11. I bet on losing dogs

632 97 26
                                    

Checo no sabía que el amor podría tener sentimientos tan amargos. Siempre creyó admirando películas, leyendo libros y al ver obras artísticas que el amor era algo subjetivo y abstracto, que iba más allá de la comprensión humana y que nunca tendría palabras para comprenderlo. Incluso aunque su madre alguna vez le dijo que la única certeza con la que llegábamos a esta vida era para amar, se preguntó si era totalmente cierto.

Había creído en su burbuja ausente de la realidad y perseverando la ignorancia que el amor era feliz. Que si fuera un astro sobre el cielo y él fuera un hombre enamorado, sería el más resplandeciente de toda la galaxia. Decía que saberse enamorado de Max era como resolver los crucigramas y las preguntas más complicadas de su interior, pero en ese momento, supo que no fue así.

Llevándose cucharadas de helado con desgane a la boca, solo podía concluir que era un imbécil.

Ay sí, el amor es un astro resplandeciente y algo feliz... ¡Sí, cómo no! Lo único que le trajo su amor hacia Max fue dolor y tristezas. Eso era lo único que hacía el amor. La única certeza que tenías al amar esa saber que en algún punto tu corazón saldría destrozado.

Solo que no se imaginó que aquello sería tan horrible y, en el proceso, había terminado con todo tipo de relación con Max.

Sus ojos estaban hinchados. Probablemente si algún desconocido se cruzaba con él por la calle podrían preguntarle si alguna avispa le clavó un aguijón sobre los ojos, siendo esa la misma razón por la que no se atrevía a mirarse al reflejo. Había comido todo el helado de chocolate que el tazón quedó vacío, refunfuñando de la molestia porque sintió que en tan solo unos segundos, había vaciado el contenido por completo.

Y ahora era un cliché. Un maldito chico comiendo helado de chocolate mientras pasaba por el duelo del corazón roto.

Al menos no se sentía tan mal, porque sus amigos Carlos, Charles, Lance y George se encontraban en su habitación, todos comiendo helado mientras le hacían compañía.

—Siempre he tenido la certeza de que las ideas de George son las peores —dijo Charles con desgane—. Y ahora no tengo ninguna duda.

El susodicho rezongó en su sitio sobre la cama, sin saber qué decir. Para ese punto se encontraba en la misma tristeza envolvente de Checo.

—Y yo nunca me he sentido tan dispuesto a decir que Verstappen y Ricciardo son unos idiotas que no merecen su atención —respondió Lance.

—Nunca pensé que las cosas se transformarían de esta manera —suspiró un Carlos frustrado, llevándose una cucharada grande a la boca—. No debimos haberlos dejados solos...

El mexicano suspiraba de la misma manera que todos sus amigos ante su congoja. Probablemente los cinco nunca habían estado en un ambiente tan deprimente como en el que estaban ahora.

Estaba cansado de soltar tantas lágrimas al mismo chico. Estaba cansado de sufrir por él.

—El amor es una mierda.

Se dejó caer boca arriba sobre la cama de un golpe. Carlos, que estaba viendo el televisor junto a su derecha, repitió sus acciones.

—El amor no es una mierda. La gente lo es.

—No vengas con tus reflexiones ahora mismo, Carlos...

—Pero tienes que tener la certeza de eso. El amor no duele. El amor es sano y dulce. Las personas son las que lo empeoran todo.

—Ojalá en este momento Max se este retorciendo del arrepentimiento —George estaba recostado con la espalda sobre el cabezal, metiéndose cucharada tras cucharada con desgane sin detenerse y hablando con helado en la boca—. Si que es torpe. A veces me pregunto si su mayor problema es conjugar palabras, porque ciertamente, hablar se le da fatal.

King of your Heart ; ChestappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora