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ᴅɪᴀʀʏ ᴘᴀɢᴇ 13 𝟏𝟖 𝐝𝐞 𝐬𝐞𝐩𝐭𝐢𝐞𝐦𝐛𝐫𝐞 𝐝𝐞𝐥 𝟏𝟗𝟕𝟒
James salió del dormitorio y se dirigió al baño donde Priscilla se había escondido. Sirius y Peter lo siguieron de cerca, mientras Remus caminaba un poco más despacio, sabiendo que la situación podría volverse tensa.
— James ella está bien, solo dale tiempo—dijo intentamos sonar despreocupado pero James no le hizo caso
—Pris, ¿estás ahí? —llamó James, golpeando suavemente la puerta del baño—. Por favor, háblame.
Dentro del baño, Priscilla sintió su corazón latir con fuerza. Sabía que no podía enfrentarse a ellos en su estado actual.
—Estoy bien, James —respondió, intentando sonar tranquila—. Solo necesito un momento más.
Sirius, impaciente, golpeó la puerta con más fuerza.
—Priscilla, no nos vamos a ir hasta que hables con nosotros. ¿Qué está pasando?
Priscilla cerró los ojos, tratando de calmarse. La presión era demasiada, y sus colmillos seguían visibles. No tenía idea de cómo explicarles lo que estaba pasando sin reverlar su secreto
Luchando contra las lágrimas que amenazaban con caer. Sabía que no podía ocultar su secreto por mucho más tiempo.
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La puerta del baño se abrió lentamente, revelando a Priscilla con su aspecto inusual. Su cabello oscuro y rizado caía en mechones desordenados sobre sus hombros, mientras que sus colmillos puntiagudos brillaban a la luz del pasillo. Sus ojos rojos destellaban con intensidad, reflejando la luna que se filtraba por las ventanas del castillo.
Los chicos se quedaron sin palabras, observando a su amiga con una mezcla de asombro y preocupación. Sirius dio un paso atrás instintivamente, mientras que Peter retrocedió hacia Remus, buscando apoyo en su amigo más tranquilo.
James fue el primero en recuperar la compostura, aunque su mirada estaba llena de sorpresa.
—¿Priscilla? —murmuró, sin poder apartar la vista de sus colmillos—. ¿Qué... qué te ha pasado?
Priscilla intentó sonreír, aunque era una sonrisa tensa y nerviosa.
—Sorpresa —dijo, tratando de hacer una broma, pero su voz temblaba un poco.
Sirius frunció el ceño, mirando a Priscilla con una expresión inquisitiva.
—¿Desde cuándo eres... así? —preguntó, su tono lleno de curiosidad y algo de temor.
Priscilla se encogió de hombros, luchando contra la incomodidad que sentía al ser el centro de atención.
—Desde siempre, supongo —respondió—. Pero no es algo que se mencione a cualquier persona.
