8. After Hours

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Checo cumplió los diecisiete y por consecuencia, no hubo fiesta mexicana ese año. Esta vez la mitad de la escuela invadía su casa y sin presencia de sus padres estaba a reventar de gente. Se había instalado un equipo musical con un DJ cerca de la piscina que probablemente pronto haría estallar las ventanas, alguien estaba usando el mini bar de su padre para preparar bebidas, y a pesar de tener una extensa casa en longitud que le otorgaba el espacio suficiente para mantener un jardín que abarcaba la casa de árbol y la piscina, Max se sentía tan abarrotado que de vez en cuando se abanicaba con su propia camiseta de vestir.

Conocía bien a los amigos de Checo a los que fue visualizando en la fiesta y quienes lo saludaban con entusiasmo. Max invitó a sus amigos de pádel que se trataban de Daniel, Lando y Alex, pero no se imaginó que su amigo podía organizar una fiesta de tal calibre y mantenerla en pie sin que la policía apareciera.

Seguramente era obra de Stroll, fue lo que concluyó después de segundos en considerarlo. Ese chico tenía tanto poder que podía mover y deshacer a voluntad.

Verstappen cargaba con un vaso preparado de alcohol en la mano, era ron mezclado con refresco, pero en ese momento no tenía ganas de emborracharse, sobre todo teniendo perdido de vista a su mejor amigo. Pues si él no estaba consciente, ¿quién lo iba a cuidar? No le importaba que lo estuviera evitando, que ni siquiera respondiera sus mensajes de texto hace tres días atrás cuando solo le mandó un mensaje reenviado acerca de la invitación. Porque por la cantidad de emojis, signos de exclamación y la edición de esa fotografía fea, supo que era obra de sus mejores amigos.

Unos minutos más tarde ya instalado en la fiesta, lo vio finalmente bailando con una chica sobre el jardín trasero. Max por impulso casi corrió apartándolo de sus brazos.

—¿Estás borracho? —cuestionó cuando lo alejó de la multitud.

—¿Qué? No —Checo negó—. ¿Cuándo llegaste?

En un intento por escucharse el uno al otro entre la música tenían que gritar. Las luces de los flashes volaban en todas las direcciones iluminando el rostro del más bajo en diferentes tonalidades. Se veía ilegalmente atractivo con su camisa abierta de los primeros tres botones.

—Llegué hace más de una hora —cuándo se acercó a gritarle al oído, olfateó la fragancia varonil de Checo—. Si tanto te interesaba la presencia de tu amigo, hubieras visto que estaba aquí.

—Lo siento —su rostro se apenó—. Es que hay demasiada gente que es imposible de encontrar a alguien.

—Ya, seguro —respondió observándolo fijamente.

No dijeron nada más, sino que se quedaron rodeados con la horda de gente que bailaba en el jardín como si fuera pista de baile. No había mucha luz, pero la destacada luz de hada amarilla y los laceres instalados del músico creaban un ambiente de nocturno festejo. Sus días sin tanta comunicación hacían efecto; se anhelaban cerca, pero no sabían qué decir, pues no resolvían el intento de derrumbar esa muralla que se habían instalado entre ambos.

Para cuando se abrió paso a la incomodidad, en unos segundos una chica tomó de los brazos a Sergio, y antes de que Max pudiera atraparlo, se lo llevaron entre el montón de gente.

Max no quiso intervenir, pero estaba molesto.

Tal vez lo mejor que podía hacer al día siguiente era tocar la puerta de su casa y confesarle a sus padres la fiesta de ilegales y alcohólicos que Checo había planeado a sus espaldas, tal vez, simplemente debería de tirar ese vaso preparado que aparentemente estaba tomando para encajar y en realidad odiaba, fugándose de la fiesta para refugiarse en casa con sus gatos. O simplemente, salir de ahí corriendo para jamás volver a entablar palabra con el insensible de Sergio.

King of your Heart ; ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora