tus cosas y te marches, sólo tenías una cosa qué hacer Amelia Kirstein. No quiero volver a verte nunca más en mi vida.

—No me iré —la mujer se levantó sosteniendo su mejilla que le ardía después de recibir el golpe.

—¿Eres sorda? ¡Mi mujer está muerta! ¡Llevaba a mi primogénito en su vientre! ¿Qué estabas haciendo que no acompañaste a mi mujer como siempre lo haces? ¡¿Qué era más importante que mi mujer?!

A ese punto, sólo lograba oírse un llanto colectivo de todos los miembros de la servidumbre que trabajaban para la familia. Nadie podía creer que su excelencia, la Condesa Zoe estuviese muerta. Porque hasta hace unos días atrás la vieron dando un paseo muy feliz como siempre, ilusionada por el próximo nacimiento de su primer hijo.

Aquella, definitivamente era una desgracia que nadie pudo presagiar.

Desde entonces, días oscuros asolaron el ambiente familiar dentro de casa. El Conde Zoe se sumergió en la profunda y agónica tristeza, donde lo único que podía hacer era beber hasta perder la conciencia. No fue capaz de presentarse al propio funeral de su esposa, porque los lacayos lo encontraron tan borracho durmiendo enredado entre las perfumadas ropas de su esposa, que ese hombre apenas era capaz de ponerse de pie por unos segundos. Sólo dios sabía cuánto amaba a esa mujer y la idea de vivir sin ella le resultaba inconciliable.

Tal vez no se casó estando enamorado, pero aprendió a conocerla por lo que esa mujer maravillosa se transformó en el rotundo y gran amor de su vida.

Varios días grises después, como esa mañana en que recibió la peor noticia de su vida, el Conde Zoe tomó una drástica decisión en medio de su desesperanza. 

Por aquellos días no podía dormir por las noches y durante el día su mente lo traicionaba constantemente, creyendo que en cualquier momento su esposa atravesaría esa puerta y lo saludaría con su dulce amabilidad de siempre.

No fue muy difícil llegar al ruidoso mercado, habitualmente concurrido por personas de todo tipo desde muy temprano. Le dio un par de monedas a un muchacho para que cuidara a su caballo, mientras él daba una vuelta por el lugar. Le bastó tan sólo caminar un poco para alejarse por callejones más estrechos y lúgubres.

Conseguí un nuevo esposo silencioso  [Levihan / Historia completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora