II año

11 1 0
                                    

Ryu había renunciado a la idea de tener un amigo, de igual manera nadie lo soportaba por mucho tiempo, todo lo que hablaba tenía que ver con Rosse, la extrañaba de manera sobrenatural, sus días habían perdido sentido, lo peor era no tener tiempo para enviarle e-mails, odiaba no tenerla cerca, odiaba que ella estuviera tan lejos y que no pudieran reunirse o escuchar su voz, desde hacia un año no la veía y la extrañaba con una locura inimaginable, la tormenta era cada vez mas fuerte y los rayos cada vez más violentos, parecía que nada podía empeorar y de pronto los problemas hicieron una interminable fila para llegar hasta él.

Unas semanas después de empezar el curso universitario, recibió la noticia de que su madre había muerto en un choque automovilístico, su corazón se vió golpeado por una interminable cantidad de rayos, su madre no había sido la mejor, eso era seguro, sin embargo había sido un pilar en su vida, gracias a ella era lo que era, la neblina inundó su mente y entonces dejo de pensar en Rosse, ese asunto ya no le pareció tan importante. Pensó que sería una buena idea volver para su funeral, pero sabía que no sería bienvenido, desde el momento en que decidió ir a vivir con su padre, había dejado de ser el hijo de su madre, al menos eso dijo ella, además no quería que la última imagen que tenía de ella fuera cuando ya no podia verlo, prefería recordarla viva, recordar cuando aún eran una familia y aún tenían uns buena relación madre e hijo, antes de que sus padres se separan y el cruel hombre que su madre había desposado llegara a su vida y la cambiara a punto de violencia.

Le costaba mantener su mente a salvo de la lluvia, le costaba mantener encendida la llama de esperanza dentro de él, su mente estaba cansada, ya no sabía cuántas derrotas más podía soportar.

Los días eran monotonos, le costaba diferenciar el domingo del lunes, pronto pasaron tres meses, sin darle un minuto para respirar, su mente tenía nuevos pensamientos y estos eran tan fuertes que azotaban su corazón como una lluvia de granizo, «¿Y si le pasa lo mismo que a mí madre? ¿Cómo viviré sabiendo que no la veré nunca más?» Cada vez le era más difícil mantener esas ideas alejadas de él, su mente estaba a punto de ahogarse con todos las dudas y preocupaciones que acarreaba la lluvia.

Su mente no paraba de pensar en como sería cuando se reencontrarán, él estaría igual de feliz que cuando la conoció, había pensado que si moría podría frenar el dolor por el que pasaba, pero en el fondo tenía claro que esas no eran más que ideas fugaces como un rayo, no dejaría que Rosse sufriera por su egoísmo, no de nuevo, estaría bien hasta que se volvieran a ver y pudieran hacerse felices el uno al otro.

Desde ese día que pasó con Rosse en el techo de aquel edificio, no podía ver los días lluviosos de otra manera, cada que las nubes dejaban caer agua, sus labios se curvaban en una sonrisa melancólica mientras pensaba en lo que habían dicho ese día «nuestra boda...» repetía en su mente una y otra vez. Su vida cobraba sentido por unos momentos cuando se imaginaba esa escena, sin embargo, no podía evitar recordar los malos momentos, ¿Qué hubiera pasado si ella no le perdonaba todo el daño que le había hecho? Su corazón se rompía en mil pedazos al pensar en eso, sus ojos dejaban caer tanta agua como las nubes y sus piernas flaqueaban cuando recibía los fuertes golpes de los rayos.

Su única razón para seguir adelante era que le había prometido a Rosse que se esforzaría al máximo para ser el mejor, cosa que no le era nada fácil, nunca había sido muy inteligente, aunque está carrera se le daba bien, habían cosas que su mente tardaba en procesar, intentaba concentrarse, pero sus ánimos decaían y con eso arrastraban su concentración, las aguas torrenciales lavaban sus esperanzas que cada vez eran más escasas y pronto se dió cuenta de que no soportaría mucho tiempo así, que si no cambiaba algo la tormenta acabaría con el antes de que lo notara.

Días lluviosos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora