Cuarto Creciente

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Capítulo 5

El cielo está tenue y oscuro, aunque la presencia de la luna es cegadora. Está casi llena y las cosas pueden verse debido a la claridad que ella reflejaba.

El vello se me erizaba cada segundo como escalofríos que me recorrían el cuerpo y que para luego maldigo pesar, iban a parar a mi verga. La frustración me llenaba y desbordaba el vaso de mi paciencia, debido a que cada noche era más atroz el infierno al que me enfrentaba.

Quería mantenerme al margen. Y aunque sucumbiera a ella, al menos no hacerlo tanto.

Parezco un maldito muerto viviente debido a no descansar como he tenido que hacerlo. Todas las noches es un martirio diferente.

Cuando cierro los ojos y creo que estoy dormido el tirón que da mi entrepierna me recuerda que necesita hundirse.

Gruño.

Mi mente recrea su calor, su olor y su cuerpo tan terso contra el mío.

Pero sus palabras me detienen. He huido casi literalmente de su presencia desde que me dijo aquel disparate.

«Te amo»

Sus palabras aún mi mente las sigue reproduciendo como si ella las estuviese diciendo ahora mismo.

Es lo más absurdo que he podido oír de alguien.

Sé que el amor existe.

Mi deseo consiste en ese maldito sentimiento que jamás he llegado a sentir por ninguna mujer, pero creo que para amar a alguien se necesita más que atracción. Se necesita conocer y querer cada detalle de la escabrosa personalidad de la otra persona.

El amor se basa en conocer al otro.

Ella no me conoce. No llevamos ni una semana bajo el mismo techo.

Otra noche en vela.

Suspiro pasando la mano por el tallo de mi verga, está dura a más no poder y me envía oleadas cargadas de desesperación por todo el cuerpo.

Aprieto la sábana con mi puño lleno de exasperación. En la mañana debo ir a la casa del duque de Bramwell. Debo pedir la mano en cortejo de lady Bridget, debo anunciar ante todos que es mía.

Unos cabellos rojos vuelven a reaparecer en mi cabeza y me pongo de pie de un tiro. Cubro mi cuerpo con un camisón de dormir y salgo por los pasillos oscuros.

Esto está mal.

Sé que no debo acercarme a ella, pero solo es sexo. Y no puedo controlarlo. Abro la puerta agradeciendo que las bisagras no me hayan delatado y tal cual un ladrón me meto en la alcoba de Athalía.

Me abro paso dentro de ella hasta que la veo sobre las sábanas. Su cuerpo está semidesnudo a penas cubierto por las telas. Su trasero me da una espectacular vista que me hace pasar saliva.

Tiene toda la espalda descubierta y los bordes de sus pechos sobresalen por estar durmiendo boca abajo.

La vi desnuda el primer día. Pero no me permití mirar más allá de solo echar un vistazo. Ahora mi cuerpo pide más que eso, más que solo ver de soslayo.

La melodía de las olasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora