Tiempo congelado

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El tiempo pasaba con lentitud, una lentitud insoportable, ya habían pasado cinco meses desde la última vez que Rosse le envío un e-mail a Ryu, no obstante sentía que la herida en su corazón estaba fresca, la lluvia camuflaba sus lágrimas, sin embargo, también hacía que el dolor fuera insoportable, había empezado a salir con Arthur, pero a pesar de que se suponía que ya no tenía ningún compromiso con Ryu, no podía evitar sentirse culpable por salir con alguien más luego de haberle jurado lealtad y amor a él.

En el fondo sentía que era lo mejor, después de todo Ryu había hecho su vida sin ella, pero la tormenta no dejaba que superara aquella relación, cada que salía con Arthur, su sonrisa amenazaba con ser borrada por las torrenciales aguas que la atacaban día y noche, su mente pedía a gritos estar refugiada entre los brazos de Ryu, su corazón se negaba a dejarlo ir, luchaba contra el granizo dispuesto a no soltar su recuerdo, su ego que anteriormente la había ayudado a mantener la compostura había desaparecido completamente, las lágrimas escapaban de sus ojos hasta dejarlos rojos e hinchados, sus recuerdos hacían énfasis en las palabras que él había dicho antes de irse, «Nos casaremos y tendremos un restaurante, la única manera de que no se cumpla es que muera» No se había cumplido, una parte de ella estaba feliz de que nada le hubiera pasado, un gran alivio, aunque le dolía que no hubiera cumplido sus promesa «Te prometo que nunca más dejaré que sufras por mi culpa» Otra mentira, ahora estaba sufriendo como nunca, como si estuviera caminando bajo una tormenta de granizo sin protección.

—¡¡¡Mentiroso!!!—gritó mientras arrojaba un almohada contra la pared.

Las lágrimas rodaron por sus mejillas inmediatamente, dentro de ella se enfrentaban la ira, la decepción y la tristeza en una batalla para decidir quién se adueñaría de su ser, no le encontraba sentido a nada, su mente daba vueltas, todas las noches los relámpagos la mantenían despierta o atormentaban sus sueños, su cuerpo estaba al borde del colapso y la lluvia creaba una corriente de agua que la arrastro hasta el borde de un abismo de dolor,  sus luchas contra esta parecían inútiles, estaba a punto de caer, pero su corazón se aferraba con gran fuerza, no quería olvidar nada de los que había vivido con él, tampoco quería superarlo, aún mantenía viva una pequeña llama de esperanza que decía que aún podía cambiar de opinión y volver con ella, pero esa esperanza la hería fuertemente, ¿Cuanto tiempo mas podría soportar? No mucho tiempo, ya no podía seguir albergando falsas ilusiones que solo le hacían daño, apagó la llama de un soplido y decidió dejar atrás todo eso.

Salió de su habitación con los ojos llorozos, sin embargo sentía que había hecho desaparecer una nube de aquella tormenta, recordó que tenía una entrevista de trabajo en un par de días, se miró en el espejo y quedó atónita ante su apariencia, su cabello estaba maltratado, como si no lo hubiera lavado en meses, sus ojeras eran inmensas, sus labios lucían pálidos y secos, bajo la mirada hasta sus manos y las noto ásperas, sus uñas habían crecido mucho y el esmalte desgastado solo la hacía ver peor, estaba metida en sus pensamientos cuando una voz la interrupio.

—¿Te preocupa tu estado físico?—era Allan con una ceja arqueada y una sonrisa burlona en sus labios, se acercó a ella y la examinó cuidadosamente—necesitas un cambio de look urgentemente.

—¡Oye! ¿Se supone que debías hacerme sentir mejor con esas palabras? Porque no lo lograste—reprochó fingiendo estar dolida.

—No lo tomes a mal—repuso rápidamente—no es que te veas mal... Solo que parece que no te has duchado en varios días.

Rosse lo fulminó con la mirada, pero luego soltó una pequeña risa, sin darse cuenta un par de nubes desaparecieron, había olvidado como la hacía sentir estar con su mejor amigo, era como si sus problemas desapareciera por unos minutos y permitieron que el sol la envolviera con su calidez.

Días lluviosos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora